"Cuadernos del Sur", Diario de Córdoba, 24 de julio de 2010
Por Antonio Moreno Ayora
El envés del olvido
Calambur publica la obra completa de Antonio Hernández
Antonio Hernández, el poeta gaditano de Arcos de la Frontera que mereció el Premio Nacional de la Crítica en 1994, acaba de publicar lo que puede considerarse su obra poética completa —pues ha escrito también novela y ensayo— con el título de Insurgencias. Sin olvidar que el lector puede acceder a sus obras consultando cada poemario en la editorial que lo hiciera público, o examinar sus versos en las numerosas antologías donde el autor está presente, es ahora Calambur la que edita el conjunto de esos poemarios en dos volúmenes, con un prólogo de Francisco J. Peñas–Bermejo. Y de acuerdo con esa estructura Hernández —al que la crítica ha encasillado en la generación de poetas de los años sesenta o lo incluye (como hace Carmelo Guillén Acosta) dentro de la Tercera Generación del posveintisiete o esteticista— abre el volumen con su primer libro publicado El mar es una tarde con campanas (1965), Premio Adonais del año anterior.
En él se constatan ya varias de sus más frecuentes reflexiones líricas, sobre el amor (“qué hacer con estos ojos que se van / camino del momento en que nos vimos”), sobre el paisaje y sobre la infancia, que reaparece enseguida en el título siguiente de Oveja negra: “De repente en las cosas perdidas que fueron mi alma me encuentro llorando. / Hoy construyo de nuevo aquel largo paisaje de huerta y de viña”. La novedad que presenta este poemario en la edición de Insurgencias es que aparece ampliado con “los poemas que no salieron entonces” (en 1969). La fidelidad a su infancia y a sus orígenes (“Allá en el Sur, bajando por los montes / ... / había una joven que creció en su pena / como la oveja negra entre las blancas”) no solo está en estas páginas, sino también en las del nuevo libro publicado en 1978, Donde da la luz, que incorpora con rotundidad el sentimiento de su ser andaluz, y por eso “De Andalucía entera ilimitada / por los andaluces, escribo”.
En estos primeros poemarios se observa la utilización de versos blancos, de otros asonantados o consonantados, con aprovechamiento oportuno de rimas internas y de un recurso prolífico que es el encabalgamiento. Repitiendo esa riqueza métrica y estrófica, atento continuamente al ritmo y la musicalidad de la dicción, y volcando con mayor o menor claridad su biografía, da a conocer nuevos libros: cronológicamente los titulados Metaory, que viene a constituir una misiva lírica a Carlos E. de Ory exponiéndole su pensamiento sobre la creación poética (“El verso se hizo al hombre lo que la nube al río”) y hablándole otra vez sobre su infancia, el mundo y sus dificultades; Homo loquens; y Diezmo de madrugada, libro vibrante en recuerdos, agarrado a sentires doloridos y a constantes imágenes de la infancia: “Arcos era el espejo que al sol le daba hechura”; “Nunca hemos sido más / que cuando fuimos niños”. Puede afirmarse que nuestro poeta rumia el sabor de la nostalgia, de manera que en la emoción que corresponde a Con tres heridas yo (de 1983), tan simbólico ya en su título, llega a decir que escribe sobre “El destino del hombre que no busca / su plenitud sino en lo que se escapa”, si bien en Compás errante (de 1985) manifiesta, además de un estilo sin puntuación, sonoro y abarrocado, un acercamiento lírico al mundo andaluz del gitano y del flamenco, que es“grito que rompe todas las fronteras / en una cueva de Jerez o de Arcos”.
A los ocho poemarios ya reseñados del tomo primero de Insurgencias (con 484 páginas que cubren el periodo que va de 1965 a 1985) se añaden otros siete en el segundo, publicados por término medio cada dos o tres años. Así, de 1986 data Indumentaria, rótulo que de forma metonímica hace referencia a aquello que ha vestido al poeta en otro tiempo, que ahora es el tiempo del recuerdo que ha quedado ya atrás pero que retorna a sus propios versos, porque “Todo lo que regresa... /.../ suele turbar, ser cruz de enamorado”. Esto es lo que afirma en el tercer poema, mientras que en el siguiente se anota que todo se lo llevó el tiempo “Pero quedó el juglar”. Versos cortos, composiciones breves, ritmo ágil hay en este libro donde uno puede leer que “Lo triste no es ser viejo / y vivir / sino ser joven en la memoria”; un libro que en buena parte recoge asimismo el eco del sentimiento andaluz que caracteriza a Hernández: “Peña, río, casa, pueblo, / Andalucía lejana... / Son los latidos que tengo”. Y pasados dos años, en 1988, se da a la imprenta Campo lunario, sugestivo rótulo al que constituyen una veintena de títulos con versos y poemas extensos en buena parte –al menos en la primera del poemario– muy distintos a los de Indumentaria, ya que la amplitud de los versos aboca en un tono épico y una intención ensalzadora, con el objetivo lírico de manifestar y encumbrar la belleza inherente a ciudades como Córdoba, Cádiz o Sevilla. En ese concepto de belleza descansa en buena medida la filosofía de este libro, que sin embargo contiene una segunda sección con medidas y poemas más livianos que buscan adentrarse por muy diversos derroteros líricos, sin abandonar los reiterativos: “Nada de lo que muere deja olvido / sino raíces. Semilla es la ceniza”; “Quizás haber nacido aquí, / sobre esta roca electa de hermosura / que sonsaca el vacío”. Mayor unidad temática, sin embargo, hallamos después en Lente de agua, conjunto que rezuma un intenso amor a España comprendiendo que es este un país de grandezas y miserias de las que el poeta aspira a convertirse en cantor, escogiendo para ello episodios líricos –íntimos o históricos– que están muchos de ellos centrados en el territorio de Al–Andalus. Un sentimiento de temor, de adelantada nostalgia se esparce al unísono que unos versos que tienen sabor de leyenda, ornato de verdad, clamor de virtudes y de sufrimiento. De lances históricos, de recuerdos locales, de nombres afamados, de escenas literarias, se nutre un libro que aúna grandeza y desolación, espacio y belleza hasta decir: “comprendo que también / es más grande mi patria que mi tierra”. Las alusiones constantes al entorno familiar que hemos visto en libros anteriores se intensifican en los títulos siguientes. DeSagrada forma (Premio Jaime Gil de Biedma y Premio Nacional de Poesía de la crítica Española) ha escrito José García Pérez que “tiene pellizco el sabroso libro”. Refleja un viaje en tren que significa un encuentro con la memoria y el pasado, o sea, con los recuerdos, que evidentemente lo encauzan hacia Andalucía: “Me quedé en ella porque era hermosa y necesitaba su alegría”. De Habitación en Arcos hay que decir que es un colmado poemario compuesto de un poema inicial y de otras seis extensísimas composiciones que decantan la emoción de haber vivido ese paisaje natal que han habitado unos rostros y unas vidas que forman parte de la suya, pues “que no hay que buscar temas para hablar, / sino dejar que hablen nuestras sombras, / esto es, el envés del olvido”. Los dos últimos libros de poesía que aparecen reimpresos igualmente en Insurgenciasson El mundo entero (en el 2000 Premio Rafael Alberti, fue publicado en 2001 por la editorial Renacimiento y en 2007 reeditado por el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes) y A palo seco (con primera edición en RD Editores de Madrid, también en 2007).
A partir de los versos largos y de los poemas extensos característicos, en El mundo entero se instaura un sentimiento de continua compenetración con la naturaleza o de íntimo apego al entorno, rasgos definidores de este libro peculiar también por su estilo ágil y su frecuente afán metafórico perceptible desde el primer poema: “(...) Un sorbo o un trago / en la infinita boca del abismo es el mar / y en la playa la arena un ala de la luna”. La agilidad o fluidez argumental se consigue asimismo con el recurso casi constante del encabalgamiento, del que se nos ofrece un amplio muestrario (“... igual que si ya hubiera / vadeado un gran río...”; “(...) entre las tierras como / un sello de correos entre dos corazones”). Y junto a estos rasgos debemos destacar, por un lado, el realismo detallista en las descripciones (“La playa cabrillea de neón y de vértigo, / se besan las parejas en la cruz de la sangre, / la luna llena hurga en la marea”), y por otro, un lenguaje que atiende tanto al discurso estándar como al registro de la publicidad que delata ese interés realista ya aludido: “23,00 horas. 25 grados. / Centro de estética Néfer. / Año internacional contra el racismo. / Ponga el triunfo en su vida / poniéndose Nivea”. Este realismo es, esencialmente, un punto de vista literario que testimonia el sentir vitalista y libidinoso del hombre (“Nunca se va más lejos que cuando se desea. / No hay más gloria que el vello si se eriza”), atestiguando a la vez que la vida es un eterno retorno en cuya vorágine lo humano se renueva y se repite, pues “todo transcurre rápido, mas nada / acaba de pasar (...)”. En esta idea de que todo retorna y todo se transforma está la base de las continuas referencias que el libro contiene sobre el tiempo y el recuerdo: “La memoria nos constituye / como la nube al río, la madera a la llama”.
Del entramado lírico surge a su vez el punto de vista de la reflexión o de la ironía, tan primordiales en el poemario: “(...) La tristeza es la luz / de la locura o ésta acaso la sombra de la pena”. Y en él tampoco está ausente la denuncia: “cómo amar la belleza donde escasez se llama, / donde muy cerca la abundancia fluye”; advirtiéndose que muchos de estos pasajes irónicos se sustentan, entre otros, en el procedimiento semántico de la antítesis: “¡Libre!, sí, a condición de no obtener / tal libertad hincado de rodillas”. En esta línea, al poeta le gusta señalar las contradicciones aparentes como símbolos de la existencia misma, que “nos da a probar / el amor, por ejemplo, y lo convierte en odio; / el vino, por ejemplo, y lo torna en vinagre; / la vida, por ejemplo, y la traduce en muerte”. En fin, los dieciocho poemas de El mundo entero inciden en un conjunto plural de emociones como la alegría, la soledad, los sueños, el desamparo o los pensamientos sobre la naturaleza y el cosmos.
En cuanto a A palo seco, el día que se le presentó en la Real Academia de Córdoba, dijo su autor que significa un intento por “despojar al poema de toda retórica, ir a la esencia, para llegar al conocimiento de uno mismo”. Y es con esa primordial intención con la que ha agrupado en sus páginas a setenta y una composiciones de versos heterogéneos en cuanto al cómputo y la rima, aunque predominen los heptasílabosy endecasílabos frecuentemente combinados y ungidos con una musicalidad efectiva a partir de variadas conexiones fónicas internas. Con sencillez, con frescura, con espontaneidad, los versos van surgiendo matizados de actualidad y dibujando las preocupaciones del autor: el inmisericorde paso del tiempo, el sufrimiento humano, y sobre todo la ingrata soledad y el pesimismo de vivir sin esperanza y con eldesagrado de la vejez. Se hace evidente que lo único que salva al poeta, al hombre, es la emoción de la poesía, por eso busca “un libro hermoso de poemas para / espantar un poco la muerte. (Sólo / para eclipsarla)...”.
A palo seco reúne una poesía directa, de mensaje liberador y comprensible dicción, de humana apoyatura y de realidad vibrante. Aun cuando presente, por su condición estética, recursos como la antítesis, la paradoja, la metáfora o el paralelismo sumados a otros, lo que importa es que esta poesía está narrada sin artificio ni engaño, sin hipocresía, a palo seco, para que haga más estragos la emoción y la denuncia. Dice Antonio Hernández que su libro “es una metáfora de la soledad”, y la expresión vínica que la asume es precisamentela que él enarbola en su título, la de beber “sin tapas, a palo seco”, como también ha precisado.
El lector ya puede alegrarse por tener reunida en Insurgencias toda la poesía publicada —que son quince poemarios— por un andaluz que hace gala de ello y que lleva a su paisaje tatuado en el alma; un andaluz que ha sido traducido a diversos idiomas y que tiene una presencia constante en muchas antologías de la poesía española actual, con el mérito —subrayado por Jesús Bregante— de que “En sus versos, afronta el reto de romper con los moldes realistas desde una concepción simbólica del lenguaje poético”. Y aunque haya escrito mucho, seguirá haciéndolo para cumplir su palabra, que dice: “que yo estaré atareado en lo de siempre: / un poema y sus comas, el estallido / de cal de mi pueblo, los corazones / que invadieron mi pecho al conocerte”.
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