Jorge de Arco
El Norte de Castilla, La sombra del ciprés, 18/05/2013
Cada nuevo poemario de Juan Carlos Mestre, incide en una apuesta regeneradora y diferente, en una voluntad de hacer de la poesíamateria moldeable, desobediente y turbadora.
Este poeta y artista visual, nacido enVillafranca del Bierzo en 1957, tiene ya una decena de poemarios en su haber, algunos de los cuales han sido reconocidos merecidamente con galardones como el Adonáis (1985), Jaime Gil de Biedma (1992) y Jaén (1999).
Tras la espléndida acogida que tuviese La casa roja –volumen con el que obtuviera en 2009 el Premio Nacional de Poesía y en el que el poeta leonés hacía de su verbo sortilegio y conjuro con ese ritmo único que comportan las ensoñaciones–, llega, La bicicleta del panadero, libro refrendado hace escasas fechas con el premio de la Crítica 2012.
No cabe duda de que, es esta, una entrega abarcadora y torrencial, donde se agrupan casi trescientos poemas que conforman un caleidoscopio diverso y cambiante. No sólo por su extensión, sino también por su variable contenido, su dispersa temática, deviene en la posibilidad de múltiples lecturas, de muy distintas interpretaciones que obligan a un recorrido paciente, si se quiere esenciar lo mucho que cobijan estos versos mayores.
Sabe Juan Carlos Mestre que toda virtud no puede subsistir sin sustancia, y por ello, su ecléticomensaje, se aferra a un hilo conductor que nace de su espíritu libre y apasionado y de una moralidad individual, inquietante, enteramente viva: «En cuanto a nosotros, encendidos bajo la misión del diluvio,/ haga la noche un canto para la intimidad de los infelices./ Oscuros como están en la marmolería del guardabosques,/ déjelos la noche hablar ya que han viajado al perdón de los que no se encuentran (…) Nada cambiará bajo el peso de la advertencia tras el parimiento,/ en esto nos hemos convertido», anota en su poema titulado “La presencia”.
En su lírica condición de demiurgo, el autor berciano no deja ni un instante de observar la realidad, para con posterioridad denunciarla, pues es consciente de que la conciencia del hombre no es la que determina su ser, sino, a la inversa, es su ser social el que determina dicha conciencia. De ahí, que no exista oportunidad de negar la responsabilidad que como ser humano tiene cada uno ante sus actos ni ante su propia experiencia terrenal y amatoria: «Acepta la necesidad de mi corazón que sostuvo algo tuyo/ No permitas que mis errores dejen de amarte/ Y si fuera estrictamente necesario acepta finalmente mi vergüenza».
En esta heterogénea mezcla de elementos oníricos, de historias surreales, de homenajes pictóricos, de referencias musicales, de paisajes comunes, de conjeturas civiles, de lúcidas visiones, de himnos solidarios, de lunas inflamadas, de noches en vela…, el lector puede atrapar retazos de una poética que de forma intermitente asoma por entre los pliegues candentes de estas páginas. Porque Juan Carlos Mestre se afana en ofrecer cromáticas pinceladas de cuanto la poesía tiene de certidumbre, de visceral, de sumisa, de solidaria… y salpica sus textos con notorias alusiones como éstas: «No mires hacia atrás, poesía, si no quieres que te muerdan/ los perros que esperan tras la cancela durante el festejo de la matanza»; «Los poetas escriben ajenos a las rotaciones/ de los inciertos cometas por las carótidas del universo (…) Los poetas son abejas caídas almar que se sujetan a un lápiz»; «La poesía nido en el avellano boca de niño que empuja la carretilla de agua salada (…) La poesía tiene ahorros primaverales piernas salvajes un castillo de naipes bajo la manga».
La bicicleta del panadero, traza, en suma, un itinerario multiforme, una estética despojada de retoricismos, un universo donde el alma no esmateria sino perspectiva, una inspiración irreductible, una plataforma para la acción común, pues no en vano, el propio poeta leonés confesó tras la concesión del citado premio de la Crítica, que su intención no era otra que la de «volver a rescatar la poesía comolenguaje para el proyecto colectivo de una sociedad en la que los derechos civiles presidan los parlamentos de la responsabilidad».
Y aquí quedan, escritos, los utópicos mimbres de un deseo que no tiene frenos: «es el hijo del panadero, en bicicleta,/ por los túneles de plomo donde nieva».
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