Santos Domínguez
Encuentros de lecturas, 24/05/2013
Esto es lo que deseaba ser: el prisionero libre que ha estudiado el mar en su memoria, la resaca del agua, movimiento.
Autorretrato de otro, que publica Calambur con textos de
Cees Nooteboom y dibujos de Max Neumann, es uno de esos pocos libros que surgen
del encuentro milagroso de la mirada y la palabra. Los textos, escritos en un
estado de inspiración que va más allá de la superficie de las cosas y de la
percepción racional de la vigilia, nos devuelven un mundo transformado para
transformarnos en otros. Por eso exige del lector vencer la resistencia inicial
de sus páginas con una disposición espiritual adecuada, para entrar en él con
la actitud receptiva de quien entra en otra dimensión de la realidad.
La colaboración del escritor y el pintor no es la de quien
ilustra unos textos o escribe sobre unos dibujos. Los treinta y tres dibujos de
Max Neumann, previos a los textos, acabaron infiltrando la mirada y la
expresión de Nooteboom con sus tonos ocres y negros sobre fondo rojo bermellón.
Y algo en la violenta lógica descoyuntada de las imágenes puso en marcha el
recuerdo y la experiencia onírica hasta que los textos acabaron evocando los
sueños de la isla y la ciudad de antaño y trazando ese autorretrato de otro que
es el poeta y no es el poeta, que es el pintor y no es el pintor.
Autor de un libro memorable sobre el silencio de Zurbarán,
en el que también fundía ejemplarmente mirada y palabra, Nooteboom ha escrito
treinta y tres textos literalmente irrepetibles, porque son el resultado de una
experiencia incontrolable en la que la identidad se sale de cauce, la persona
se pone en el límite del reconocimiento y quien habla también es otro que le
habla a otro –el lector– con la potencia transformadora de la palabra.
Una palabra levantada sobre la soledad isleña de la playa,
sobre las pesadillas y los recuerdos, sobre los perros y las hormigas, sobre
los vivos y los muertos, sobre los pedregales con cardos, los caminos y la
ciudad de las preguntas, la noche y la guerra, los rostros y la ausencia,
sobre o contra o frente a los
naufragios:
«Se apoya en la borda ausente y se ve desaparecer entre
aquello que ha de permanecer, entre todo lo que ya estaba allí».
Enorme mérito el de Fernando García de la Banda al traducir
estos textos tan intransitivos, de tono tan intransferible, de imágenes tan
incomunicables.
A la vista del brillante resultado, me imagino el esfuerzo
que ha supuesto comunicar el clima irracional, la atmósfera moral y la tensión
verbal de estos textos deslumbrantes.
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