Revista República de las Letras, n.º 120
LA EXPERIENCIA DE LA MEMORIA, de Joaquín Benito de Lucas
Joaquín Benito de Lucas es, esencialmente, un poeta de la memoria, cuya obra está marcada por lo que él mismo llama “la tiranía del regreso”, y cuya voz discurre fluvialmente hacia un reino antiguo que fue el de su infancia. De ahí lo oportuno del título de este libro, La experiencia de la memoria (1957 - 2009), que reúne en dos volúmentes la larga trayectoria lírica del poeta y que aparece publicada por Editorial Calambur.
Los senderos abiertos (escrito en el 57 aunque publicado en 2007), Las tentaciones (1964), Materia de Olvido (1968) y Kz (Campo de concentración) (1970) son los cuatro primeros libros de Joaquín Benito de Lucas, en los que de una u otra forma, aparece el nexo común que es el desarraigo, motivado siempre por alguna circunstancia biográfica del poeta. En todos ellos se manifiesta de algún modo un sentimiento de exiliado, ya sea motivado por su estancia en Oriente Medio —Las tentaciones—, ya sea por el abandono de la patria de su infancia, Talavera —Materia de olvido—, o ya por sus años vividos en Berlín —KZ (Campo de concentración). Pero será Materia de olvido el libro a partir del cual la voz del agua, como símbolo de la memoria, se convierte ya en uno de los motivos medulares de su lirica, y en un signo emblemático de su pasado.
De los ámbitos oníricos hacia el ámbito del amor
Plancton (1976) se construye también sobre el tema de la memoria, pero con él se entreteje un motivo nuevo: el de los sueños, el de las imágenes oníricas concebidas como un modo diferente de conocer, interpretar o incluso revivir la realidad. Por su parte, Memorial del viento (1978) es una obra de temática diversa que aglutina poemas en homenaje a escritores o amigos, si bien presentan como nexo un sutil hilo conductor que no es sino una idéntica actitud solidaria con aquellos seres que han sido condenados al sufrimiento o a la muerte. Con un acento sereno y compasivo, pero doliente siempre, el poeta muestra su irrenunciable compromiso con la verdad y la justicia, y se solidariza con todas aquellas criaturas que han sido sometidas a un “duro destino” y que, como el propio Cervantes, lucharon ”contra tanta injusticia, contra tanta mentira”.
Antinomia y Campo de espuma son dos libros escritos simultáneamente y también publicados en el mismo año, 1983, de ahí que giren en torno a una temática, una estética y una atmósfera comunes. Se trata, en realidad, de una misma obra dual, concebida como una amplia reflexión sobre el amor y el desamor, o sobre la pasión y el olvido, aunque en ambos libros el sentimiento amoroso es abordado desde diferentes perspectivas. En Antinomia el poeta cede la voz a los personajes de La Celestina, y en Campo de espuma entona su cántico desde el punto de vista de la primera persona. Diálogo y monólogo son, en consecuencia, las diferentes técnicas con las que Joaquín Benito de Lucas elabora su reflexión lírica.
En 1987, con La sombra ante el espejo, Benito de Lucas vuelve su mirada y su mundo creativo hacia el tema esencial de su lírica, el de la infancia. Como si avanzara a impulsos de su propia nostalgia, el poeta acaba volviendo los ojos a su patria talaverana, al tiempo muerto de sus recuerdos y a la música de su río, que es la de su niñez. Y esto, en el fondo, tal vez lo haga por la razón que le escuchamos en el poema “Brindis de la amistad”: “Porque queremos/ ser felices/ bebemos de la infancia,/ evocamos escenas/ que apenas la memoria reconoce”.
Hacia los ámbitos de la memoria
Tras La sombra ante el espejo, Benito de Lucas publica tres títulos, un tanto alejados de sus preocupaciones habituales, pero en los que parece reflejarse un mismo espíritu de búsqueda. Antes de reencontrarse con el mundo que ya se había manifestado en Materia de olvido, la lírica del poeta talaverano se remansa y se diversifica como si pretendiera buscar nuevos acentos y nuevas direcciones en su universo poético. Regresa a la temática amorosa de Campo de espuma para abandonarla acto seguido, explora los tenebrosos ámbitos del dolor y la soledad, o se adentra en las reflexiones metapoéticas en Dolor a solas (1991); y posteriormente busca en el viaje un pretexto para construir una peculiar metafísica de los sentidos en Invitación al viaje (1995). Diferentes maneras de la búsqueda que sirven de preámbulo al bloque final y más representativo de su obra, configurado por su tetralogía de la memoria.
En Álbum de familia (2000), La mirada inocente (2003), El reino de la niñez (2006) y La escritura indeleble (2009), Joaquín Benito de Lucas vuelve a reencontrarse con su propia voz y sus propios recuerdos. Álbum de familia es el libro de un regreso, un libro donde el poeta retorna a un ámbito y a un tiempo que ya no le pertenecen, a un lugar en donde ya nadie le espera, salvo el río, que se detiene para acogerle entre sus orillas maternales. El poeta vuelve, después de tantos años, a un lugar despoblado por el que sólo deambulan las sombras muertas de un ayer irrecuperable.
La mirada inocente viene a ser una página nueva de ese “álbum” de la memoria que el autor había trazado ya en su libro anterior. La mirada del niño, que es la mirada de la inocencia y la ternura, sigue poniendo ante nuestros ojos sensaciones de ayer, evocaciones de un pasado que oscila entre la felicidad y la pesadilla, entre la ilusión y el desamparo.
A lo largo de La mirada inocente, el poeta nos ofrece un emotivo daguerrotipo, en colores grises y desleídos, de esa época en la que transcurrió su infancia, “en esos años turbulentos/ de mil novecientos cuarenta y tantos”, en aquellos “años oscuros, años perdidos, años muertos…” que a él y a los de su generación les tocó vivir. Unos años oscuros marcados por el fantasma del hambre y el racionamiento, la tos y la tuberculosis, en los que vemos, como si se tratara de fotografías muy antiguas, a un niño prematuramente incorporado al mundo de los adultos, trabajando con apenas doce años en una barbería, o aprendiendo sus primeras lecciones o sus primeras lecturas en escuelas frías y tristes donde difícilmente se aprendía la verdad de la vida.
El reino de la niñez viene a ofrecernos, desde diferente perspectiva, el mismo tema en torno al cual giraban los dos libros anteriores. Dentro de un formato y un estilo que parece concebido “para niños de todas las edades”, lo que Joaquín Benito de Lucas nos presenta es una nueva imagen de ese “Paraíso de la infancia” al que se alude en el título que sirve de pórtico general al libro. Visión edénica de un mundo en el que aún existía la inocencia original y en el que aún no había instalado sus garras el dolor .
La escritura indeleble (2009) completa ese ahondamiento en los ámbitos de la memoria, donde a veces la infancia se concibe como un recinto protector y balsámico que ahuyenta las sombras interiores del poeta; y a la recuperación de sus ruinas no se enfrenta el autor como si realizase una mera tarea arqueológica, sino que los restos de aquel naufragio aún perviven y se proyectan sobre el hombre actual, alimentándolo. De ahí la ternura que rebosan algunos de sus poemas, escritos en un tono conversacional y narrativo, con apenas concesiones a la retórica.
Sin embargo el poemario, que comienza con la visión ilusionada y casi mágica de una infancia cuya luz proporciona protección y consuelo, va poco a poco convirtiéndose en una reflexión amarga y descarnada sobre la enfermedad, sobre el sufrimiento y el dolor y, finalmente, sobre la muerte. Una visión desolada y elegíaca a través de la que el poeta concibe la vida “como un campo de batalla”, y desde semejante perspectiva contempla la vida con el desgarro más profundo y con la viva quemazón de “una angustia seca y sin consuelo”.
Poemas de un reino perdido pero reconquistado poéticamente, vidas que se fueron, voces y rostros desdibujados ya entre la niebla, pero que el poeta ha salvado y ha dejado escritos no con la pluma sino con su propia carne y con la tinta indeleble de los recuerdos. Así el poeta deja escrita su voz, tal vez con la esperanza de que sea lo único que sobreviva al fin en el terrible naufragio del tiempo y de las cosas. Y como él mismo asegura, citando unos versos suyos de Álbum de familia, esa voz “ni importa quien la escuche o quien la lea. / Su escritura indeleble/ queda en la arena como testimonio”.
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