Luis Luna
La columnata, 04/08/2012
Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) nos entrega, de la mano de la editorial Calambur, un nuevo libro que completa su larga y profunda obra, merecedora, entre otros, del Premio Nacional de Poesía en 2009. Para quien lo desconozca, Mestre es, hoy por hoy, una de las voces vivas de referencia —junto a Olvido García Valdés, Chantall Maillard, Paca Aguirre, Félix Grande o Antonio Gamoneda— de la poesía española contemporánea. Su influencia en la poesía joven así lo demuestra, del mismo modo que las sucesivas publicaciones, reediciones y traducciones de sus obras.
La bicicleta del panadero se adentra aún más en el imaginario poético del autor, atravesado siempre de atormentada lucidez. Sus imágenes son la viga maestra que sustenta un lenguaje para la reflexión y el cuestionamiento sistemático del pensamiento único imperante. Se trata, como bien se indica en la propia solapa del libro, de una insurrección estética, tan necesaria, tan posible y tan urgente como las que se están produciendo a nivel global. En ese sentido, Mestre consigue que el lector se instale en la incertidumbre, en el necesario interrogante, para que sea él quien responda en aras de su inteligencia y de su libertad. Esta no coacción contribuye también a que el libro se convierta en una nueva lectura de referencia.
Teniendo en cuenta esa dimensión cívica, los poemas de Mestre amparan un recurso mayor dentro de la poesía contemporánea: el humor. Fina ironía que se hace presente para interpelar de nuevo al lector y no dejarle espacio para la relajación del ocio y la decoración. Veamos un fragmento: “Ahora jugarán al ‘ping-pong online’ con los mandarines pueden rozarse las narices como los esquimales entrar en las recomendaciones de la cinematografía tampoco África les queda tan lejos decir tampoco como muchos saben significa una insignificancia para esa cuchara comparada con el collarín de perlas que se volatiliza camino al gran yogur de los sumideros”. El lector debe saber leer, repasar los diálogos que se establecen entre las diferentes piezas de un puzle infinito, en el que además él debe poner la última pieza. Junto al humor, a la imagen arrolladora, encontramos otros recursos importantes que construyen el rodar de la bicicleta, así el diálogo entre distintas tradiciones y la contemporaneidad: “Dylan ha ido al pantano a pescar barbos con los inquilinos / las sustancias alucinógenas se tambalean bajo nuestros pies / (…) / los lugares comunes están abarrotados de estudiantes / el viejo Whitmann se pasa las noches sin salir del invernadero / (…) quedan cuatro días para el fin del mundo”. O la preferencia de la prosa poética frente al ‘long poem’ característico de otras entregas, en la línea de la penetración de una narratividad necesaria, siempre sin caer en el prosaísmo fácil o anodino.
Espacio, pues, de desasosiego para el lector que lo interpela, aquel que encara la ascendencia del hijo del panadero y degusta, al cerrar el libro, su fruto: pan amargo o dulce, depende del “cabello del ángel”.
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