30 de enero de 2010
Lo que permanece
Por Luis García Jambrina
José Antonio Zambrano (Fuente del Maestre, Badajoz, 1946) es un poeta de una gran densidad y originalidad. Tras la publicación de la antología Poesía (1980-2000) (2000), donde se recoge una amplia muestra de su extensa producción poética hasta ese momento, se produce un giro importante en su trayectoria, que se anunciaba ya en Después de la noche (2000), toma cuerpo en Las orillas del agua (2003), Amor mío, la vida (2003) y Treinta minutos de libertad (2006), y se continúa ahora con Apócrifos de marzo (2009). De hecho, este libro tiene algo de síntesis o recapitulación de todo este ciclo de madurez y plenitud —que, por un lado, se mueve entre la reflexión y la emoción y, por otro, se corresponde con una mayor densidad y depuración formal— y, al mismo tiempo, de apertura a nuevos horizontes.
Dividido en tres partes, la primera reflexiona, emotivamente, sobre la memoria, los orígenes y lo que es digno de permanecer: «Mantengo lo que he dicho / celebrando con gozo lo que permanece / en mí», leemos en «Sitio cercano», con el que se abre de manera significativa el libro. El titulado «Poema sin tiempo» es una especie de testamento dirigido a los hijos. Se trata de una celebración de la existencia; de ahí que proclame el poeta: «De nuevo quedan instancias en la vida / que la hacen plena y hasta sagrada».
En la segunda sección, el lenguaje se sitúa en los límites, dialoga con las cosas y se interroga a sí mismo sobre la posibilidad o imposibilidad de conocer la verdadera realidad, aquella que se mantiene oculta o latente, por medio de una palabra precisa y esencial que penetra en lo oscuro y mira mucho más allá de las apariencias: «Surge del mundo que se abre / a lo que permanece latente. / Y nada es un principio más justo / ni una claridad más visible / que la que deja el rumor de las cosas / cuando revelan su verdad» («Lo que canto»). Por último, la tercera consta de un solo texto, «Horas desnudas», y en él cifra el yo lírico su poética con vistas al futuro, «el único poema al que aspiro», aquel que, en palabras de José Alejando Peña, «te deja y te quita / un nuevo sentido de la vida». Estamos, pues, ante uno de los mejores libros del autor. Un libro que nos habla de la permanencia del origen y de su salvación en el poema. Ya lo decía Hölderlin: «Lo que permanece lo fundan los poetas».
Lo que permanece
Por Luis García Jambrina
José Antonio Zambrano (Fuente del Maestre, Badajoz, 1946) es un poeta de una gran densidad y originalidad. Tras la publicación de la antología Poesía (1980-2000) (2000), donde se recoge una amplia muestra de su extensa producción poética hasta ese momento, se produce un giro importante en su trayectoria, que se anunciaba ya en Después de la noche (2000), toma cuerpo en Las orillas del agua (2003), Amor mío, la vida (2003) y Treinta minutos de libertad (2006), y se continúa ahora con Apócrifos de marzo (2009). De hecho, este libro tiene algo de síntesis o recapitulación de todo este ciclo de madurez y plenitud —que, por un lado, se mueve entre la reflexión y la emoción y, por otro, se corresponde con una mayor densidad y depuración formal— y, al mismo tiempo, de apertura a nuevos horizontes.
Dividido en tres partes, la primera reflexiona, emotivamente, sobre la memoria, los orígenes y lo que es digno de permanecer: «Mantengo lo que he dicho / celebrando con gozo lo que permanece / en mí», leemos en «Sitio cercano», con el que se abre de manera significativa el libro. El titulado «Poema sin tiempo» es una especie de testamento dirigido a los hijos. Se trata de una celebración de la existencia; de ahí que proclame el poeta: «De nuevo quedan instancias en la vida / que la hacen plena y hasta sagrada».
En la segunda sección, el lenguaje se sitúa en los límites, dialoga con las cosas y se interroga a sí mismo sobre la posibilidad o imposibilidad de conocer la verdadera realidad, aquella que se mantiene oculta o latente, por medio de una palabra precisa y esencial que penetra en lo oscuro y mira mucho más allá de las apariencias: «Surge del mundo que se abre / a lo que permanece latente. / Y nada es un principio más justo / ni una claridad más visible / que la que deja el rumor de las cosas / cuando revelan su verdad» («Lo que canto»). Por último, la tercera consta de un solo texto, «Horas desnudas», y en él cifra el yo lírico su poética con vistas al futuro, «el único poema al que aspiro», aquel que, en palabras de José Alejando Peña, «te deja y te quita / un nuevo sentido de la vida». Estamos, pues, ante uno de los mejores libros del autor. Un libro que nos habla de la permanencia del origen y de su salvación en el poema. Ya lo decía Hölderlin: «Lo que permanece lo fundan los poetas».
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