El Mundo, domingo 14 de febrero de 2010
“Aún tengo la llave de mi vida: morir por mi propia mano”
Querido Javier…
En tu nuevo libro te declaras indigente y vencido, cuerpo desguazado y piltrafa. Así es que acunas un nido en el hielo y en la lumbre mientras lamentas los cansancios del tacto adormecido. Árbol fuiste “de la fuerza del roble y de la encina, del ensueño del agua y la raíz boscosa de los vientos”.
Te quejas, mi admirado poeta, de tus jardines de dicha calcinada y te preguntas, al contemplarte en el espejo, dónde está el esplendor del cuerpo que fue joven, el vigoroso empuje del fervor y mástil verdecido, mientras trizas los cristales fronterizos del fango y del incendio.
Has escrito con Aquelarre de sombras tal vez tu libro definitivo, el más estremecedor y erizante, el más profundo y revelador, superando aquella Memoria de insomnios, cuando te quemaba el tacto salobre y desahuciado por las ventanas de la piel, nube oscura de la herrumbre y la ceniza.
Y, claro, maldices ahora, demasiado tarde, la torpeza de tu bondad, tu generoso aliento, tu comprensión de los humanos defectos. Sabes que por delicadeza has perdido tu vida y sufres porque te has convertido en carne de bisturí cruel. Te consideras ahora modelo de urgencias y rencores. Te detestas. Aspirabas a o eterno y con ello labraste tu desgracia. Te entristeces ante el cimbel caído, ayer tanta arrogancia y cabalgada. Estás deshabitado de ti mismo como subraya Jaime Siles, el gran poeta que no sé por qué coño no está en la Academia.
No se puede escribir mejor, querido Javier Villán. No se puede alentar en más bellos versos. A la vida sólo le pides un beso por la agresión insomne de la herida. Y tienes razón, eres el que eres, camino de una tumba. Como Whitman. Como Poe. Como Cavafis. Como todos. Pero tú lo dices. “En nada me reconozco –escribes–. Pero aún tengo la llave de mi vida: morir por mi propia mano”.
Aleja, querido amigo, los óxidos y los relámpagos que encienden la oscuridad del universo. Tus versos son impresionantes y me han estremecido. Tienes muchos años por delante de creación y vinos rojos. Estás lejos de los Poemas de la consumación de Aleixandre. Tú mismo lo has escrito: “Álzate, tus noches serán otra vez lo que ya fueron: esplendor y alborada; noches de vino y clamores de cuerpos”. Ciertamente, todavía oscilan las colinas de Venus, el signo de selva de su cintura y su piel dorada de agua curva que nada en el misterio de sus ojos.
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