Trazos y Letras, (Periódico Hoy), 30 de enero de 2010
Bosquejos para el balance
Por ENRIQUE GARCÍA FUENTES
El poeta no se limita a hacernos partícipes de sus angustias y desvelos, sino que va a increparnos directamente con ellos
Recibe uno el último poemario de José Antonio Zambrano y, por echar la vista atrás, descubre que, si no le fallan las cuentas, debe de hacer el número veinte o por ahí en su larga trayectoria; que, a la chita callando, nuestro autor se ha convertido en una referencia ineludible de la poesía contemporánea y se ha asentado en ella a fuerza de trabajar constantemente, de solidificar su edificio poético, entrega tras entrega, sin desmayos aparentes, en confianza ciega de no dar nunca la batalla por perdida y convencerse de la viabilidad de su acecho persistente. “Mantengo lo que he dicho”, escribe taxativamente a comienzo de este libro, quizá por primera vez explícitamente orgulloso de este rosario de dudas e intentos que es su obra hasta el día de hoy; y esta evidente declaración de principios no encierra sólo, como puede preverse, esa legítima presunción sino que, como desvela Alonso Guerrero en su inmarcesible prólogo, nos hace intuir un preclaro intento de balance; como si el poeta viniera a decir que, independientemente de lo dicho hasta ahora, ha llegado el momento de nuevos esbozos, de airear recónditas dudas, de volver a plantearse lo que asumimos como certezas. Participo con el citado Alonso de la percepción de nuevas corrientes del seísmo inacabable que es la poesía de Zambrano; el mismo título nos coloca en el disparadero. Apócrifo se define en la primera entrada del DRAE como “fingido” y su raíz griega nos remite a “oculto”; ¿por qué un poeta obsesionado a lo largo de toda su obra por su voluntad de que la palabra desvele la verdad d e todo deriva ahora hacia lo oculto o lo incierto?, ¿y por qué marzo, un mes que explícitamente no se menciona nunca a lo largo de estos versos? Está claro, desde luego, que, por esta vez, el poeta no va a limitarse a hacernos copartícipes de sus angustias y desvelos, sino que va a increparnos diretamente con ellos. Sus palabras nos impelen esta vez a no limitarnos a dejar que su discurso fluya y nosotros simplemente nos regocijemos con su belleza, ¿cómo permanecer insensibles ante el alegato de temer haber dilapidado la existencia: (“Contad, hijos, a los que os pregunten / que siempre tuve miedo de no estrenar la vida”) o llegar a la conclusión fatídica de que “lo nuestro es ir del todo hacia la nada / sin amparar ninguna de las partes”?
Guerrero, una vez más, define este libro como el “corpus poético de un hombre acorralado”, y más adelante como un “libro que recoge, y expone a las claras, todos los filtros que el hombre debe interponer entre su fe y las entelequias que nos rodean y nos determinan”; pues a ellas hay, quizá, que dirigirse para domeñarlas, para asumirlas y corporeizarlas a nuestra imagen y semejanza, partiendo –¿por qué no?– de los desconcertantes títulos que el autor elige para desarrollarlos luego (para alguien más versado el desvelo de toda una arquitectura subterránea que los enlaza y los imbrica; ‘Sitio cercano’, ‘Sitio’, ‘Documento de amor’, ‘Apodado para la soledad’, ‘Lo que miro’. ‘Lo que canto’, ‘Normas para el rumor’): nominalizaciones puras que van a lo esencial desmontando el misterio que rebosan. Dentro laten los miedos de quien ya va presintiendo que el tiempo se marcha y no llegamos donde nos propusimos y esbozamos, para dejar sin respuesta, como contestación, un único y no tan aislado poema ‘Horas desnudas’, que termina el libro con la paródica evidencia de no haber logrado esos propósitos pues lo que suponen sólo es “contener en lo posible / la cita que se aferra en confundir / el único poema al que aspiro”. Sea nuestro alborozo sólo, que no es poco, seguir al acecho de esta lucha.
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