José Luis Puerto. Trazar la salvaguarda
Eloy J. Rubio Carro
Astorga RedAcción, 19/05/2013
Pero casi todo lo que
los críticos, los poetas
o escritores de
ficción, los amantes de la música
dicen acerca de las
composiciones es verborrea.
George Steiner
Empecemos por el título de un libro de Hannah Arend,
‘Hombres en tiempos de oscuridad’; ahora imaginemos el contenido del libro.
¿Cuáles fueron las respuestas de esos hombres y mujeres destacados, entre los
que se cuentan Rosa Luxemburg, Juan XXIII, Hermann Broch, Walter Benjamin,
Beltor Brech, etc, a un tiempo de catástrofes políticas y morales? Vivimos en
ese tiempo que aún no ha pasado y que parece tener continuidad de catástrofe.
¿Cuál es nuestra respuesta?
'Trazar la salvaguarda’ es ese juego de niños que traza un
círculo que alberga un espacio sagrado donde nada malo puede suceder.
Entre dos de los poemas de José Luis Puerto me atrevo a
jugar todo el comentario del libro: ‘Altos carros del cielo’ donde asistimos al
nacimiento de un niño en la melodía de la pobreza, en la noche más hermosa de
la tierra. Esta melodía es la impronta, el sustrato del que ha de crecer la
llama que podrá hacer frente a la pobreza del mundo unidimensional de hoy. En
aquella pobreza, bajo el girar de las estrellas, en pleno invierno, se fraguan
los frutos de la tierra. Como en el juego de la Oca se traza un círculo que se
cerraría en el otro poema: ‘Crece’, sé el rey que albergas, sigue la estela de
la estrella, la luz que tienes; persigue tu propia huella; haz que esa semilla
de luz engorde, que de ella crezca la flor, la rama, la llama más hermosa,
dásela al niño aquel que todavía tienes. Esa alegría que repartes dimana en el
corazón de todos, su flor nos da la dicha. Dentro de este círculo que albergan
esos dos poemas, merodean muchos otros
círculos, todas las llamas de salvación, todas las Ocas de la belleza.
Entre medias de estos dos escritos, donde quienquiera
siguiendo su estrella se encuentra en la de todos, se procede al reparto de las
salvaguardas que, aunque disminuidas, todavía surten efectos. La primera
salvaguarda es el encontrarse niño desposeído en la infancia, un nacimiento de
barro vislumbra tu nacer entre las pajas, es la entrega total, la belleza
total. Las estrellas señalan el itinerario de la salvación, cada cual tiene su
estrella y éstas le envuelven por doquier. El primer fulgor que nos regala el
libro son los frutos que en invierno dormitan esperando su flor, unos nísperos
y unos caquis en una caja atesoran el planisferio, por encima contemplamos el
engalanamiento del cielo; luego, por San Juan el cielo cae a la Tierra y las
luciérnagas corretean por la arboleda que irradia sus frutos, en el interior de
los frutos se gestan las chispas de luz que dan lugar al universo.
Son salvaguardas pobres, vibrantes de imágenes, asequibles a
todos, para quienes nada tienen, solo con mirar a su interior.
Se nos descubre entonces aquella melodía como música de
fondo de la infancia, persíguela, se nos dice, persíguela; "otros ecos
habitan el jardín. ¿continuaremos? Deprisa, dijo el pájaro, descúbrelas, descúbrelas,
junto al rincón. Tras la primera puerta, en nuestro primer mundo".*
Hay un resplandor continuo, una fluencia de tesoros que
permanecerían invisibles; surgen por doquier esos espacios de salvación junto a
los espacios de mancilla: El silencio ante la melodía del pájaro. El rumor del
juego de los niños protegidos por un círculo de tiza caucasiano. Las ciudades
de palabras de la poesía que hacen nuestro mundo habitable. "Habrá un
temblor secreto allí donde parece que solo está la nada y el olvido de las
ruinas". Un lugar de salvaguarda en la errancia de un laberinto sin
sosiego. El espacio de las manos enlazadas de dos ancianos eclipsa la belleza
de un ramo de rosas situadas frente a ellos, el estupor ante lo bello es lo más
bello; pero es ahí donde nos sitúa, en ese asombro, en ese darse cuenta y eso
es lo que nos salva. El cuerpo de la amada como lugar de protección. La
hermosura en la nimiedad de un suceso al azar, en las alas de una mariposa.
En ocasiones se proponen estrategias, si el espacio protegido
es un espacio errante debemos aprender a vivir en la desposesión, en un centro
del mundo móvil, en un reino líquido que se desvanece. Reconocer en lo
irreconocible la identidad nuestra y de nuestra época. Dejar marcas
estratégicas, otra vez Brecht, que confundan los pasos de los programadores que
auscultan nuestra identidad de infancia. Para esos no tiene ningún valor el
temblor de un dibujo de niño, tan solo les vale por el papel, y si este no
sirve, aún lo utilizarían para arder.
Otros espacios de salvaguarda y no soy prolijo en la
enumeración, pues sería de nunca acabar: Una piña de cedro, quizás del Líbano,
es mensaje hologramático, sirve para reconocer toda la belleza del mundo. Una
brizna de hierba por la que discurre una gota purísima. Un minúsculo pez de
plata silba su salmodia y protege porque
evoca el jardín del origen. Hay que decir que estas evocaciones que pudieran
surgir espontáneamente, son solicitadas de forma activa a los objetos. Pero
este hallazgo interior que se hace poesía en la acción de transmitirse, es
punto de partida a la conquista del revés del dextro, en una plenitud del
afuera, de la dignidad, de la fraternidad; "un lugar donde todos quepamos,
respirable". Esa es la tarea, descubrir los espacios de salvación y
comunicarlos, explosionar las chispas del hallazgo y, ya sin temor, recobrar el
mundo.
La tarea es sobrehumana, necesitada de ayuda; se invocan
entonces posibles aliados: La Naturaleza depredada: "Ven ciervo",
apacíguame, bebe en las rosas de mi sangre, ahuyenta mis temores, "Que el
dolor no dibuje su sombra en lo que amo". La Naturaleza inanimada; el
lugar de la belleza que protegen los pétalos del membrillo cuando se inunda de
la luz cenital también es invocado: "Proteged a mi hija en este tiempo /
Que salga indemne de la adversidad.". A veces se acude a los dioses del
lugar: "Ilúrbeda, patrona / Del lugar, de los bosques, / Protege lo
sagrado / Que pervive en mi espacio de origen / Y líbralo de tantas /
Profanaciones a que es sometido".
Pero hemos llegado tarde a la memoria y a la presencia de
los dioses; tan solo posa en los peñascos el plumaje del ala invisible de un
ángel. "El vuelo y la caída / Sostienen el sentido de este espacio / Y hay
un susurro de la levedad / Que acompaña al silencio y lo protege". Briznas
y despojos de lo que era sagrado y en ello hallamos los hilos que pueden
llevarnos a un tiempo de plenitud. Es la tarea del Ícaro lo que produce
sentido, lo que crea espacio y salva, no su resultado. Esa es nuestra tarea, la
miel de esa belleza para todos que exige cumplimiento.
"Todo se halla dormido, mas vive en la latencia. Es un
reino que espera, ay, la resurrección, cuando llegue la luz del tiempo nuevo,
cuando el ángel acuda a rescatar gozoso lo perdido. Allí te detendrás, mas solo
lo preciso y en silencio, en actitud reverencial y también recogida, para
marchar después. Dejarás una rosa como ofrenda".
El poemario se organiza en tres partes: ‘Hilos del tiempo’,
hilos para llegar aún a tiempo. ‘Nueve huellas de marzo’, residuos, briznas de
otras maneras de vida, de otras culturas, donde el mundo se ve en su
diafanidad, tal como es. Y ‘Cinco motivos clásicos’, donde los héroes antiguos
son hombres oscuros que pasan con su miseria a cuestas. ¿Será inútil gritarles?
* T. S. Eliot. ‘Cuatro cuartetos’. ‘Burnt Norton’
ELOY J. RUBIO CARRO
No hay comentarios:
Publicar un comentario