Carta blanca, de Rafael Saravia
Por Manuel Garrido Palacios
24/05/2013
‘La poesía de Saravia, como él mismo, se llena de sabiduría e ingenuidad, compromiso con la vida y derrame absoluto de imaginación comprometida con el lenguaje y las transgresiones de existencia necesarias para la creación de un mundo propio y emocionante’
(Jesús Hilario Tundidor)
‘En Carta blanca, su cuarto libro, Rafael Saravia sigue y ensancha el camino que expone su intemperie afectiva en busca de las señales de la conciencia. Un itinerario que se inicia en la autointerrogación, intelectual y corpórea ‘La genética nos conduce al hombre que conversaba con la tierra [...] esa que concierne al agricultor de esperanzas’, continúa con el cuestionamiento de los vínculos amorosos ‘Sólo como presa soy consciente de ti’, y finalmente vuelca su mirada sobre el mundo, en su calidad civil ‘Los herederos del juego quieren vender piolets / a los lectores del Manifiesto por un arte revolucionario independiente / y la nieve ya no limpia los fracasos cosidos al pulóver de los / embargados’.
En palabras de Víktor Gómez, ‘Lo genético es desbordado por la intensidad de la experiencia vital y la toma de conciencia frente al otro, sea amante, sea pueblo, sea un tiempo herido por sanar y resarcir’.
Rafael Saravia, fundador del Club Cultural Leteo y Ediciones Leteo, realiza una intensa labor como gestor cultural y editor, de la que se han derivado los reconocidos premios Leteo. En el ámbito literario, preparó y prologó la edición del libro homenaje a Antonio Gamoneda El río de los amigos (Calambur, 2009), así como, junto a Jocelyn Pantoja, Barcos sobre el agua natal. Poesía hispano- americana desde el siglo XXI (2012). Ha participado en antologías y ha publicado los libros de poemas Pequeñas conversaciones (2001, 2009), Desprovisto de esencias (2008) y Llorar lo alegre (2011)
ANTES Y DESPUÉS DE LOS PANES
Confundir el pan con la necesidad
es como asumir el pecado con la boca abierta
ante la mano de domingo vestido de capellán e iglesia,
vestido de oficio y cárcel para el que cree en la bondad
como símbolo de los calendarios quebrados.
Convencer es estéril, decía Benjamín.
Por eso ya no quedan voces en Hyde Park,
se alquilan las licencias de los oradores,
se saldan las atalayas
y los crepúsculos se quedan, ya sólo
con los sonidos ornitológicamente asequibles.
Convencer es estéril,
confundir el pan con la necesidad también,
Por eso se nos impone el golpe,
la traqueotomía al profesor que sólo cojea,
amputación de conciencias,
castración del fecundador de libertades.
Por eso la quietud.
O tal vez... todo lo contrario.
© Calambur (pág. 61)
© Rafael Saravia
Carta blanca en el Blog de Manuel Garrido Palacios
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