martes, 12 de marzo de 2013

Reseña: Autorretrato de otro. Sueños de la isla y la ciudad de antaño, de Cees Nooteboom, en ABC Cultural

Nooteboom, poemas en prosa
Andrés Ibáñez
ABC Cultural, 23/02/2013

El 25 de febrero llega a las librerías su Autorretrato de otro. Sueños con mucho de impresiones poéticas

Cees Nooteboom coge los grabados del pintor amigo, Max Neumann, los cuelga por las paredes de su casa de Mallorca, y deja que las imágenes le impregnen. Ha decidido (es una extraña decisión) que no va a "ilustrar" las imágenes, ni a comentarlas. Ha decidido utilizar lo que Lezama llamaría "el oblicuo". El oblicuo, en este caso, debe tener algo que ver con la luz de Mallorca, ya que las piezas de prosa, que son en realidad poemas en prosa, están llenas de luz, de peces y de imágenes marinas, mientras que las imágenes de Neumann son crueles, violentas, deformes. Están teñidas de un color naranja ocre que es, en realidad, el color más misterioso de todos: el de la carne humana.


Sin ojos 
Aparecen en ellas monstruos, animales extraños que se insertan en piezas de mobiliario, seres sin ojos, calaveras que quizá sean máscaras caídas; un hombre de cuyos oídos manan chorros oscuros; un verdugo que dirige el hacha hacia sí mismo; matas de pelo que brotan en lugares inesperados; cuerpos que parecen combinaciones de trozos de otros cuerpos.
Es importante la cita que corona la obra, extraída de la obra de Schlegel: "He querido mostrar que las palabras se comprenden a menudo mejor a sí mismas que aquellos que las emplean". Esta desconfianza del poder comunicador de las palabras, el recuerdo lejano de aquella afirmación de Heidegger de que "el lenguaje habla mejor que el hombre", sella definitivamente el carácter existencial y moderno (podríamos decir igual "modernista") del proyecto.
Una imagen de una especie de mujer calva y sin apenas rasgos que lleva un vestido plisado y porta algo oscuro, quizá una carpeta, en la mano, se acompaña de un texto donde un personaje masculino contempla una torre vigía que luego se transforma en una catedral sobre la cual pasan peces. Un dibujo que quizá podría representar un cisne muy estilizado se acompña de un texto donde se describe lo que había que hacer para llegar al "campo de los halcones": había que cruzar "el campo de las manzanas de Sodoma", luego "el campo de los higos" y finalmente "el campo de los halcones", donde dos halcones viven en un cobertizo.
Sea como sea, y aunque no fuera la intención del autor, la imaginación enseguida comienza a establecer vínculos y causalidades entre imágenes y poemas. Es, también, un efecto del oblicuo, que crea una "causalidad poética". Y así, por ejemplo, el dibujo número 12, que representa algo parecido a una banqueta de bar, es decir, una base circular sobre la que hay una columna que sostiene una plataforma en la que hay una máscara, parece verdaderamente inspirar el extraño monumento (una piedra vertical que sostiene otra horizontal) que contempla al personaje de las prosas, que parece engolfado en una especie de viaje de búsqueda a través de un paisaje inequívocamente meridional.
Y el dibujo 16, que representa una figura humana atrapada dentro de un cuadrado que quizá sea una celda, una casa o el centro de un laberinto, se acompaña de un texto donde leemos: "Hacía mucho tiempo que nadie lo había tocado. Su cuerpo parecía no existir", observación que parece provenir de la ausencia de brazos de la figura, que tiene desabridos tachones en su lugar.

Que no vuelen
Sea como sea, una sensación de inutilidad aqueja al viajero-lector a las pocas páginas. ¿El lenguaje se entiende mejor a sí mismo que a nosotros? Ganas nos dan, entonces, de dejarlo solo para que siga contándose esas cosas abstractas que se cuenta a sí mismo, esas imágenes inconexas y sólo un poco hermosas, esas visiones sistemáticamente cortadas para que no se enlacen, para que no signifiquen y para que no vuelen, o bien para que signifiquen sólo un poco, lo justo.
 

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