ABCD las Artes y las Letras, 10 de abril de 2010
Por Francisco A. Marcos Marín
¿Qué mueve al investigador a aventurarse en los caminos incógnitos de la atribución de autor a ciertas obras literarias? Quizás, dirían Les Luthiers, la falta de capacidad creadora propia o, dijeran otros, el deseo oculto de apropiarse de algo de la fama del autor o, tal vez, una manera de agradecerle el placer de su lectura, devolviendo su nombre al texto. El caso es que no hay erudito que no se haya adentrado alguna vez en la selva de las conjeturas. La autora de este enjundioso estudio tampoco es una excepción. Mas, como se trata de una investigadora capaz e inteligente, envuelve su objetivo principal, presentar a don Diego Hurtado de Mendoza como autor del Lazarillo de Tormes, en el ropaje, perfectamente diseñado, de una investigación profunda sobre testamentos, albaceas, relaciones.
Compensación de una deuda. Ello permite concluir que la aparición en el inventario de los bienes de Juan López de Velasco de Vn legajo de correçiones hechas para la impresión de Laçarillo y Propaladia, en un cajón que guardaba «papeles y libros que recibió al encargársele la administración de los bienes de Hurtado de Mendoza en 1582», es un indicio que refuerza mucho la tesis de que don Diego fue el autor de la vida de Lázaro de Tormes. Una atribución tan antigua como el texto. Todo ello, además, se relaciona con el ansia de libros de Felipe II.
Juan López de Velasco fue secretario de Felipe II, cosmógrafo, gramático, estudioso de las Indias, encargado por el Rey de reunir los libros para formar la Biblioteca de El Escorial y, entre otras muchas cosas, editor de la versión (poco) expurgada del Lazarillo. Todo ello se ofrece de nuevo al investigador como consecuencia del inventario y tasación de los bienes de un abogado, Juan de Valdés, el 27 de abril de 1599, el mismo que había sido testamentario de López de Velasco. Doña Francisca de Valdés, testamentaria de su hermano, añadió al inventario de los bienes de éste el que él había hecho de los de Velasco. Por eso aparecen entre ellos los cajones del embajador Hurtado de Mendoza, guardados por su antiguo administrador. ¿Por qué habría de separar don Diego papeles y libros e incluso repartirlos y esconderlos? La autora lo explica como consecuencia del deseo de que Felipe II no se llevara toda la biblioteca del embajador a El Escorial (como compensación por la cancelación de una deuda que no estaba nada clara), resistencia a lo que considera «rapiña» del Rey, por quien siente una de esas repulsiones que se producen cuando el biógrafo se mimetiza con el biografiado. Esa obsesión real le habría hecho poner al Santo Oficio sobre el Lazarillo, como obra que el Rey sabía que era de don Diego, para presionar a éste y que le cediera sus libros, sin más.
Quema de archivos. Esta trama apasionante permite al lector tener acceso a completas informaciones sobre los libros que formaban parte de la biblioteca de un gran humanista y sobre multitud de aspectos sumamente interesantes a los que sólo se llega tras una larga vida dedicada a una concienzuda investigación archivística. Por ejemplo, la familia Valdés, de Cuenca, a la que muy probablemente pertenecieron don Juan y Doña Francisca. No se olvide que Alfonso de Valdés es uno de los varios autores a los que se ha atribuido el Lazarillo. Desgraciadamente, como se sabe, aunque no se diga, la persecución de los católicos durante la Segunda República causó la quema de muchos archivos, particularmente en Cuenca, donde también ardieron los diez mil libros de la catedral. Se han perdido así fuentes irremplazables.
Aceptar o no la atribución a Hurtado de Mendoza de la autoría del Lazarillo no pone ni quita interés a esta investigación, que vale por sí misma, por los datos que aporta, el mejor conocimiento que proporciona de los bienes de los implicados, con los reflejos socio-económicos pertinentes, además de la información sobre libros y bibliotecas.
Este tipo de investigaciones requiere, para convencer, el complemento del análisis lingüístico, para el que son ayuda imprescindible los corpus del español existentes y las bibliotecas electrónicas. Los datos que estos suministran han de analizarse sabiendo discernir lo general de lo particular. Estos datos concuerdan con quienes han dicho que el Lazarillo fue compuesto por un humanista que conocía bien los escritos de Hernán Núñez conocido como Comendador Griego o el Pinciano, y, especialmente, sus Glosas a Las Trescientas de Juan de Mena (1499 y 1505). A partir de ahí, es libre hacer de detective.
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