Revista Aquí en Sevilla
A ratos parece Houllebecq. A ratos recuerda a Edgar Allan Poe. Otras veces, simplemente, parece un ángel caído, un borracho que se lame las heridas, o un guitarrista desahuciado entonando un blues roto a las puertas del metro. El estilo de Daniel Ruiz García en la novela La canción donde ella vive (Editorial Calambur), la tercera de su carrera, se antoja más bien una balada, un cántico desesperado y amargo, plagado de referencias literarias, cinematográficas y musicales (sobre todo musicales), y siempre dominado por el nervio. Una novela valiente, arrolladora, instintiva, un antídoto contra el aburrimiento que no te dejará indiferente, y que te apasionará si te gustan el rock y la cerveza.
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Blog Estatuas verdes, 3-6-2009
http://estatuasverdes.blogspot.com/2009/06/la-cancion-donde-ella-vive.html
Dicen que la literatura puede ser una forma de conocimiento (no racional) tan potente como otras más ortodoxas. Es una buena manera de llegar a intuiciones, y por usar la paradoja, de expresar lo inexpresable. Expresar con palabras lo que no se puede expresar con palabras es un don del verdadero poeta; para ello se sirve de cierto tipo de comparaciones especiales: el símil (A es como B), la imagen (A es B) y la metáfora (hablar de B directamente cuando me refiero a A). De entre ellas prefiero el símil y la imagen, creo que sobre todo hallar un buen símil es una de las operaciones poéticas más bonitas y dífíciles que se pueden realizar.
Y ahora, os contaré una historia. Hace tres semanas andaba por una feria del libro trasteando libros de poesía de Bolaño cuando escucho por megafonía las palabras “postmodernismo” y “Beach Boys”: era la presentación de una novela. Como mínimo, ya habían captado mi atención, se trataba de un libro acerca de unos amores con trasfondo de música rock, y no cualquiera sino sesentera: la que a mí más me gusta.
La novela se llamaba La canción donde ella vive (2009), el autor Daniel Ruiz García. Como quiera que -sin desvelar la trama- en la presentación se desveló que el libro trataba los temas de la mujer fatal, la metaficción, el cine y la música (con fuerte presencia de las canciones de Brian Wilson), no tuve más remedio que comprarla y pedirle al autor que me la firmara. Cuál no sería mi sorpresa cuando Daniel Ruiz (carambolas de la vida) me contó que era fiel lector de Estatuas Verdes.
Va por ti, Daniel, y por tu excelente novela, sabe Dios que me cuesta hablar de ella sin revelar sus secretos, es como hablar de la serie Perdidos sin poder argumentar por qué me gusta tanto (para no aguarla). Me aseguran que con Perrera (2008) -la obra que te ha puesto en el mapa- te saliste del mapa, no la he leído pero no tardaré en hacerlo. Me aseguran que La canción donde ella vive es tu obra menos experimental, y está claro que no va a revolucionar las letras españolas, pero amigo, ¿quién necesita a Huidobro o a Joyce pudiendo tener a alguien que le cuenta una interesantísima historia? Una historia que te da arañazos, además.
La canción donde ella vive es un relato confesional, formalmente es un monólogo escrito en primera y segunda persona por un narrador autodiegético (cuenta su propia historia) que en un momento puntual le cede la palabra a otra “primera persona”. El narrador, Mario, se dirige a un “tú” que es su amigo al que se está confesando, el personaje más nombrado del libro por virtud del vocativo pero que en realidad es un mero artificio literario. ¿Por qué me bajo a esta tramoya narratológica? Porque en esta novela cobra especial importancia la metaficción (“escribir sobre escribir”), hasta el punto de que se trata de una historia in the making, en proceso de construcción a medida que se va contando -o al menos este es el engaño que logra el buen Daniel Ruiz.
Y también porque sería injusto desdeñar su forma en favor del valor del contenido, siendo la forma tan interesante. El relato de Mario se convierte en una consciente carrera contrarreloj por dejar escrita la justificación de sus últimos actos y días, y desde la página 1 se nos muestra la preocupación del narrador por ordenar, seleccionar y secuenciar los materiales de su narración: sus “recuerdos”. Hay un par de metáforas muy aptas que Daniel Ruiz utiliza para capturar el proceso de construcción narrativa de Mario: de un lado una colección de postales que él debe ordenar cronológica (o al menos lógica) -mente, y del otro la recomposición cual puzzle de los fragmentos de un espejo hecho añicos. Así, a pellizcos, la historia va creciendo a medida que va persiguiendo al narrador y al propio lector, de manera tan acuciante como una arcada que nos sube por la garganta y nos impide respirar.
En cuanto al contenido... era lo fácil, seguro que a Guardiola le molaría una novela acerca de los trofeos del Barça, o a Carpanta una sobre los pollos asados. Es una trampa leer un libro sobre un tema que nos mola y es muy cercano, empero: podemos salir corridos de gusto o tremendamente decepcionados. Afortunadamente, el caso de La canción donde ella vive es la primera de estas opciones. Referencias cultu-sixties no le faltan (“Voodoo Child” de Hendrix juega un papel central, al igual que los álbumes Forever Changes de Love o Smiley Smile de Beach Boys), así como tampoco referencias culturetas mainstream, de Marcel Proust a Mark Rothko, pasando por Walt Whitman, Goya, Beethoven o la mitología griega. Pero todo eso, amigos, es bien sabido que se queda en nada si no hay una historia de fuste, y en este caso el fuste lo dan los sentimientos que entran en juego.
La voluntad de no destriparos la novela me impide dar más detalles acerca de la temática principal y varios de los subtemas que trata, pero baste decir que en La canción donde ella vive conviven muchos de los fantasmas y los males que aquejan a la sociedad actual, el ennui de las parejas y de las relaciones sin amor, la voracidad inmobiliaria, las vidas sin rumbo, la autodestrucción... todo ello regado con incontables botellines de cerveza y festoneado por las canciones que más nutren el alma.
Y sin embargo, lo que más me ha molado de este libro, por lo que seguramente lo recordaré, más allá del catálogo de canciones o artistas mencionados es por la manera de escribir de Daniel Ruiz. Un hombre amigo (al menos en esta obra) de la oración compleja y compuesta, de la catarata verbal, pero sin abrumar nunca al lector, siempre ofreciéndole la intuición justa. Si te puede poner dos ejemplos de algo, jamás te pondrá uno, y lo mismo sucede con los símiles e imágenes, de ahí lo que escribía en el primer párrafo de este post. De todo el libro me quedo con dos, que provocaron que me hiciera pipí encima: “ojos húmedos y oscuros como olivas flotando en un charco” y “la tarde es un enorme lienzo de Rothko”. Ah, a todo esto... ¿y la canción donde ella vive? Pues no os cuento cual es, pero no me puedo privar de deciros que la compuso Brian Wilson...
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