CECILIA QUÍLEZ DEFINE LA BELLEZA DE LA DESOLACIÓN EN EL RECITAL POÉTICO EN EL PALACIO DUCAL DE MEDINA SIDONIA EN SANLÚCAR DE BARRAMEDA
Manuel J. Márquez Moy
Anuncian con relativa frecuencia el descubrimiento de algún elemento paleontológico, litográfico, bibliográfico en las portadas de los rotativos de medio mundo como una revelación milagrosa. Los progresos en la genética también son dignos acontecimientos a destacar, sin lugar a dudas.
Ayer, en el Salón de Embajadores del Palacio Ducal de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda para mí se produjo un hecho a destacar también muy seriamente. Nunca había escuchado definir la belleza de la desolación. Esto, que a primera vista pudiera parecer una contradicción tiene una explicación.
Cecilia Quílez (Algeciras, 1.965), protagonizó ayer uno de los recitales con más calidez de los que he asistido en mi vida, y no han sido pocos. Los que nos dedicamos a la poesía, tenemos nuestras tendencias ó rarezas. Lo que yo estoy afirmando aquí pudiera parecer que Cecilia Quílez estuviera profanando el tabú de hablar de la desolación, de la desesperanza, con expresiva belleza. No es que profane ningún tabú, ni que atente con frivolidad nada al respecto de el lado oscuro de la condición humana, pero sí transgrede la costumbre cultural de regodearnos en nuestra propia miseria y depresión, sin proponernos encontrar las posibles perspectivas luminosas a la pérdida de un ser querido, o la muerte, ó el sentimiento de fracaso. Esa perspectiva luminosa se puede expresar de muchas maneras, pero Quílez consigue con delicadeza, con una sensible crudeza definir en su poesía esos momentos que nos marcan para toda una vida. Esto es harto difícil, pero las poesías de Cecilia Quílez deberían estar muy a mano de esta sociedad intoxicada por pandemias de desmemoria e indiferencia.
Es como si el dolor lo diluyera en la suavidad de una caricia. Es como si describiera cómo resucitar de cada naufragio personal envuelto en un clima sensual, fresco y cadencioso.
Cecilia Quílez es como si ayer expidiese recetas de alivio para el luto que todos llevamos, aunque en forma de poesía. A veces también sonaban a sentencias, con esa sensible crudeza, que iban directas a despertar nuestros sentidos existencialistas. Poesías de exquisita sencillez, nada barrocas, con lenguaje cercano e intimista.
Esto son las cosas que tiene el ir a un recital de poesía de manera improvisada, que de pronto, cuando menos te lo esperas, hay alguien que te espera para acariciarte el alma.
Felicitar a la Fundación Casa Ducal de Medina Sidonia por el acierto de estas jornadas de poesía que finalizan hoy Viernes 19 con la presencia de la poeta Ana Rosetti.
En cuanto a Cecilia Quílez, tiene tres libros publicados de poesía: “La posada del dragón”, “Un mal ácido” y “El cuarto día”. Ayer también recitó poesías inéditas para un nuevo libro.
http://aventura-humana.blogspot.com/2009/06/cecilia-quilez-define-la-belleza-de-la.html
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Reseña en la revista Piedra de Molino (junio 2009)
La voz de Cecilia Quílez (Algecíras, Cádiz, 1965) es, en este poemario, ya madura, diferente, telúrica, a momentos la voz antigua del fondo del mar, “he vuelto a hacer de memoria peñones en la arena”, a versos, la de una mujer inmensa “una hermosa ánfora / que no quiere ser contemplada / ni tampoco bebida” o la voz de la inmensidad de lo femenino, “Negaremos lo que harían los hombres / con una mujer / cuando no hay hombres”. Pero es aún más. En círculos concéntricos, Quílez nos va revelando el profundo misterio de la existencia; que hay que morir algunas veces para abrir los ojos, dejarse arrastrar por la pasión para reconocerse en el espejo. Con un ritmo personal, la voz nos va envolviendo hasta el encantamiento “a la que yo daba cuerda a la que yo daba cuerda / a la que yo daba cuerda / para seguir estando cuerda y no recordar”. O nos clava el punzón del abandono o del deseo. Poesía hecha piel o carne de poesía.
A.M.P.
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