Safiatou Amadou y José Manuel Pedrosa, El héroe que fue al infierno
y escuchó que cantaban allí su epopeya, Calambur Narrativa, Madrid
2014, 263 pp.
Con estos, como reza el subtítulo de la obra, Cantos épicos del pueblo
djerma de Níger siguen Pedrosa y sus colaboradores obsequiándonos
un variado panorama de las tradiciones artísticas verbales de todo el
orbe. Impresiona, en este caso, constatar la realidad ―que por desgracia
ya no vitalidad― de esta preliteratura con su casta de rapsodas que
tan solo acompañados de su moolo o tricorde lira se dedican todavía
hoy a cantar las hazañas de los jefes tribales y a entretener y deleitar
al público en general con el ingenio de sus acordes, dicción, gesto,
inventiva y memoria. Impresiona constatar los paralelismos que los autores
llegan a establecer, por ejemplo, entre algunas de estas epopeyas
y no pocos pormenores ―ahí es nada― de la Odisea del vate Homero.
Constatar impresiona asimismo que verbigracia en remotos condados
célticos de las húmedas Islas Británicas puedan escucharse en realidad
variantes del mismo tradicional cuento que encontramos en la árida
Níger a propósito del origen de los jasarey u homeros de este pueblo
radicado fundamentalmente en Níger y conocido también bajo los etnónimos
de zarma, zerma y otros. Se sabe que los cuentos viajan tanto
como los chistes ―otra sui generis tradición oral― y las azafatas, pero
sólo en época reciente hemos comenzado a preguntarnos más concretamente
cómo. Dentro de la general disciplina de lo que algunos
especialistas llaman ya Paleoetnología y consistente en la reconstrucción
de los orígenes de las diversas tradiciones etnográficas, inquieta la
posibilidad de certificar que muchas de esas tradiciones, bajo variantes
más o menos próximas pero aún reconocibles y documentadas a veces
por los cinco continentes, hayan salido en realidad de un arcón ancestralísimo
y que con el éxodo desde África del hombre anatómicamente
moderno o sapiens sapiens en el Paleolítico Superior pudieran haberse
extendido por todo nuestro planeta. Si así fue[ra], el folclore de África
―mayormente aún vivo, pero que urge recoger y estudiar antes de que
definitivamente se contamine o desaparezca― está destinado a conformar una de las más decisivas respuestas a ese desafío que actualmente
afrontamos de identificar aquel tan ancestral fondo común ―detectable
sobre todo en los pequeños y singulares detalles― de nuestros
cuentos y leyendas o, mejor, oyendas. Enhorabuena a los autores, a
ella y él, por esta obra magnífica en lo ético y en lo estético, en lo histórico
y en lo literario, enhorabuena por su coraje, gusto y sabiduría.
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