Juan Carlos Mestre: «La poesía no es literatura; es, como dice Gamoneda, un proyecto espiritual»
Apela al poema como acto de construcción del lenguaje y rechaza el «artefacto decorativo que anima los festejos del habla»
El hijo del panadero cambió el pan por la poesía. «Para amasar había que madrugar mucho», bromeaba ayer Juan Carlos Mestre(Villafranca del Bierzo, 1957). El ganador del Premio Nacional de Poesía del 2009, con el poemario La casa roja, tiene claro que los causantes de su cambio fueron dos poetas, los dos Antonios: Gamoneda y Pereira. Mestre recitó anoche en A Coruña en el marco del ciclo Poetas Di(n)versos, junto con Miguel Mato Fondo (Ponteceso, 1953), poeta «e axitador cultural», decía Yolanda Castaño, anfitriona del encuentro celebrado en el Ágora. Mestre, con una amplia trayectoria como artista plástico, acompañó los versos con el acordeón.
¿Cómo afronta un recital?
Desde la perspectiva del azar. Lo primero es mirar a la gente, decirles: «¿A qué habéis venido?». En función de esa respuesta que te da el silencio uno intenta ser lo más discreto posible. Pertenezco a esa tribu de los que han renunciado a ejercer todo tipo de autoridad artística sobre los demás. Se piensa que la poesía nace del poeta y creo que es una de las grandes barbaridades extendidas por la cultura dominante. Para que un poema exista tiene que existir el poeta, sí, pero fundamentalmente el receptor, aquel que reconoce esas palabras como poemas. Para eso es necesario saber si en la sala hay gente que quiera ser poeta. Si solo están dispuestos a ser espectadores hay que llamar a un cantante.
¿«La poesía ha caído en desgracia» como titula un poemario?
Es un libro que escribí en plena juventud. Todo el pensamiento poético es, de alguna manera, un pensamiento paradójico. En algún momento de mi vida había creído que la poesía era un arma cargada de futuro, como pensaba Celaya. Hoy no me siento próximo a ese pensamiento. Creo que las metáforas bélicas no son necesarias para la poesía y que es un territorio en el que el poeta no debe tener ninguna alianza. Más que el poema se convierta en un ingeniero, o en un obrero, constructor de futuro, me bastaría con que se convirtiera en un testigo del presente, en un incómodo testigo del presente, que siguiera recordando para qué han sido hechas las palabras. Seguir recordando para qué fue hecha la palabra piedad, o misericordia. ¡Qué significa la palabra justicia! Eso está arrasado. Una bebida refrescante con burbujas se ha apropiado del discurso de la felicidad. Y no es así.
¿Se lee poca poesía?
-La poesía no está ahí para ser consumida como algo más, como un producto. La poesía ni tan siquiera es literatura; es, como dice el maestro Gamoneda, un proyecto espiritual, una manera de estar en el mundo. Y, dialécticamente, se opone a ser consumida.
Dice en uno de sus poemas: «Los poetas consumen su vida alrededor de viejas palabras».
-Sí, claro, las viejas palabras que siguen nombrando los grandes desafíos. No creo que haya ninguna otra aspiración más común al género humano que la aspiración a la felicidad... La poesía es una aliada en la construcción utópica del porvenir, por eso su alianza está con las viejas palabras que siguen recordando tres principios: igualdad, inocencia y felicidad.
¿Está con el grupo de escritores leoneses o con otros como Neruda, ya que estuvo en Chile?
-Conocí desde niño a dos poetas con los que me he formado literaria, espiritual y emocionalmente. Uno de ellos es Antonio Pereira y el otro es Antonio Gamoneda. Los traté desde los siete u ocho años y es posible que si no me hubiera encontrado con ellos me hubiera dedicado al destino natural que tenía en mi casa: hijo de un panadero, pues repartir panecillos por las calles del pueblo. Aunque mi poesía posiblemente no tenga una proximidad estética ni a la de Antonio Gamoneda, ni a la de Antonio Pereira, es deudora de su gran vocación moral, del concebir la poesía como un acto de construcción del lenguaje y no como un artefacto decorativo que anima los festejos del habla.
«En Villafranca, en la panadería, mis padres y mis abuelos hablaban siempre gallego»
Mestre duda ante la pregunta obvia de en qué proyecto anda metido: «No sé si contártelo», replica.
¿No se puede contar?
Sí. Es que nadie me ha preguntado específicamente. Acabo de sacar un libro con Monedero. Yo no soy de Podemos. Soy amigo de Monedero... y de otros.
-¿Es un libro de poemas?
No, es una reescritura sobre La Cenicienta, como la metáfora de España. Todo el mundo pregunta por eso y no hablo de lo mío
¿Y qué es lo suyo?
Mis abuelos maternos, lo Mestre, eran de Xinzo y Castro Caldelas, donde está la tumba de los Mestre. En la panadería de Villafranca mi padre y mis abuelos siempre hablaban gallego; yo hablaba gallego y mis primeros poemas los escribí en gallego, pero me fui a estudiar a Barcelona. Lo que era mi lengua materna, que debía ser el gallego, se fue alejando del hábito pero no de la fundación de un lugar de conciencia al que estoy intentando regresar. Y por eso mi próximo libro estará escrito en gallego. Lo tengo prácticamente terminado, pendiente de alguna corrección. Quiero tratarlo con el máximo respeto porque está escrito con el corazón pero no con el saber lingüístico. Me hace una tremenda ilusión.
Gamoneda es un afectado por las inspecciones de Hacienda a escritores, ¿qué le parece eso?
A mí no me sorprende. Hace muchos años Walter Benjamin, el gran pensador alemán, escribió un ensayo, para mí, sobrecogedor. En momentos como este uno entiende la profecía de Benjamin cuando dijo: el gran botín de los amos ya no son las plusvalías, el gran botín de los amos es la cultura. Hemos llegado al tiempo en que no son los dinerillos lo que nos quieren quitar, es la conciencia de lo que la poesía aporta al mundo: pero no podrán callar la capacidad de rebelión que tiene la poesía. Me parece un acto de Estado vergonzante.
Véase también en http://www.lavozdegalicia.es/noticia/literatura/2016/01/26/juan-carlos-mestre-poesia-literatura-dice-gamoneda-proyecto-espiritual/0003_201601G26P37991.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario