Por Javier Lostalé
Mercurio, nº 164. Octubre, 2014
Desde su primer libro, La posada del dragón, Cecilia Quílez se ha desnudado psíquicamente en su escritura a través de unos poemas que respiran verdad y libertad. Una escritura con alta temperatura pasional en la que se anudan lo real y lo simbólico, lo intuitivo y lo reflexivo, una búsqueda donde lo íntimo tiene una dimensión cósmica y el amor es consumación. Hay además en ella una energía femenina fecundadora de la plena independencia y una ordenación del tiempo y del espacio en armonía con los movimientos sísmicos de la poeta. Todo ello trasmitido mediante un lenguaje confesional con lianas en el surrealismo y el expresionismo. El cuarto día y Vísteme de largo son otros libros de la escritora algecireña fieles al universo poético sucintamente dibujado que adquiere su máxima temperatura basal con La hija del capitán Nemo. La referencia del título a la obra de Julio Verne prepara ya al lector a la comunicación con alguien, Cecilia, que, como el capitán Nemo, no abandona la lucha ni la exploración de la existencia, y que es capaz de renacer tras ser arrastrada por torbellinos internos que el lector enseguida unirá a los producidos por la pérdida del amor, núcleo vivificante de este poemario, sin que en modo alguno esto signifique que lo autobiográfico no sea elevado en todo momento a categoría y así resuene en otros corazones y conciencias.
El libro es un ascenso hacia la luz tras haber habitado lo abisal humano, después de haber naufragado en una aventura amorosa en que el cuerpo es la escritura de lo que a los amantes les ha sucedido; cuerpo que transpira espíritu y abre su lenguaje más hondo a través del llanto. Naufragio o desamor que de todo desata a quien, como en este caso, es desamada, y que germina tristeza y sombra, que se torna constante pregunta y alumbra en la poesía de Cecilia Quílez la figura de un ángel en ella entrañada que irradia tanto inmortalidad como brumas demoníacas. Decía que La hija del capitán Nemo es un ascenso hacia la luz porque hay una búsqueda constante del amanecer, un canto a la plenitud y al gozo y un anhelo también de liberarse del amado borrando hasta su aurora: Viví tu guerra y tú la mía/ El olvido ha dejado flores en mi lecho/Esta es mi victoria/Amanecer y no pensarte. Liberación del tiempo del amado para que la palabra amor, de nuevo, sea Violentamente amanecida.
En este libro de Cecilia Quílez en que no existe puntuación porque todo se integra: lo físico y lo psíquico, lo intutivo y lo reflexivo, el placer y la culpa, y donde se cumple una antropofagia celular hasta el último latido del ser. Pocas veces la creación poética adquiere tan alto grado de liberación vital y lingüística.
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