El Cultural, viernes 30 de septiembre
por Túa Blesa
La palabra escogida para nombrar este conjunto, “futuralgia”, deja lugar a pocas dudas: hay un dolor del futuro y lo hay porque el presente es un presente enfermo, si es que no conviene más decir que en estado de coma. Y es así, según la mirada de Reichmann –pero ¿cómo es que no es la visión de todos?– por la explotación: la explotación de los débiles por los poderosos, el beneficio ante todo cueste lo que cueste, y no menos la explotación, sobreexplotación mejor, del planeta, del mar, de la tierra y sus bienes con lo que la ecocrítica tiene en estas páginas materiales imprescindibles. Todo ello lleva irremediablemente a la erosión –Cántico de la erosión tituló uno de sus libros–, la usura de la que habló Pound, tan distante por tantos otros motivos. La voz, o las voces, de esta poesía ve el desmoronamiento a su alrededor, también el de la dignidad humana, pero, como se lee en uno de los poemas, “Lo que me destruye / corrobora mi identidad.”
Y de esta reafirmación, problemática como le corresponde a un poeta moderno, Reichmann continúa su alegato, poético no se olvide, contra las múltiples formas del mal. Un mal que actúa también en la trivialización de la poesía y al respecto léase, por ejemplo, “Sobre la dicha y el ombligo”, comentario explícito de tanto poema (?) banal que circula y, ay, con no poco éxito. Además de que está en juego –y a punto de caer en la peor de las casillas– el mundo, la vida, lo está la verdad. Una verdad, verdad de mundo, verdad poética, que recorre toda esta escritura: dignidad de la palabra, dignidad del hombre son sus valores ciertos. Y hay ocasión para otros tonos, como cuando se nombra la vida como “fugaz / constelación de brasas” o se lee “La lengua azul de la mañana / se me posa en la piel” o se canta al cuerpo, al paisaje o, en fin, al amor, sobre lo que Provencio tiene atinadas palabras.
La poesía española actual sería otra, más pobre, sin la escritura de Reichmann.
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