Los descontentos y la vida bella
Manuel Rico
El libro de la semana, Babelia, El País, 16/08/2012
El escritor apuesta en La bicicleta del panadero por la
poesía sin adjetivos, demostrando que no ha caído en desgracia.
Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) es
una de las voces más personales de entre las que irrumpieron en nuestra poesía
en la década de los ochenta del pasado siglo. Gracias a una obra rigurosa
(nueve poemarios en treinta años), a su apuesta por un irracionalismo que nunca
pierde pie en la realidad y a un estilo inconfundible se ha convertido en un
poeta de referencia obligada. Con La casa roja obtuvo el Premio Nacional de
2008, y ahora, tras la recuperación de los textos de juventud en La visita de
Safo y otros poemas para despedir a Lennon (2011), Mestre da una vuelta de
tuerca y se despacha con algo inusual: La bicicleta del panadero, un libro de
casi 500 páginas que tiene mucho de anacronismo frente a la omnipresencia del
libro breve y, si se me apura, ligero de este tiempo digital. Un anacronismo
saludable y hasta necesario, que arriesga y, a la vez, apuesta por la poesía
sin adjetivos demostrando que pese al admonitorio título de su quinto poemario,
esta no ha caído en desgracia.
Ya desde el título, el libro presenta una gran carga
significativa: la bicicleta como metáfora de una existencia basada en la
utopía, en el equilibrio entre el hombre y la naturaleza, en cierta añoranza de
un tiempo ideal, no prostituido por la razón mercantil y sus servidumbres; el
panadero como artífice de un alimento ancestral, casi originario (y no solo en
el sentido bíblico). A lo largo de casi trescientos poemas escritos con un tono
y una música sostenidos, envolventes, Mestre nos conduce a un viaje con el que,
a base de imaginación, de asociaciones imprevistas y casi provocadoras, indaga
en la conciencia de lo contemporáneo: la cultura, el arte, la política, los
acontecimientos que desde el pasado marcan, condicionan y determinan el
presente, la memoria y sus diversos estratos (en el plano íntimo, pero también
en el colectivo), el mundo como un medio complejo, poliédrico, en el que
flotan, se comunican, establecen una relación dialéctica lo popular y lo culto,
el más depurado y atrevido alarde lírico con destellos de un prosaísmo cruzado
por la ironía. Todo ello en un ambiente fantasmal, hecho de espacios y lugares
imposibles, de convivencia de tiempos, escenarios y objetos fuera de la lógica
establecida.
En más de una ocasión, Juan Carlos Mestre ha utilizado el
término “poesía de la conciencia” para definir su obra: una combinación de
conciencia crítica civil y política y conciencia de la propia materia poética:
es decir, cuestionamiento del lenguaje convencional y búsqueda de sus
potencialidades más sorprendentes y ocultas. En La bicicleta del panadero hay,
además, una ambición cósmica. Pero no abstracta ni metafísica, sino sustentada
en la historia.
Así, se acerca a realidades que han marcado la conciencia
civil y cultural del siglo XX (Mayo del 68, Auschwitz, la Guerra Civil, el
asesinato de Lennon…) poniendo en pie un protagonista colectivo, un personaje
coral que dialoga con el lector a través de múltiples voces: los sastres, los
carpinteros, los chatarreros, los alquimistas, los hojalateros, los judíos
marcados para siempre por el Holocausto, los poetas, los socialistas utópicos,
los representantes de los mercados, los albañiles, el dependiente, el padre
(“Los padres mueren en invierno, tosen en invierno cansadamente sensitivos como
trenes que ya no van a partir tosen mientras se deslizan sobre la nieve”),
conforman un colectivo de procedencia popular que se relaciona dialécticamente
con un universo cultural poliédrico: un vasto territorio de lecturas, de
evocaciones, de restituciones y homenajes (de Picasso a Gide, de Cortázar a
Pérez Estrada, de Lêdo Ivo a Marc Chagall). Son las distintas caras de la
conciencia, la trastienda oculta de una memoria que es algo más que legado
propio: es también herencia de los antepasados.
Al leer el libro de Mestre, uno se pregunta hasta qué punto
la poesía no es hoy el refugio de las grandes incertidumbres de los seres
humanos en un mundo crecientemente mercantilizado, el lugar donde la palabra,
desde la insumisión, intenta ordenar el caos, darle un sentido histórico-emocional
nuevo, intuir un futuro diferente. A esa pregunta parece responder el autor con
una conclusión implícita: la mirada más fértil y verdadera es la que se
alimenta de la derrota. La lucidez extrema deviene, sí, del caos, pero también
de la imposibilidad, de las derrotas sucesivas que han edificado la historia
del hombre, la geografía de la compasión en un mundo terrible: “Pocos confían
en las multiplicaciones bíblicas / Nadie encuentra en el río pepitas de oro /
Ningún periódico trae un ruiseñor en la primera página”. No por casualidad, La
bicicleta del panadero se despliega tras una ilustrativa cita de Francis
Picabia: “Los descontentos y los débiles hacen la vida más bella”. Mestre ha
construido un extenso mosaico, un emocionante palimpsesto que es, en el fondo,
un homenaje a las víctimas de la historia, a las realidades demolidas y a los
sueños que aún viven.
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