viernes, 23 de diciembre de 2011

Reseña de Vísteme de largo, de Cecilia Quílez, en Mercurio

Mercurio, n.º 136, diciembre de 2011
Por Isabel Pérez Montalbán


Cecilia 
Quílez. Vísteme de largo.

Calambur Poesía, 118. 92 p.
ISBN: 978-84-8359-212-0. 10,00 €.


Vísteme de largo
es ya el cuarto poemario de Cecilia Quílez (Algeciras, 1965). En conjunto, su obra configura una lírica fresca, anticonvencional y muy cuidada en la forma. Este nuevo título, tal vez el mejor hasta el momento, no hace sino confirmar la evolución de su estilo, pero va más lejos al profundizar en el lenguaje simbólico y añadir una visión crítica contra los roles establecidos para la mujer y una conciencia de género. Así, la autora se desnuda en busca de la otra que hay detrás del vestido, en su pasado, en su proyección y oponiéndose a los tópicos: “Ni dama, ni niña, ni poeta, ni rara aleación de lo correcto”, o bien: “Detrás de una mujer hay otra mujer”, y más claro en el poema breve: “De pequeña soñaba con un vestido largo. / Necesitaba un cuerpo que lo envolviera. / Ahora necesito otro cuerpo / y otro vestido que ponerme”. Entiéndase el vestido alegóricamente, como símbolo de transformaciones personales, del entorno sociocultural que impone sus reglas y del propio subconsciente.


Como dije de ella con motivo de su anterior entrega,
Quílez sabe utilizar la imagen retórica y el ritmo sintáctico para escribir una partitura musical que se deja oír tanto en su música como en sus letras, es decir, en la forma y en los contenidos, logrando el equilibrio entre lo que pretende decir, lo que dice y la posibilidad de que el lector realice su propia interpretación.

De otro lado, siempre tiene esta escritora reminiscencias neorrománticas –inmersas en lo contemporáneo– en la recreación de ambientes, visibles en el uso de determinado vocabulario (ataúd, esqueleto, acantilado, cruces, ciénagas, cancelas, panteón, tumbas, difunto, ángeles o hiedras) y conceptos (rebeldía, sensualidad, trascendencia del yo, idealismo frente a materialismo y desasosiego). Es la suya una escritura que a veces pudiera resultar críptica e irracionalista, pero que no debe confundirse con hermética, ya que revisa aspectos de algunas vanguardias, además del romanticismo mencionado. Así, el surrealismo: “las mujeres bordan cruces en el alma de los peces” o “ya estamos llegando al velo de luna del ojo anciano”, brillante metáfora para hablar de la pérdida de vista o las cataratas. Y el expresionismo, evidente cuando habla del miedo al ángel custodio por cómo “desollaba inocentes y se atusaba el plumaje con los restos de sus entrañas”. Esta profusión lingüística y el juego de paradojas: baile frente a muerte; vestido frente a desnudo (que a su vez opone apariencia y verdad) o infancia frente a madurez, se alterna con otros enunciados concisos y claros.
 
Vísteme de largo se divide en tres partes: “Silencio sostenido”, que mira la infancia con mirada rebelde; “Dilación del desnudo”, que ahonda en su convivencia con el deseo y el amor; y “Vísteme de largo”, que asume el paso del tiempo, el futuro más adelgazado y la muerte en el horizonte. Están presididos estos poemas por la oscuridad, la noche y el frío, símbolos de la persona/mujer que ha dejado atrás varias mudas de piel y vestidos para saberse otra detrás de la apariencia y lo que fue.

Con este libro, Cecilia
Quílez sigue definiendo un imaginario personal pero accesible, aúna lenguaje culto con expresiones cotidianas, a veces infantiles (dibujos animados, piñatas o polo de limón). Y se distingue en una búsqueda incesante de imágenes que merecen citarse: “Anoche no es un pronombre de tu nombre”, “Los amantes agonizan en la oscuridad del libro de las horas” o “Solo los náufragos sueñan con árboles”.

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