Mercurio, n.º 136, diciembre de 2011
Por Isabel Pérez Montalbán
Cecilia Quílez. Vísteme de largo.
Calambur Poesía, 118. 92 p.
ISBN: 978-84-8359-212-0. 10,00 €.
Vísteme de largo es ya el cuarto poemario de Cecilia Quílez
(Algeciras, 1965). En conjunto, su obra configura una lírica fresca,
anticonvencional y muy cuidada en la forma. Este nuevo título, tal vez
el mejor hasta el momento, no hace sino confirmar la evolución de su
estilo, pero va más lejos al profundizar en el lenguaje simbólico y
añadir una visión crítica contra los roles establecidos para la mujer y
una conciencia de género. Así, la autora se desnuda en busca de la otra
que hay detrás del vestido, en su pasado, en su proyección y oponiéndose
a los tópicos: “Ni dama, ni niña, ni poeta, ni rara aleación de lo
correcto”, o bien: “Detrás de una mujer hay otra mujer”, y más claro en
el poema breve: “De pequeña soñaba con un vestido largo. / Necesitaba un
cuerpo que lo envolviera. / Ahora necesito otro cuerpo / y otro vestido
que ponerme”. Entiéndase el vestido alegóricamente, como símbolo de
transformaciones personales, del entorno sociocultural que impone sus
reglas y del propio subconsciente.
Como dije de ella con motivo de su anterior entrega, Quílez sabe utilizar la imagen retórica y el ritmo sintáctico para escribir una partitura musical que se deja oír tanto en su música como en sus letras, es decir, en la forma y en los contenidos, logrando el equilibrio entre lo que pretende decir, lo que dice y la posibilidad de que el lector realice su propia interpretación.
De otro lado, siempre tiene esta escritora reminiscencias neorrománticas
–inmersas en lo contemporáneo– en la recreación de ambientes, visibles
en el uso de determinado vocabulario (ataúd, esqueleto, acantilado,
cruces, ciénagas, cancelas, panteón, tumbas, difunto, ángeles o hiedras)
y conceptos (rebeldía, sensualidad, trascendencia del yo, idealismo
frente a materialismo y desasosiego). Es la suya una escritura que a
veces pudiera resultar críptica e irracionalista, pero que no debe
confundirse con hermética, ya que revisa aspectos de algunas
vanguardias, además del romanticismo mencionado. Así, el surrealismo:
“las mujeres bordan cruces en el alma de los peces” o “ya estamos
llegando al velo de luna del ojo anciano”, brillante metáfora para
hablar de la pérdida de vista o las cataratas. Y el expresionismo,
evidente cuando habla del miedo al ángel custodio por cómo “desollaba
inocentes y se atusaba el plumaje con los restos de sus entrañas”. Esta
profusión lingüística y el juego de paradojas: baile frente a muerte;
vestido frente a desnudo (que a su vez opone apariencia y verdad) o
infancia frente a madurez, se alterna con otros enunciados concisos y
claros.
Vísteme de largo se divide en tres partes: “Silencio sostenido”,
que mira la infancia con mirada rebelde; “Dilación del desnudo”, que
ahonda en su convivencia con el deseo y el amor; y “Vísteme de largo”, que asume el paso del tiempo, el futuro más
adelgazado y la muerte en el horizonte. Están presididos estos poemas
por la oscuridad, la noche y el frío, símbolos de la persona/mujer que
ha dejado atrás varias mudas de piel y vestidos para saberse otra detrás
de la apariencia y lo que fue.
Con este libro, Cecilia Quílez sigue definiendo un imaginario personal pero accesible, aúna lenguaje culto con expresiones cotidianas, a veces infantiles (dibujos animados, piñatas o polo de limón). Y se distingue en una búsqueda incesante de imágenes que merecen citarse: “Anoche no es un pronombre de tu nombre”, “Los amantes agonizan en la oscuridad del libro de las horas” o “Solo los náufragos sueñan con árboles”.
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