Por Antonio Tello
Con 28010 (Calambur, 2011), Marta Agudo fundamenta el decir poético como código que domicilia la identidad en el mundo y cuestiona su dirección a partir del lenguaje, que aquí se revela materia maleable y corregible. Con este poema, la poeta construye su tiempo, su geografía a la vez que se reconstruye a sí misma como voz en un paisaje donde «la luz fracasa».
Juan Luis Panero suele afirmar que en estos tiempos que corren, el problema de muchos poetas, por no decir de la mayoría, es que no piensan. «Escriben versos, pero no piensan», dice. No es el caso de Marta Agudo, quien en 28010 no sólo piensa sino que hace de su pensamiento el móvil de una corrección, de una recreación que, desde el primer latido de la palabra, la devuelve al mundo. A la realidad perceptible del mundo. Partiendo de la idea de que la verdadera patria del hombre es el idioma, MA tiene la voluntad de hacer desaparecer todo vestigio de identidad individual, conduciendo condición temporal hacia el sumidero del yo, para descubrirse, sentirse libre, inocente -...en la explanada de la palma poder sembrar carteles, opúsculos, las cadencias de mi sintaxis o la precocidad de un niño...- y viva.
¿Qué fue primero, el nombre o el verbo? se pregunta MA y sobre esa incertidumbre levanta su poema como una desesperada voz, como una argamasa que pretende cubrir las junturas dúctiles, pero también las fracturas y contradicciones de una lengua, que es yo, carne consciente inferida de tiempo. Formulación de una sintaxis dislocada que se balancea con temerosa cadencia al borde del abismo. Una sintaxis ante el espacio que le revela su verdadera escala y su finitud.
Entonces ¿hacia dónde trazar la fuga? Quizás la salvación está en los otros, pero al cabo comprende que en el signo «más» donde el conflicto y sobreviene la parálisis y la certidumbre de no hay rumbos ni decisiones...sintaxis de los prodigios, la relación del yo con sus restantes. Se desgastan las aceras y plagas acorraladas, infecciones aún por explorar, avalancha de vidas que sustentan el engranaje de este mecano de hombres bruscamente verdaderos. Milagro o astucia, ignoro las reglas y voy dando tumbos hasta casa. Cuando llegue patios abandonadas, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel. Este poema sintetiza magistralmente no sólo el sentido del libro, sino, sobre todo, ese estado del vivir con un radical sentimiento de extranjeridad existencial que prolonga en la modernidad una tradición poética enraizada tanto en los poetas bíblicos de Sabiduría o el Eclesiastés, como en los poetas sufíes o los místicos españoles. Aunque, a diferencia de aquéllos, el creador de MA ha sido despojado de su divinidad y se lo percibe luchando por corregir las torpezas sintácticas de su lengua.
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