Revista Turia, n.º 97-98 (marzo-mayo de 2011)
Por Ignacio Escuín Borao
"Estoy aquí, pero me alejo" dice el poeta a una distancia prudente pero cercana, tanto que parece estar hablando directamente a nuestro interior desde su interior. Nos observa, porque en este libro Eduardo Moga lo observa todo, y reflexiona acerca de lo que ve al tiempo que se embarca en la escritura de un nuevo poema o en el pensamiento que trajo una noche de insomnio, una imagen atrapada o un recuerdo que se reproduce en su cabeza una y otra vez. El poeta ha construido una atalaya desde la que ve el mundo a sus pies y ahora lanza sus versos cargados de profundidad como quien realiza una crónica de los días vividos. Y en ese espacio es libre, absolutamente libre. Y esta premisa, aunque se le supone a todos los poetas, solo es atendida por aquellos que entienden el espacio poético con el rigor y la seriedad que merece. Eduardo Moga es libre en el espacio de la escritura y campa a sus anchas en toda la extensión de Bajo la piel, los días con su verso en prosa (por el que tanto ha hecho a lo largo de los años), arrojando a las manos de los lectores un poemario complejo que invita a que cada uno complete los poemas con sus propias reflexiones.
Tal vez los fragmentos que componen este libro (XXXI) puedan entenderse como pequeños fragmentos del propio autor, episodios que ayudan a descubrir las diferentes cuestiones que aborda en su vida y en la literatura. Quizá sea aventurarse demasiado pero es difícil no ver detrás de este poemario un diario personal e íntimo, un lugar en el que el autor ha transcrito sin censuras de ningún tipo (ni tan siquiera literarias) aquello que sucede y roza el interior del individuo. No hay una enumeración de cuestiones frívolas, no hay un número ingente de versos en procesión, solo existen las palabras justas que viajan por le interior de la piel en el día a día. El poeta escribe acerca de la vida, de la que conoce, escribe sobre otros libros, otros poetas, otras vidas, también, pero siempre desde el interior. Este es, a buen seguro, el mayor viaje de los que puede proponerse en un libro de poemas, también el más valiente (porque es el que más muestra) y por ello merece todo nuestro reconocimiento.
"El poema no ha de contener nada, salvo su propio aliento", quizá pocas palabras sobre la poesía sean tan acertadas como estas. Esto es un análisis poético, sobre la estructura poética e, incluso, sobre el sistema poético. Es una reflexión que va más allá de lo habitual, propia de quien conoce la poesía de todos los lugares (como autor, crítico y editor): "(Lo anterior sí es poesía: participa de la ambigüedad de lo absoluto: de lo que no puede ser dicho de otra manera; no significa: insemina; y cada palabra es arrastrada desde la vibración que la ha propiciado hasta el lugar que ocupa en la página. Ha atravesado la maleza de los sentimientos, y el grosor de los ecos, y la falsedad de los símbolos. Como siempre temo la hipérbole: su filo máximo, que acaba por ser romo)". Detengámonos un momento. Eduardo Moga disecciona en esta reflexión todos los riesgos a los que el poeta debe enfrentarse y nos muestra el camino con el saber estar que le caracteriza, sin dogmas, solo con su propio ejemplo. Y fruto de textos poéticos con fundamento teórico como este, este libro es más que un poemario, es también un manual de acción poética, un libro de supervivencia, de cómo el poeta puede afrontar la escritura de un poema y cómo seguir vivo. No alcanzo a comprender cuál de las dos cuestiones es más importante, quizá lo más significativo sea, como ha señalado Moga desde el inicio de este libro, que los poemas nunca estén carentes de vida, que siempre, hablen de lo que hablen, se mantengan fieles a su autor y su aliento.
Bajo la piel, los días no es solo un magnífico libro de poemas (que lo es), es también, en esencia, una poética, un diario poético y un manual para el resto de los poetas, porque reflexiona concienzudamente sobre el acto de la escritura, sobre la poesía y la traducción, acerca del paso de los días y de las horas, del espacio que el poeta ocupa en el mundo, el que debería ocupar, el que a todos nos gustaría que ocupase. Y sobre lo terrenal, lo terrenal de la poesía, lo que tiene de acto cotidiano, sin alturas ni clasismos, la poesía que nos rodea y que lo recorre todo y abrasa con solo mirarla.
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