El Cultural (El Mundo), 18 de febrero de 2011
Por A. Sáenz de Zaitegui
Lo que hay detrás de una mujer/ es otra mujer”. Detrás de Cecilia Quílez (Algeciras, Cádiz, 1965) hay una poeta intensa y carismática esperando su turno. De momento, esa otra poeta se conforma con estar en segundo plano. Pero su momento llegará. Es cuestión de tiempo. A veces se impacienta, asomándose en versos valientes que no temen ser demasiado bruscos: “Llegar hasta el hueso,/ chuparlo,/ desgarrar a mordiscos/ la carne fronteriza./ Rompe y cruje/ hasta vaciar la médula”. Cuanto más física se pone, más interesante resulta. Su teoría sobre cómo experimentamos las mujeres la realidad es persuasiva. El hecho mismo de que crea en la existencia de una experiencia femenina de la realidad es ya significativo. Aunque sea esporádicamente, Quílez insiste en imágenes gore más propias de pulp fictions que de Vísteme de largo, donde los poemas de chic garcilasiano son mayoría. Es imposible leer “Mi nombre en un garfio/ en el matadero de la desolación./ Tú lo cubres con salvas de esperma/ y lo sellas al vacío”y no pensar en Saw.
Quílez cita a Stevens y a Gamoneda. Y entendemos por qué: es ambiciosa, es buena poeta, o más exactamente, es ambiciosa porque es buena poeta y lo sabe. Aspira a la inspiración de los grandes, de ahí Stevens. Preferiríamos una Quílez más carnal, más dura. Pero a quién le importan nuestras preferencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario