Carlos Carmelo. Blog de la Radio Televisión Canaria
Los Millares son como millares, una estupenda exageración que revela la trascendencia de un apellido que nombra una saga de ilustres creadores en el espacio fecundo y chiquito de una isla.
José María Millares Sall, uno de los muchos ‘millares’ artistas y escritores fantásticos, acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía, que concede el Ministerio de Cultura al autor del libro más importante del año.
Es una noticia deslumbrante en una tierra pródiga en poetas a ‘millares’ de la que apenas si se acuerdan los premios nacionales, bajo aquella maldición que privó a Galdós del Nobel (dicho sea en la semana del Nobel, en la antevíspera para ser más exactos del Nobel de este jueves, acaso para otro poeta, el sueco Tomas Transtömer, autor de ‘El cielo a medio hacer’).
Esta vez, el autor y el libro deben de resultar toda una sorpresa en la capital, Madrid, donde el nombre (mejor, el apellido), sonará de algo, de alguien, un nombre familiar pese a todo, un desafío a la erudición literaria del ‘harold bloom’ nacional de turno. ¿Quién es ese José María Millares Sall?, preguntarán y habrá que insistir en la doble ele para evitar malentendidos que ya han dado lugar a patinazos célebres por aquí.
Los Millares, ¡lo tengo en la punta de la lengua! Los más conspicuos de la capital del reino dirán que el célebre pintor Manolo Millares acaso habrá dejado probablemente unos versos en la gaveta (cajón dirán) y le habrán dado el premio a esa curiosidad literaria indirecta (con esa indiferencia que don Juan Marichal retrató así: “Los canarios somos vistos en Madrid como unos bichos raros”, la rareza de ser canario, preterido y admirado por serlo, ignorado y visitado geográficamente, pero no literariamente). La injusticia de un apellido del que se adueñó sin querer el genial pintor. Los hermanos de Manolo Millares han tenido que conquistar su hueco en la historia. Don José María lo consiguió con el tiempo apremiándole y ahora se consagra ya fuera de tiempo, pero no fuera del marco de su obra.
No es broma el distraimiento crónico nacional sobre la literatura canaria, unas veces por timidez (como le contaba a Nilo Palenzuela, coodinador literario de los ‘Horizontes insulares’) y otras por desinterés peninsular hacia el insular más interesante, porque la distancia es la coartada del olvido que es la coartada de la ignorancia que es la coartada perfecta. Yo sólo sé que no sé nada, dicho aquí sin ninguna ironía socrática, sí con decepción reiterativa.
Don José María, pintor, compositor de canciones como ‘Campanas de Vegueta’ (¡que suenen las campanas de Vegueta en esta enhorabuena!) y poeta de cuerpo entero, me confesó una noche en La Laguna que no ser reconocido es una pesadilla más que un pesar, porque entraña hablarle a las paredes. Obtuvo, no obstante, la gloria a tiempo, justo antes de morir hace un año, cuando le vi feliz recibiendo el Premio Canarias de Literatura que tanto se merecía y esperó con cierta desesperanza.
Y ahora le dan el Nacional de Literatura póstumamente por un libro póstuno, ‘Cuadernos (2000-2009)’, editado por Calambur. El premio de su vida que no conoció en vida, pero aquí entraríamos en cuál de todas es la auténtica vida de un poeta, si la suya propia o la de su obra que le sobrevive.
En nuestra modesta aportación a las literaturas de Europa y América (África es una asignatura pendiente, con la excepción de la amistad y correspondencia de Pedro García Cabrera y el senegalés Lepoldo Sedar Senghor), Canarias siempre produjo una copiosa ‘insulina’ poética contra el olvido goloso de los críticos y editores de los círculos capitalinos del Estado. Este premio honra a don José María, artesano exquisito de la palabra, pero también ayuda al resto de poetas insulares a salir del letargo en el ‘universo’ nacional. Al menos, por un día. Hoy.
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