La poesía como Canto: Lêdo Ivo
Lêdo Ivo, La aldea de sal, Calambur, Trad. Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, Madrid, 192 pp., 2009
José Manuel Pons, Poesía Digital
En 1923, Díez-Canedo daba cuenta de la publicación de la Antología de poetas líricos brasileños de Francisco Soto y Calvo exponiendo el desconocimiento que, en aquel momento, se tenía en nuestro país de la poesía de Brasil, y señalando la "estrecha relación" existente "entre el desarrollo de esta poesía y el de las repúblicas suramericanas de habla española". Con respecto al primer punto, se puede decir que poco hemos avanzado desde 1923, a pesar de las nuevas tecnologías, y, como entonces, hay que dar la bienvenida a iniciativas como la de esta obra que, no por tratarse del quehacer poético de un solo autor, cobra menos relevancia. Lêdo Ivo es un poeta con mayúsculas incluso para los que padecen de miopía cultural. Por otra parte, si queremos saber si hoy en día la relación entre la poesía de ambos países es estrecha, eso es algo que el lector tendrá que juzgar por sí mismo cuando por fin disponga de manera normalizada en nuestro idioma de la obra lírica brasileña, cosa que ya está sucediendo gracias a la ejemplar tarea de algunas editoriales. Por lo que a Ivo se refiere, descubrimos no pocas semejanzas con la poesía española, pero del mismo modo que se puede emparentar con la poesía francesa o alemana. El poeta universal que este brasileño es, con una alta conciencia del lenguaje, animado por un singular aliento épico y elegíaco, lo sitúan, y la crítica ya lo ha señalado, en la estela de Darío, Huidobro, Neruda, Paz... pero también en la de Withman, Pessoa, Perse, Rimbaud, Rilke, T. S. Eliot...
Díez-Canedo, en la misma reseña, también advertía de los problemas que puede acarrear traducir versos del portugués, a causa del parentesco de los idiomas, a la vez que dejaba constancia de sus dudas acerca de la pertinencia de traducir lo que está escrito en la lengua lusa. Señalaba, además, la conveniencia y necesidad de un estudio aclaratorio que sirviera de orientación al neonato lector de poesía brasileña. Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre nos regalan un texto introductorio de bella factura, en el que transmiten fidedignamente el tono y el aliento poético de Lêdo Ivo así como el mundo que su obra revela. Ahora bien, nada dicen de cuál ha sido el criterio seguido en la selección de los textos que arman esta antología, ni del porqué de prescindir de los poemas rimados que caracterizan a Ivo por su perfección formal. También hubiera sido de agradecer que dieran razón de su proceder traductológico -descubrimos alguna que otra errata en el texto original ("Valsa fúnebre de Hermengarda") que contamina la traducción-, y que proporcionaran los datos de la bibliografía poética de forma completa, no limitándose solamente a los títulos. Finalmente, echamos en falta una mayor presencia de poemas de su última obra Requiem, premiada por Casa de las Américas, traducida en Italia y en México, y si hacemos caso a la crítica, muestra del nuevo rumbo que la obra de Ivo ha tomado.
Aldea de sal es la primera traducción a nuestro idioma publicada en nuestro país de los poemas largos de Lêdo Ivo. Recordemos que en 1989 Armando Palacios publicaba una selección de poemas breves bajo el nombre de La moneda perdida. Allí, en una escueta nota introductoria, explicaba que, por "escasez de espacio" se veía obligado a prescindir de los poemas de "aliento largo". Después, o de forma paralela, el lector interesado en la obra del poeta brasileño, ha podido satisfacer su sed poética en alguna de las antologías publicadas —las menos—, en revistas y en internet. En este sentido hay que destacar la labor encomiable tanto de Ángel Crespo como de Marta Spagnuolo por recuperar para el habla hispana los versos de este autor.
Un estudio coherente de la obra de Lêdo Ivo debería aclararnos qué tiene en común y qué de divergente con la llamada Generación del 45, a la que se le ha querido adscribir y de la que él reniega; qué debe a la tradición poética brasileña y portuguesa (Gaston Figueira lo hermanaba temperamentalmente con Carlos Drummond de Andrade, ya en 1968, a raíz de su común melancólica ironía), y qué debe a la tradición poética europea después de la revalorización que llevan a cabo, tanto él como sus compañeros de generación, de la poesía de Rilke, Lorca, Eliot, Valéry y Pessoa; para, finalmente, ver qué relación mantiene su obra poética con la ensayística o la novelística. Lamentablemente, una muestra antológica de una obra tan extensa como es la de Lêdo Ivo no nos permite aventurar ningún juicio más allá de lo intuitivo, señalar la relevancia de algunos poemas sueltos, o manifestar el deseo de que alguna editorial emprenda la tarea de publicar su obra.
Se ha dicho que, a partir de este proceso de revalorización que se da en las letras brasileñas, la poesía vuelve a ser canto. Canto sí, si no tenemos en cuenta la genial obra de Haroldo de Campos y de sus compañeros en el "concretismo"; canto sí, pero teñido de ironía. Descubrimos en Lêdo Ivo un claro heredero del Romanticismo alemán y, consecuentemente, de sus epígonos simbolistas y modernistas. Imaginación, ironía, humorismo y melancolía se dan de la mano en sus versos junto a la categoría de lo sublime, categoría por otra parte de gran relevancia para la vanguardia de ámbito hispano. Ivo concibe al poeta como una suerte de enviado, de sacerdote capaz de ver el mundo que está oculto para los sentidos, que revela el carácter fragmentario de la existencia y que pone en jaque cualquier clase de sistematización, de verdad absoluta. Por sus versos, cargados de un gran humanismo, vemos evidenciada esta autoconciencia salvífica que le lleva a llorar por las víctimas del capitalismo, del supuesto progreso y del lenguaje desgastado, al que ni siquiera él, abanderado del decir cotidiano —"vicino alla poesia orale e omerica" afirmará Alessio Brandolini—, no siempre consigue escapar, tal vez porque la maresia, como intuye acertadamente Marta Spagnuolo, sí ha penetrado su poesía toda. Es cierto que el barroquismo a veces hace resentir su obra, pero es su profundidad de visión, la esperanza que transmite, la que nos hace pasarlo por alto. Como dice en uno de sus poemas al final "el amor se abrirá como se abren las conchas / entre las algas de la bajamar."
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