lunes, 20 de julio de 2009

Reseña: Los signos de la sangre (Poesía 1944-2004), de Victoriano Crémer

"Desde el primer libro encontró su voz". Los signos de la sangre.

"Y canto para adentro / porque no tengo afueras / Me aprieto la guitarra / y siento la madera. / Se me llenan de música / las oscuras cavernas. / Y soy yo, limitado / por carne sorda y venas. / Si alguna vez levanto / los ojos de las cuerdas, / me siento fugitivo / de lo que vale y cuenta".

Hace algunas décadas medio organizamos un Aula de Poesía en el Ateneo de Huelva, entonces presidido por el Dr. Vázquez Limón, y quisimos traer a figuras del arte para que nos ilustraran con su verbo, con sus trazos. Vinieron Francisco Candel, tras el éxito de su novela Los otros catalanes, Juan Genovés, del que conocíamos sus imágenes por exposiciones en Madrid y, entre los poetas pusimos el acento en Victoriano Crémer, al que leíamos y del que gozábamos, sin que él lo supiera, de su magisterio.

Con los primeros personajes pronto se nos vaciaron los bolsillos, que era con lo que se cubrían los gastos, pero, aún así, aquel Aula de Poesía (Arcensio, Figueroa, Lara y un servidor) inició sus gestiones para traer a recitar sus versos al gran poeta, proyecto que, de entrada aceptó. Ya había venido otra vez con ocasión de un homenaje lírico a Juan Ramón Jiménez. El probñema surgió cuando en la siguiente carta me tocó explicarle que, como no teníamos dinero para pagarle ni el viaje, ni la estancia ni nada, a ver si él… Victoriano no se negó por ello a venir, sino que dijo que el trayecto de León a Huelva lo haría gustoso para ofrecernos un recital, pero… más adelante.

La ocasión, como tantas otras que se van dejando en el aire, nunca llegó. Lo que sí vino puntual fue la noticia de su muerte el 26 e junio, cuando ya no están varios de la época y hasta el propio Ateneo creo que es ahora un bingo.

"Y no me reconozco, / y me doy tanta pena / que enmudezco y me duele / la raíz de la lengua. / Por eso cuento y canto / para adentro las penas: / Porque me sueno a hombre / y me duelo de veras".

La Editorial Calambur acaba de sacar su obra poética (1944-2004), bajo el título de Los signos de la sangre, cuyas páginas recorren "la historia de la poesía española desde el fin de la Guerra Civil hasta el momento presente". A estas alturas da cosa repetir que fue Premio Nacional de Poesía en 1962, Premio Castilla y León de las Letras en 1994 y Doctor Honoris Causa por la Universidad de León en 1991, entre otros merecimientos, aunque es bueno decirlo, como que nace en Burgos en 1907 y diez años más tarde se traslada a león para siempre. Al término de la contienda, durante la cual lo encarcelan dos veces, se dedica al periodismo, actividad que no deja hasta pasado el siglo de vida. Día a día el Diario de león ha venido sacando a oreo su columna de opinión. En 1944funda y dirige, con González de Lama y Eugenio de Nora, la revista Espadaña, centrada en la poesía. Ese mismo año se publica su libro Tacto sonoro, que contiene el pálpito "de las preocupaciones permanentes del escritor: el dolor humano, el hombre perseguido, el silencio de Dios". Le siguen los dos poemarios Camino de mi sangre y La espada y la pared, puras marmitas donde maja la "problemática existencial, la social (el mundo de los humildes), el terror de la guerra, el latido de su entorno, temas que retoma más tarde en Nuevos cantos de vida y esperanza, Furia y paloma o Tiempo de soledad.

"Y puedo decir: Hambres, / en plural; Vida Perra; / o simplemente Amor; / y escupir a la Tierra. / Canciones que me arranco / de las furiosas piedras /  del montón de la sangre / que llevo siempre a cuestas. / Me escucho y no me importa / que los demás entiendan; / me basta con sentirme / el alma en la madera".

Con Celaya, Otero, Nora y otros forma parte de la histórica Antología de la joven Poesía Española (1952). Luego vendrían los versos de sosiego en libros como Lejos de esta lluvia tan amarga, El cálido bullicio o El último jinete, publicado en 2008, ya pasada la linde del centenar de años. Inabarcable el contenido de ese corazón recién parado, de ese pulso que se mantuvo firme hasta el último viernes de junio, cantó a la soledad, al recuerdo,, al sufrimiento, al amor, a los hijos, al dolor, a la vida sencilla del barrio de Puertamoneda, a la vejez, a la muerte acaso: "Que canto para adentro, / porque no tengo afueras". Se dice que desde el primer libro "encontró su voz". Lo más bello para un poeta.

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