Los otros y Barcelona
Por Concha García
El Correo de Andalucía, 9/1/2017
Un día de diciembre de 1990 caminaba por la izquierda del ensanche barcelonés hacia la casa del escritor Luis Romero. Tenía el encargo de entrevistarlo. Luis Romero nació en Barcelona en 1916. Vivió y viajó a otras ciudades como Buenos Aires y París en un tiempo en que solo se permitían viajar los ricos. El autor barcelonés ganó el Nadal en 1952 con una novela titulada La Noria.
Un día de diciembre de 1990 caminaba por la izquierda del ensanche barcelonés hacia la casa del escritor Luis Romero. Tenía el encargo de entrevistarlo. Luis Romero nació en Barcelona en 1916. Vivió y viajó a otras ciudades como Buenos Aires y París en un tiempo en que solo se permitían viajar los ricos. El autor barcelonés ganó el Nadal en 1952 con una novela titulada La Noria.
La Noria era una novela que podía etiquetarse con la palabra ‘social’ porque lo que mostraba era un friso de la situación social en aquel momento. Treinta y siete personajes y una acción que dura un día. Siempre me han gustado los relatos sobre ciudades cuando el autor no intenta idealizarlas ni empobrecerlas a base de ficciones.
Su casa era algo oscura y el estudio estaba lleno de libros colocados por todas partes. Era un hombre de casi setenta años muy amable. Flotaba una patina de tiempo, como la que flota ahora rememorando aquella tarde. Comenzamos a hablar. Su profesión, vendedor de seguros, le permitía viajar y conocer todo tipo de gente, esa que después aparecería en sus novelas. Decía que las diferencias sociales eran muy violentas, sobre todo en el campo. En aquella época quien caía en la miseria no se podía levantar, «lo que pasa es que el hombre se acomoda y vivíamos así como si fuese a durar siempre». Aquella afirmación se me quedó grabada. No volví a ver a Luis Romero que moriría mucho tiempo después, en 1996 a la edad de 90 años, en Barcelona.
La figura de aquel escritor barcelonés fue diluyéndose no sé por qué. Quizás no fue un hombre de grupo, -autor de más de trece novelas, libros de arte, una biografía de Dalí de quien fue amigo cuando vivió en Cadaqués; de un libro de poesía que dejó porque no era rentable, dijo -, y algunos libros de historia, así como libros de viaje-, el caso es que desapareció. Ya sabemos que las novedades dan empujones a los libros anteriores y que los libreros no tienen espacio para buenos fondos porque es oneroso tener un libro en la estantería. También es cierto que lo que no se muestra no existe. Alguien me contó que en Buenos Aires en algunas librerías el autor o editor paga para que sus libros sean expuestos.
Hace poco mi editora me regaló la reedición de Los otros, de Luis Romero. La edición recupera por vez primera la integridad del texto original, que fue mutilado por la censura en 1956. La devoré en dos tardes. La trama no es demasiado compleja, la historia de un atracador inexperto, su persecución y muerte a manos de la policía. Las motivaciones del delincuente no son otras que el condicionante social y económico. A través de un inteligente retrato sicológico, entramos en la conciencia de los personajes y de paso visitamos algunos barrios sórdidos. Sorprende que aquel libro pasara la censura, y eso lo explica muy bien Santos Sanz Villanueva: «¿Cómo no se prohibieron noticias sobre el hambre, el paro, los salarios miserables, la violencia, los abusos del empresario o la existencia de un movimiento de oposición organizado? Aquel censor permitió que circulase el documento oscuro de la sociedad de aquel tiempo. No deja de sorprender que Luis Romero con su pasado de militante falangista, se acercara a la miseria de tal manera que se puede decir que en Los otros no hay moraleja alguna, es el retrato de un tiempo seccionado por las conciencias de sus protagonistas». Castellet, el influyente crítico barcelonés, quizás desde posiciones de izquierda más comprometidas llegó a acusar La Noria de falsedad moral.
Recordé aquella Barcelona llena de edificios sucios, casi oscura por los humos de las fábricas de Poble Nou, los paseos con mi familia por las playas de ese mismo barrio, hoy uno de los más caros de Barcelona. Los desagües de las cloacas, eran visibles puesto que no estaban demasiado lejos de donde se formaba la última ola de la playa, en realidad eran vertederos. Allí estuvo el barrio del Somorrostro que albergó en sus chabolas a más de dieciocho mil personas. Allí nació Carmen Amaya. Fueron varias Barcelonas las que se iban colocando en mi evocación mientras leía Los otros, tuve la sensación de estar dentro de aquella otra ciudad. Ya no queda apenas nada y menos mal que borraron aquella miseria, aunque la borrasen solo para desplazarla a otros lugares. La pobreza se invisibiliza y no entra en preocupaciones de índole identitaria. La pobreza iguala.
Romero explora la conciencia de sus personajes, la narración viene desde adentro hacia afuera. Los otros, son los pobres, los que no son ni empresarios ni clase media, personas obedientes y temerosas a las órdenes de gente sin escrúpulos, como ha sucedido siempre. El miedo y la obediencia son armas letales para la libertad y sin embargo... En los pliegues de la novela vemos frisos de los terribles terratenientes que conservaron un poder con la República –como escribe en el prólogo...- y eran sostén del nuevo Régimen, o el empresario enriquecido a costa del obrero, ignorante y con total ausencia de principios sociales, sustituidos por un cínico sentido paternalista. A medida que vas leyendo, la ciudad reaparece con sus chimeneas llenas de humo, ahora trasladadas a unos kilómetros de la ciudad; los barrios emergentes, en uno de ellos viví parte de mi adolescencia, mi familia tuvo que emigrar como otras tantas, las políticas favorecían el impulso industrial en Cataluña y en el País Vasco, donde la gente emigraba. En el colegio te decían que inmigrar era emigrar, pero dentro de tu país. Un retrato parecido al que tenemos actualmente. Aquel hombre con una barba descuidada, rodeado de libros en su salón del ensanche barcelonés, sin saberlo, me había dado una lección de historia, contra el capitalismo, contra las personas mediocres y obedientes. Es una novela que podría haberse escrito hoy: salarios misérrimos, pérdida de derechos laborales, vivienda miserable, desahucios, egoísmo rampante que, como dice en el excelente prólogo Santos Sanz Villanueva, se llama especulación financiera. La lección está aprendida, ahora se trata de resolver qué hacemos con este aprendizaje.
Su casa era algo oscura y el estudio estaba lleno de libros colocados por todas partes. Era un hombre de casi setenta años muy amable. Flotaba una patina de tiempo, como la que flota ahora rememorando aquella tarde. Comenzamos a hablar. Su profesión, vendedor de seguros, le permitía viajar y conocer todo tipo de gente, esa que después aparecería en sus novelas. Decía que las diferencias sociales eran muy violentas, sobre todo en el campo. En aquella época quien caía en la miseria no se podía levantar, «lo que pasa es que el hombre se acomoda y vivíamos así como si fuese a durar siempre». Aquella afirmación se me quedó grabada. No volví a ver a Luis Romero que moriría mucho tiempo después, en 1996 a la edad de 90 años, en Barcelona.
La figura de aquel escritor barcelonés fue diluyéndose no sé por qué. Quizás no fue un hombre de grupo, -autor de más de trece novelas, libros de arte, una biografía de Dalí de quien fue amigo cuando vivió en Cadaqués; de un libro de poesía que dejó porque no era rentable, dijo -, y algunos libros de historia, así como libros de viaje-, el caso es que desapareció. Ya sabemos que las novedades dan empujones a los libros anteriores y que los libreros no tienen espacio para buenos fondos porque es oneroso tener un libro en la estantería. También es cierto que lo que no se muestra no existe. Alguien me contó que en Buenos Aires en algunas librerías el autor o editor paga para que sus libros sean expuestos.
Hace poco mi editora me regaló la reedición de Los otros, de Luis Romero. La edición recupera por vez primera la integridad del texto original, que fue mutilado por la censura en 1956. La devoré en dos tardes. La trama no es demasiado compleja, la historia de un atracador inexperto, su persecución y muerte a manos de la policía. Las motivaciones del delincuente no son otras que el condicionante social y económico. A través de un inteligente retrato sicológico, entramos en la conciencia de los personajes y de paso visitamos algunos barrios sórdidos. Sorprende que aquel libro pasara la censura, y eso lo explica muy bien Santos Sanz Villanueva: «¿Cómo no se prohibieron noticias sobre el hambre, el paro, los salarios miserables, la violencia, los abusos del empresario o la existencia de un movimiento de oposición organizado? Aquel censor permitió que circulase el documento oscuro de la sociedad de aquel tiempo. No deja de sorprender que Luis Romero con su pasado de militante falangista, se acercara a la miseria de tal manera que se puede decir que en Los otros no hay moraleja alguna, es el retrato de un tiempo seccionado por las conciencias de sus protagonistas». Castellet, el influyente crítico barcelonés, quizás desde posiciones de izquierda más comprometidas llegó a acusar La Noria de falsedad moral.
Recordé aquella Barcelona llena de edificios sucios, casi oscura por los humos de las fábricas de Poble Nou, los paseos con mi familia por las playas de ese mismo barrio, hoy uno de los más caros de Barcelona. Los desagües de las cloacas, eran visibles puesto que no estaban demasiado lejos de donde se formaba la última ola de la playa, en realidad eran vertederos. Allí estuvo el barrio del Somorrostro que albergó en sus chabolas a más de dieciocho mil personas. Allí nació Carmen Amaya. Fueron varias Barcelonas las que se iban colocando en mi evocación mientras leía Los otros, tuve la sensación de estar dentro de aquella otra ciudad. Ya no queda apenas nada y menos mal que borraron aquella miseria, aunque la borrasen solo para desplazarla a otros lugares. La pobreza se invisibiliza y no entra en preocupaciones de índole identitaria. La pobreza iguala.
Romero explora la conciencia de sus personajes, la narración viene desde adentro hacia afuera. Los otros, son los pobres, los que no son ni empresarios ni clase media, personas obedientes y temerosas a las órdenes de gente sin escrúpulos, como ha sucedido siempre. El miedo y la obediencia son armas letales para la libertad y sin embargo... En los pliegues de la novela vemos frisos de los terribles terratenientes que conservaron un poder con la República –como escribe en el prólogo...- y eran sostén del nuevo Régimen, o el empresario enriquecido a costa del obrero, ignorante y con total ausencia de principios sociales, sustituidos por un cínico sentido paternalista. A medida que vas leyendo, la ciudad reaparece con sus chimeneas llenas de humo, ahora trasladadas a unos kilómetros de la ciudad; los barrios emergentes, en uno de ellos viví parte de mi adolescencia, mi familia tuvo que emigrar como otras tantas, las políticas favorecían el impulso industrial en Cataluña y en el País Vasco, donde la gente emigraba. En el colegio te decían que inmigrar era emigrar, pero dentro de tu país. Un retrato parecido al que tenemos actualmente. Aquel hombre con una barba descuidada, rodeado de libros en su salón del ensanche barcelonés, sin saberlo, me había dado una lección de historia, contra el capitalismo, contra las personas mediocres y obedientes. Es una novela que podría haberse escrito hoy: salarios misérrimos, pérdida de derechos laborales, vivienda miserable, desahucios, egoísmo rampante que, como dice en el excelente prólogo Santos Sanz Villanueva, se llama especulación financiera. La lección está aprendida, ahora se trata de resolver qué hacemos con este aprendizaje.
Véase también en http://elcorreoweb.es/aladar/los-otros-y-barcelona-EN2528789.
No hay comentarios:
Publicar un comentario