sábado, 19 de noviembre de 2011

Reseña: El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas

Julio Mas Alcaraz
El niño que bebió agua de brújula
Calambur Poesía, 124. 222 p.
ISBN: 978-84-8359-218-2. PVP: 17,00 €.

Encuentros con las letras
11 de noviembre de 2011
Por Santos Domínguez

Los textos de El niño que bebió agua de brújula, el último libro de Julio Mas Alcaraz que publica Calambur, crean su propia lógica, construyen un contenido semántico autónomo y se vinculan entre sí con una sintaxis secreta y coherente.
La vinculación estética de Julio Mas Alcaraz con John Ashbery –de quien hizo una celebrada traducción de El juramento de la pista de frontón– y con Antonio Gamoneda, que firma el texto introductorio, Frontispicio para Julio enloquecido por los límites, lo convierte en un poeta ambicioso y consciente que encarna el modelo de la escritura inconformista y se rebela contra las limitaciones de la realidad, de la existencia y de las palabras, porque vive la “sed de desvarío” que destaca Gamoneda en su presentación y sabe que, como dice el maestro, “la verdad es necesariamente incomprensible.”
El niño que bebió agua de brújula –Nuestras madres, de pequeños, cada mañana, nos daban una cucharada de agua de brújula– es una incursión en el subsuelo del dolor y en la noche, en la pregunta y en el grito, un libro sustentado en la intensidad emocional más que en la articulación racional de la realidad o de las secuencias temporales.
Porque estos poemas organizan su tiempo en “el orden de la memoria” que entiende el dolor y el vacío de las pérdidas. Porque este es un libro dictado por el dolor, escrito con tinta amarga y con la lluvia detenida en el frío de la noche del desamparo y del grito:
En la ira de tu muerte corto mi cara y lleno la ciudad de aullidos.
Este es un libro visionario, duro y punzante en el que los abismos existenciales y los vacíos vertiginosos se salvan a través de la palabra y la memoria, porque “el dolor más agudo y lento busca el recuerdo” para recomponer el orden de un mundo que ya es un espejo roto en mil fragmentos.
Y desde lo mineral, desde la degradación de lo vegetal y los bosques incendiados, desde los pájaros enfermos, el poeta se remonta a las montañas, baja a los infiernos, a los desiertos dunares y a los mares contaminados para remontarse al árbol y exprimir la pulpa de la granada y para oír la circulación de la savia blanca de la higuera.
Porque al final, como en el Canto de San Juan que cierra este libro, aquí se celebra un nacimiento, no una muerte.

http://encuentrosconlasletras.blogspot.com/2011/11/el-nino-que-bebio-agua-de-brujula.html

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