El Imparcial, 8 de mayo de 2011
Por Francisco A. Marcos Marín
La evolución de la poesía de Jorge Urrutia sigue un itinerario progresivamente más explícito para el lector continuo. En este libro lo hace en siete “tramos”, que van profundizando en el simbolismo. Ha ido ahondando en los contenidos, convencido de que la dialéctica comprensible/ incomprensible en poesía se centra en el símbolo, que ha estudiado detalladamente como profesor. El símbolo, además del poético, es el signo lingüístico. No se puede entender esta poesía sin una aproximación metalingüística. Digamos, para que no se malinterprete, una vez más, siguiendo a Picasso, que en toda obra de arte hay un primer momento, que guste o no, que se disfrute, a partir del cual valen los análisis. Demos por hecho ese inicial disfrute estético y preguntémonos qué caracteriza la poesía de Urrutia en este libro.
De entrada el lector sabe, por la primera cita, que va a decir lo que tenía que decir. O sea, se trata de decir, de un enunciado y una enunciación, que se definen, al empezar, en una poética. “El secreto pudiera estar en que el incendio produzca vida, calor, poema, sin llegar a dormirse en la ceniza”. Es la conclusión; pero lo que vale es el modo de llegar, a través del “decir”, del poeta y de otros. En el viaje artístico que se inicia en el arte rupestre (y aclaro para futuros estudiosos que lo del arte rupestre procede directamente del conocimiento de los intereses y andanzas de este crítico), se recogen los ecos de quienes, al jugar con el viaje, pueden relacionarse con otro tipo de libros de Urrutia, como Memoria de lo oscuro. De hecho, esa ciudad prohibida de la expresión pura de alguna manera nos lleva a las minas del Rey Salomón.
Como por el interior de una gruta de Opar, el poeta avanza iluminando las palabras, las construcciones, jugando con los registros: “Es un poner” y una cita, en francés, de Voltaire, en alemán, de Rilke, y más. Otra elección del poeta de su libro como un viaje cuyos tramos siguen a la poética: su antorcha ilumina un mundo de signos lingüísticos que van viviendo y desviviéndose en un espacio, en un tiempo. Mas se trata de un tiempo enunciado: “dijo”, “preguntó”, “se llame”, mediante “las frases”, “el poema”, “la página”, “el cuaderno”, las palabras, esas fichas redondas de casino.
El viaje odiseico del poeta es un viaje a través de los libros o, mejor, de las frases en las que los libros expresan el viaje. El objetivo, una voz que quede como bronce o piedra, más allá de la voz cuyo sonido se va debilitando hasta perderse. Se usa el verso o se hace crónica en prosa. “Le angustia lo mal hecho y, sin embargo, / el poema se ha escrito”. No hay que dejarse engañar por la apariencia: el Libro contiene páginas, muchas páginas, otras páginas. El yo es el otro (y viceversa).
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