“Me llamo Marta. Me llaman Marta. Fui bautizada en escenarios sin dueño hasta que mis ojos fueron, poco a poco, dilatándose en ficciones”.
Entresaco de la nota de la editora (Calambur 2011) que Marta Agudo (Madrid, 1971. Doctora en Filología Hispánica) “se vale en su primer libro: Fragmento (Celya 2004) de un tú despersonalizador para metaforizar el vínculo con el lenguaje, las servidumbres del cuerpo y el dolor de la conciencia”.
En 28010 el yo se adueña del discurso desde la cita inaugural: “Sitiada en el cero, en la mañana más blanca del mundo, rebosa la contradicción. Bastaría con urdir nuevas coordenadas: fonética, sintaxis... Suena un timbre”. La autora “responde al desafío de una realidad que le exige actuar”, para lo que necesita “unas coordenadas a las que asirse”: una fonética (idioma o lengua): “«A» de estructura, «i» de orgullo, «e» de inicio, la célebre «u» de las madres extenuadas y una «o» que no alcanza a despedirse. Por eso en todo lo que rechazo palpita mi postura; y entre lo que fui y no fui, mis frustraciones; y entre lo que soy y seré, una bandada de verbos. Deletreo a fin de recomenzarme: eme, a, erre, te, a; y todo sigue igual: obediente, naufragando...”; una sintaxis (las relaciones sociales): ”... sintaxis de los prodigios, la relación del yo con sus restantes. Se desgastan las aceras y plagas acorraladas, infecciones aún por explorar, avalancha de vidas que sustentan el engranaje de este mecano de hombres bruscamente verdaderos. Milagro o astucia, ignoro las reglas y voy dando tumbos hasta casa. Cuando llegue patios abandonados, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel”; una geografía (un lugar en el que poder re-conocerse): “El mundo y el yo, inicio y fin, la inverosímil coordinación entre el tiempo y las venas. A cada segundo los centímetros se imponen y la edad convoca a las excusas. La madre y el bulto del lenguaje. La gran, la grande y más grande quebradura”; y una secuencia (el tiempo): “Y miro mis dedos porque sólo desde la bruma se avista la montaña. Fracasa la luz en los balcones. Pronuncio mi nombre: fonética, sintaxis, geografía, pero todo se altera. Arruga incipiente que no te dejas nombrar...”.
Marta Agudo penetra así en un túnel personal “con el propósito de crear la ficción de sí misma, de concebir un sujeto en el que re-conocerse”.
La esencia del libro 28010 está en ese pulso que la autora mantiene consigo: “Si resisto es sólo por constancia”, en saber que no hay “zanja sin cuerpo vivo”, en que más allá de la patria-idioma: “las pausas, las curvas, sus ritmos informales, habré de callarme para recomenzar”, en “no excederse en el recuerdo”, en la “ansiedad de tener que vivir todos los días”, en el “salitre de los cielos”, en el “croquis de lo presente”, en el “trazo que no ciñe ni termina”, en los vergeles “en los que el uno equivale solamente a uno”, en asumir, más allá o más acá de los versos, que el ser humano no “está” solo, sino que “es” solo. En suma, la esencia de 28010 está en su sitio: en la Poesía que destila cada página, que es, en suma, su afán, para lo que pide: “Dadme mis letras para recomenzar. Dadme aunque sea un cero, pero uno completo, cuadrado y sin fisuras”.
Emocionante.
Entresaco de la nota de la editora (Calambur 2011) que Marta Agudo (Madrid, 1971. Doctora en Filología Hispánica) “se vale en su primer libro: Fragmento (Celya 2004) de un tú despersonalizador para metaforizar el vínculo con el lenguaje, las servidumbres del cuerpo y el dolor de la conciencia”.
En 28010 el yo se adueña del discurso desde la cita inaugural: “Sitiada en el cero, en la mañana más blanca del mundo, rebosa la contradicción. Bastaría con urdir nuevas coordenadas: fonética, sintaxis... Suena un timbre”. La autora “responde al desafío de una realidad que le exige actuar”, para lo que necesita “unas coordenadas a las que asirse”: una fonética (idioma o lengua): “«A» de estructura, «i» de orgullo, «e» de inicio, la célebre «u» de las madres extenuadas y una «o» que no alcanza a despedirse. Por eso en todo lo que rechazo palpita mi postura; y entre lo que fui y no fui, mis frustraciones; y entre lo que soy y seré, una bandada de verbos. Deletreo a fin de recomenzarme: eme, a, erre, te, a; y todo sigue igual: obediente, naufragando...”; una sintaxis (las relaciones sociales): ”... sintaxis de los prodigios, la relación del yo con sus restantes. Se desgastan las aceras y plagas acorraladas, infecciones aún por explorar, avalancha de vidas que sustentan el engranaje de este mecano de hombres bruscamente verdaderos. Milagro o astucia, ignoro las reglas y voy dando tumbos hasta casa. Cuando llegue patios abandonados, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel”; una geografía (un lugar en el que poder re-conocerse): “El mundo y el yo, inicio y fin, la inverosímil coordinación entre el tiempo y las venas. A cada segundo los centímetros se imponen y la edad convoca a las excusas. La madre y el bulto del lenguaje. La gran, la grande y más grande quebradura”; y una secuencia (el tiempo): “Y miro mis dedos porque sólo desde la bruma se avista la montaña. Fracasa la luz en los balcones. Pronuncio mi nombre: fonética, sintaxis, geografía, pero todo se altera. Arruga incipiente que no te dejas nombrar...”.
Marta Agudo penetra así en un túnel personal “con el propósito de crear la ficción de sí misma, de concebir un sujeto en el que re-conocerse”.
La esencia del libro 28010 está en ese pulso que la autora mantiene consigo: “Si resisto es sólo por constancia”, en saber que no hay “zanja sin cuerpo vivo”, en que más allá de la patria-idioma: “las pausas, las curvas, sus ritmos informales, habré de callarme para recomenzar”, en “no excederse en el recuerdo”, en la “ansiedad de tener que vivir todos los días”, en el “salitre de los cielos”, en el “croquis de lo presente”, en el “trazo que no ciñe ni termina”, en los vergeles “en los que el uno equivale solamente a uno”, en asumir, más allá o más acá de los versos, que el ser humano no “está” solo, sino que “es” solo. En suma, la esencia de 28010 está en su sitio: en la Poesía que destila cada página, que es, en suma, su afán, para lo que pide: “Dadme mis letras para recomenzar. Dadme aunque sea un cero, pero uno completo, cuadrado y sin fisuras”.
Emocionante.
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