lunes, 16 de noviembre de 2009

Reseña: Diccionario de dudas, de José María Cumbreño

El mismo oficio de escribir

ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Diario Hoy

Advierte la solapa de este libro del evidente alejamiento conceptual que puede darse entre el aséptico repertorio retórico de un diccionario y la humanidad palpitante de un libro de versos, pero cuando vemos que entre el sugerente título de Diccionario de dudas se erige la firma de José María Cumbreño, respiramos más tranquilos, porque en seguida vamos a deducir que estamos ante un nuevo planteamiento —que sabiamente mezclará lo teórico con lo práctico— de los que el autor cacereño nos tiene ya acostumbrados. Es Cumbreño un escritor definitivamente literario; ante tamaña perogrullada me veo en la necesidad de explicar que es un autor que (en el buen sentido) supura literatura en cuanto hace; obsesionado con los límites de la expresión, al acecho —como los buenos poetas— de exprimir el sentido de lo que se dice y (sobre todo) cómo se dice, no podemos menos que plantearnos (y espero me perdonen a mí el tópico) esta nueva entrega de nuestro autor como “otra vuelta de tuerca” en su búsqueda por acotar —cuanto menos, explicar— el espacio insondable de lo poético.

Cumbreño es de esos autores que parece que siempre ofrezca lo mismo, pero basta con penetrar en sus nuevos versos para comprobar que el proceso de intensificación se va agigantando. Devenido ya en uno de los más interesantes autores contemporáneos del difícil género del aforismo (del que se burla en una ocasión, curiosamente: “Sentencia breve que, con la excusa de condensar una reflexión profundísima, frecuentemente da gato por liebre”), en esta obra asistimos a una curiosa manera de representación en la que parece que estemos viendo al artista en su taller mientras trenza vida y literatura en un ejercicio único donde es difícil deslindar una y otra, porque desde luego es así como debiera ser, siempre tramadas la una con la otra. Divido en cuatro partes, aunque mejor sería decir, con una amplia parte central compuesta por dos sólidos edificios aforísticos que, acertadamente, se titulan “Mirar y ver” y “Oír y escuchar”, y flanqueados por dos poemas más largos al comienzo y al final, “Diccionario de dudas” y “Música para castrati”, la parte del león se la lleva, como digo ese monumento central en que Cumbreño atinadamente, de forma juguetona aparentemente, pero con peligrosa carga de profundidad en cuanto dice, dilucida entre la vida como materia literaria y la literatura como forma de vida; quizá sea lo de siempre sí, pero con la “fermosa cobertura” de quien posee un innegable manejo de la palabra precisa y el momento justo. Recuerdos y justificaciones, crisis afectos, se dan a mano con estampas amables de la vida conyugal y familiar, con lo que la obra aparece como un todo continuo desde el inicial poema que da título al libro, que revela acertadamente las claves de lo que va a venir a continuación, y el insólito pero subyugante cierre que nunca es tal en la obra de un escritor de fuste: “la verosimilitud del argumento / tiene mucho más que ver / con las contradicciones / que con las evidencias.” La indagación lúcida sobre la propia vida será la que dote a la literatura de su condición de perpetuidad.


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