viernes, 11 de julio de 2014

Reseña: Cantos : & : Ucronías, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, en Nayagua

El signo, la memoria, la memoria del signo
Por Guadalupe Grande 

Revista Nayagua, nº 20, junio de 2014

Hay poetas de frontera, hay poetas de extrarradio, poetas en el ojo del huracán y poetas de diván y salón, hay poetas centrífugos y los hay centrípetos, exuberantes y contenidos, reflexivos y pasionales, y un infinito número de binomios y de taxidermias que aparentemente ayudan pero afortunadamente no resuelven el enigma. Porque nada hace a la poesía la taxidermia que podamos elegir. Sabiendo que la enumeración anterior es una carcasa vacía, y que cada poeta ocupa su lugar en la página con un acarreo de opciones y posibilidades, más o menos flexibles, podríamos añadir una ficción más que algo tendría que ver con la poética de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán: hay poetas que se afirman en cada verso que escriben y hay poetas que se borran en cada palabra que pronuncian: ese borrarse, ese acto poético que es difuminar los contornos de una identidad unívoca, dudar de la eficacia del discurso cerrado y depositar en manos de la memoria colectiva la tarea del texto.

Una extraña tormenta (1992), Las fronteras (2001), Cartas consulares, (2007), Los dialectos del éxodo (2007), y, ahora, CANTOS : & : UCRONÍAS (2013): ¿dónde situar la poética de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán? No voy yo a resolver ahora ese enigma, sería un pretencioso insulto, sino tan solo anotar dos voluntades intuidas: la frontera como signo topográfico del texto y la memoria y sus posibilidades de permanencia y olvido como brújula, unidas ambas por la falta de urgencia, es decir, por la cadencia del recuerdo. Parsimoniosamente, como las caravanas de Saint John Perse, han ido apareciendo los libros de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, en su dicción severa pero no solemne de preguntar al hombre y a la tribu por las causas: preguntando incansable, obcecada, desesperanzada, reveladoramente. Desde la frontera, desde el éxodo, desde las afueras, desde la extrañeza, desde la extranjería que se pregunta por el sentido de las aduanas, inquirir ha sido la tarea de los libros de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. Pero no se ha tratado de un signo de interrogación en el aire, frente al vacío abstracto de la semiótica, sino frente al futuro que ha de responder al “antiguo canto del hombre: persuadida consciencia”.

Nos sorprende ahora Miguel Ángel Muñoz Sanjuán con esta radical utopía en los límites de la escritura, un radical itinerario que regresa del éxodo, de las fronteras, de la melancolía para inquirirnos ahora, preguntarnos ahora, sobre nuestra responsabilidad como lectores del mundo y su memoria. No es un destino distinto al que alentaban sus anteriores libros, no es un salto en el vacío, sino una extremación frente a sus inquietudes obsesivas —no otro adjetivo se puede aplicar a la reiterada obcecación de la alta poesía por adentrarse en los grandes enigmas de los humano, sus grandes decepciones, sus desesperadas voluntades, su constante alerta y su no menos intensa creencia— sobre las posibilidades y responsabilidades del signo.

En este fascinante itinerario de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, encontramos a “—»»Los muertos hablando en presente: & : los vivos intentado conciliar el pasado:” y la palabra del hombre contemporáneo, de la conciencia contemporánea, aferrándose en su clamoroso naufragio a lo que de aparentemente menos significativo hay en el lenguaje, dejando hablar también a eso que estaba en los márgenes del discurso poético y que, no tenido en cuenta ni más allá ni más acá de su utilitarismo gramatical, nos adentra en una nueva semántica del signo, en una libertaria radicalidad, resignificativa en su indagación y su inquietud.

En la estela, tan subterránea como intencionadamente apartada por los guardianes de las puertas de una ley tan difunta como persistente, en la estela de los márgenes de la poesía casi secreta contemporánea, desde los compañeros del surrealismo como Rafael Pérez Estrada, Carlos Edmundo de Ory o Eduardo Cirlot, hasta los amigos de Dada y la poesía experimental, como Julio Campal, Eduardo Escala o José Miguel Ullán, estos CANTOS : & : UCRONÍAS nos interrogan desde la voz aproximativa de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán sobre los que es y lo que habría podido ser: lo acontecido y la narración de un otro posible. Otro posible que no busca en la fantasía su posibilidad sino en una variación cuántica otro resultado verosímil. La polisemia semiótica, como la polisemia semántica, obliga al lector a responsabilizarse de su lectura, de su interpretación, a ser no el receptor de un código trasmitido y recibido, sino el cómplice o el disidente de un lenguaje cifrado y descifrado.

En un acto de escritura abiertamente subversiva, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán desordena, sin reordenarlas, esas señales de tráfico que son los signos de puntuación, no se trata de una nueva propuesta ordenancista, no de una nueva urbanística que milimétricamente reemplace a la anterior, sino de un incesante cuestionamiento sobre los estratos de poder que acompañan a la gramática más obvia. Pero ello no debe desviarnos del texto: eso dice también este libro de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, esto señala: sería fácil prestarle atención a la desobediencia semiótica, dejarse arrastrar no por la aventura sino por el aventurerismo, no por la imaginación sino por la fantasía, no por la subversión sino por la negación exenta de argumento ideológico: pero eso solo les está permitido a los que no tiene memoria, a los que carecen de responsabilidad ante la memoria. No es el caso. Miguel Ángel Muñoz Sanjuán resitúa, despoja de su significado acordado la señales de tráfico, de poder, que nos guían en el texto, y a partir de ahí estructura el relato de la angustia del ser humano ante el signo y ante la memoria del signo.

“Frente a la invasión de lo discursivo, de la atracción aplastante de la publicidad, de la verborrea, la poesía solo puede responder de una forma: tachando, negando, borrando…”, escribió Fernando Millán; Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, nombra otra posibilidad, explorar obsesivamente, minuciosamente, las antiguas tareas de la conciencia, los antiguos mandatos de la poesía en su cordialidad y su desamparo, y encontrar los nuevos mapas significativos para que las palabras no sean materia forense sino brújula y testimonio.

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