La identidad verbalizada, por Javier Lostalé
Marta Agudo (Madrid, 1971), filóloga, antóloga y ensayista, reconocida por su lucidez a la hora de desentrañar la naturaleza del poema en prosa, como lo demuestra la antología preparada en colaboración con Carlos Jiménez Arribas, Campo abierto, publicada por DVD en 2005, se dio a conocer como poeta con el libro Fragmento, aparecido el año anterior en la editorial Celya, caracterizado por su fragmentariedad y por su brevedad, rasgos propios de la “poesía del silencio”, como muy bien señala Eduardo Moga en Poesía Pasión. Doce jóvenes poetas españoles (Libros del Innombrable, 2004), que incluye a Marta Agudo al lado de Julieta Valero, Marcos Canteli, Rafael-José Díaz, Antonio Lucas o Pablo García Casado, por citar algunos nombres. Poetas todos, como nuestra autora, que buscan la máxima tensión del lenguaje, la síntesis mayor, la autonomía del poema, una potente carga simbólica, la ruptura sintáctica y la elipsis; notas señaladas igualmente por Moga. Fiel a la búsqueda del sentido de lo absoluto dentro del poema, Marta Agudo ha publicado en Calambur su segundo libro: 28010, código postal de la autora perteneciente a los alrededores de la plaza madrileña de Olavide donde ella tiene su casa, centro existencial y refugio entre tanta quebradura, dolor y turbulencia entraña de la vida. Un dato real para que el lector tenga siempre una toma de tierra en el acompañamiento a la poeta en su itinerario hacia la construcción de su ser, mediante cuarenta y cuatro poemas en prosa divididos en cuatro secciones articuladas por el lenguaje (“Fonética y Sintaxis”), el espacio (“Geografía”) y el tiempo (“Secuencia”). Se trata de un intento radical y desgarrado de la exploración y el alumbramiento de una identidad en el seno del propio poema, mediante un lenguaje habitable hasta en esos “espacios agujereados, cráteres vacíos creados por las palabras”, como diría José Ángel Valente, y en el que lo no dicho se escucha más que lo dicho. En la primera parte de 28010, “Fonética”, la pronunciación del ser se mueve dentro de un estado todavía basal, anterior al tiempo, sin memoria por tanto, donde se fragua la conciencia y se busca un lenguaje propio: “Habré de callarme para recomenzar, frotarme las manos para que desaparezcan las huellas dactilares y, en la explanada abierta de la palma, poder sembrar las vocales de un lenguaje propio”. La “Sintaxis” cruza después la frontera del yo y a través del sentido gramatical completo se produce la relación con los otros, y lo que esto significa de tensión, incomunicación, desconcierto, desajuste entre lo que somos y las reglas sociales, dulcificado por la presencia de la casa. Posteriormente se produce la confluencia del mundo y el yo, la “Geografía”, donde fracasa la buscada interrelación vascular entre los espacios interior y exterior y se pretende acordar la vida a un orden sin radiaciones, así como se intenta también desandar el camino y, desnudos de compromisos, lograr una relación armónica con la realidad, especialmente con la Naturaleza. Finalmente, en esa ascensión hacia la plena identidad la “Secuencia” o el tiempo, que fractura la lengua, impide la certeza y desliza los rostros de la ausencia y de la muerte. Poesía esencial, todo transcurre en 28010 con una energía interior que transforma lo más débil en fortaleza y cuanto nombra en un canto al ser. Todo es categoría, hasta lo más concreto. Por eso nos fecunda en el límite.
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