Toda belleza es siempre compañía
Por José Enrique Martínez
Vocación y trabajo, emoción e inteligencia son palabras que sintetizan uno de los más altos frutos líricos de nuestro tiempo, el edificado por el poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor, que ahora podemos abarcar en dos espléndidos volúmenes con el título común de Un único día, que subraya la unidad de fondo de una obra en permanente ejercicio de “superación y trabajo”, como ha escrito el propio poeta. Un único día es la construcción poética de una vida entregada “al entusiasmo y a la verdad”. Escribe el poeta que el libro “ofrece mi visión personal del mundo, mi reflexión sobre la vida que viví y mi esfuerzo por clarificar la emoción del conocimiento que me produjo el acontecer, sus circunstancias y sus experiencias”; pero la vida es fundamentalmente tiempo; un poeta tan esmerado en la edificación de su obra, la ofrece limpia y organizada en su temporalidad, en su evolución. En efecto, los dos volúmenes responden a la consideración de dos grandes etapas en su poesía: la primera, visión existencial de la vida y el mundo, discurre entre 1960-1978 y aparece con un título, Borracho en los propileos, que agrupa los diferentes libros, de Río oscuro (1960) a Tetraedro (1978); la segunda etapa, años 1980-2008, representa la unión inextricable de emoción y leguaje, intuición e inteligencia, y recibe el título de Repaso de un tiempo inmóvil, con obras como Construcción de la rosa (1990) y Las llaves del reino (2000), entre otras. De la recopilación sólo han quedado fuera los dos últimos libros del poeta, Mausoleo (1989) y Fue (2007), que formarán trilogía con otro en preparación.
He releído las novecientas páginas de poesía tundidoriana con dos de los parámetros creativos del poeta, emoción e inteligencia, guiado, como él dice, por “la emoción del conocimiento”, ese saber que no da la ciencia ni la filosofía, sino que brota con el latir del sentimiento. En los libros primeros asoma el tedio vital, la soledad y el cansancio existencial, la muerte, “asentada en nuestra carne”. Pero más que unos temas, interesa subrayar el apego existencial a la vida. La poesía de Tundidor celebra la vida, aunque con la conciencia del dolor y del tiempo, con una conciencia social también. Una palabra resumidora es “amor”. Los cantos de amor a la mujer son formidables. Pero ese amor lo es también a la vida y, destacadamente, a las cosas sencillas (el cenicero, la corva arquitectura del tazón...), a la tierra de sus raíces, humilde y pobre, al hombre modesto, al artesano..., porque la poesía de Tundidor respira honda humanidad. Poemas de envergadura son, por ejemplo, “Oda a una chistera” y “Canto oscuro para un cenicero”, cosas corrientes elevadas a símbolos de contenido humano. Los libros de la segunda etapa se muestran más propicios a la investigación formal y a la indagación intelectual, con una potencia de voz y de movimiento rítmico admirables. Pasión por la belleza y por el conocimiento, razón y entusiasmo. Quiero destacar la fuente interartísica de muchos poemas (música y pintura sobre todo). Un poema como “Monjas a la orilla del mar”, homenaje a Friedrich, es, entre ellos, el que mejor logra fundir la contemplación y la visión poética.
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