Por Manuel Garrido Palacios
Sombra solemne: ‘Mis palabras anuncian profecías. Reo eres; cautivo para siempre. Ya nunca serás libre’. Sombra sabia: ‘No hay planicie ni cóncava espesura que no haya recorrido. Cuerpo amado, siempre me diste cobijo’. Sombra insomne: ‘Por sólo una caricia y la luz violeta de la tarde, te sientes exultante. Vendrá la noche y el reinado del sueño fugitivo; seré feliz a medias porque tú estarás triste’. Sombra noctívaga: ‘Nada hay salvo la noche y su guarida de miedos y terrores. La noche ofrece su rostro más amable en sus comienzos’. Sombra indecisa: ‘Lo peor es no saber qué pasará mañana; sé de la noche sin ojos y de la noche con miles de ojos. Mas el día, nada hay que lo anuncie’. Sombra impura: ‘¡Cuerpo desdibujado! Dónde está tu esplendor; el vigoroso empuje de tu fervor y mástil verdecido. Desasosiegos te absuelven de todo compromiso’. Sombra purísima: ‘Brisa soy y agua lustral. Nunca me amaste y estoy en tus orígenes, en la raíz de tu infelicidad’. Sombra iracunda: ‘Careces de aliados, estás solo. Perecerás por no aprender a tiempo que el hombre es compasión mal entendida’. Sombra vengadora: ‘Podría consolarte de tu sufrimiento si inmerecido fuese. Pero eres árbol caído, soplo. Nada fuiste, sino el imperio bárbaro de un pene’. Sombra amorosa: ‘Rocío para tus ojos envelados, nieve para la fiebre de tus sienes, música de arpa para tu oído sordo; mariposas de colores para tus labios’. Sombra solitaria: ‘Nadie haga controversia sobre este amasijo de hipocondría; nadie me lo dispute’. Sombra libertina: ‘Álzate, tus noches serán otra vez lo que ya fueron: esplendor y alborada; noches de vino y clamores de cuerpos’. Sombra lustral: ‘Esos dedos que exploran la piel recóndita y sus sagrados repliegues; esos dedos inocentes e impúdicos’. Sombra apócrifa: ‘Ah, sombras sin conciencia y sin espíritu; ¿por qué lo atormentáis? Sois el lastre de todo lo que vive’. Sombra culposa: ‘Pido perdón y cumplo penitencia. No estuve presta ni adiviné estos tiempos de légamo y escombros’. Sombra esclava: ‘Puedo llamarte hermana y sé de tus pesares. Sólo el trabajo sucio me obliga y me encomiendan; no me quejo’. Sombra acusadora: ‘Nada te pertenece; ni siquiera el dolor’. Sombra suicida: ‘Sólo la vida en plenitud lo vale. Vas camino de nada, una pasión pensante’. Sombra política: ‘Ahí fuera, en la calle, sigue la vida. De todo te olvidaste. Pero la gente piensa, se afana y aventura. Tu decadencia está en tu descreimiento’. Sombra vigilante: ‘Ni una idea saldrá de tu cabeza que mi control ignore y frene; tengo tu pensamiento’. Sombra adolorida: ‘El dolor humilla; lo sé pues soy su sombra, la fedataria de su infamia, la testigo’. Coro de sombras: ‘Es nuestro fin, desfallece la noche y la aurora avanza. Pero permanecemos en la herida; en la pus y en el barro’. Sombra temerosa: ‘Entre el miedo real y el miedo a los fantasmas no hay apenas diferencia’. Sombra solitaria y difuminada por la luz: ‘El dolor es una venganza extraña de no sabemos quién e ignoramos por qué’. Sombra hacendosa: ‘Yo cuidaré tu casa, tu higiene, tu ventura. Ordenaré la red de tus metáforas y el caos de tus cacofonías’. Sombra muda: ‘Ninguna de las otras sombras, antes de huir, supo si compadecía o compartía el infortunio’. Sombra amistosa: ‘Yo vengo a rescatarte. Piensa sólo en la gente que en ti creyó; que te dio tanto’. Sombra del rocío: ‘Soy la última, me quedaré contigo hasta extinguirme. Fugaz soy y no formo aquelarre, ni conjuro ni cónclave ni hechizo. Cada mañana seré soplo, gota de agua que refresque la paramera de tus eternidades’
Según los previos, Aquelarre de sombras es un canto coral sobre el dolor y el honor, obra con la que Javier Villán culmina un proceso de depuración iniciado con La frente contra el muro. Lo fundamental de su poesía está en la antología (1975-2000) El corazón de la ceniza (Calambur 2007).
Aquelarre que acaba, sombras que huyen, luz que se filtra, libro que conmueve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario