lunes, 4 de julio de 2016

Reseña: La tumba de Keats, de Juan Carlos Mestre, por José Enrique Martínez en El Diario de León




ÁNFORAS DE LOS QUE SON CENIZA



                                                                                                   José Enrique Martínez

                                                                                                                     DIARIO DE LEÓN
                                                                                                                      3/7/2016




En 1999 apareció La tumba de Keats, de Juan Carlos Mestre, soberbio ejemplo de poema-libro, pues como tal fue escrito, sin desmayo a pesar de su magnitud. En 2004 disfrutó de una lujosa y artística edición en un mano a mano entre Mestre (texto) y Robés (imágenes). La nueva edición aporta las ilustraciones del libro de artista Ghetto que el propio Mestre realizó durante su estancia en Roma entre 1997-1998. El poemario nació en aquella ciudad cuando el poeta dispuso de una beca en la Academia Española de Roma y visitó la tumba de Keats, el joven poeta romántico que contaba apenas 26 años cuando murió en la Ciudad Eterna en 1821, siendo enterrado en el cementerio protestante. Otro formidable poeta inglés, Shelley, que también murió joven en Italia, ahogado en el Mediterráneo, compuso en memoria del amigo otro memorable poema, Adonais, que acaba de ser editado en bilingüe por Visor. Mestre lo evoca así: «Debajo de esta losa hinchado por el agua está el cuerpo amoratado de Percy Bisshe Shelley... / no es hermoso morir si uno es joven y el amor terrible».

La tumba de Keats es un poema complejo. Lo que he leído sobre él no pasa de vaguedades y rodeos. No aspira esta reseña a dar con la clave, por supuesto, sino a suscitar el interés por su lectura. Sin embargo, hay un verso hacia el final del libro que puede aproximarnos a una interpretación apropiada: «He pasado la tarde junto a la tumba de Keats... / no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida». En ese infierno cabe la crítica a los que ejercen «asuntos de fuerza» civil o eclesiástica y la piedad por los oprimidos. Roma se convierte en símbolo o síntesis del esplendor y la miseria, de las lacras históricas veladas por el brillo de las cúpulas, en la gran cloaca que mancha incluso las palabras, que llaman «conducta a la obligación y fidelidad al silencio». Pero en el poema hay, además, un pasmoso alarde imaginativo del que se hace gala: «La imaginación hizo resucitar a Jesús, / la imaginación es un túnel de tierra ante los ojos del topo...». La imaginación, unida a la memoria, crea mundos desconocidos: «Cada visión del hombre es una idea nueva que visita el mundo». Es esta facultad creadora la que hace del ámbito poético de Mestre un mundo singular.

«Adiós Roma, adiós dolorosa luz indescifrable». Es la despedida ante la tumba sobre la que reza un célebre epitafio que Juan Carlos Mestre incorpora como verso final a su poema: «Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua».

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