El día anterior al momento de quererle, una vida, un poemario de Concha García
Por Manuel García Pérez
Mundiario, 17/01/2015
La poesía de Concha García demuestra que la trascendencia reside también en la cotidiana experiencia de una realidad que nos desborda en la vigilia y en el sueño.
El poemario de Concha García, El día anterior al momento de quererle, publicado en Calambur, en 2013, profundiza en la memoria como un espacio transitable donde la juventud y la madurez se confunden, donde no existe la nitidez entre lo que ha sido encantador, deliciosamente vivido, con aquellos momentos traumáticos, llenos de aspereza y de frustración. Como se puede revisar también en obras anteriores, la autora busca esa frontera intermedia donde la vida no es juzgada, sino contemplada como una fuerza inasible a la que no podemos renunciar y a la que no podemos increpar para que las tornas cambien: "Unos seres que se repiten/ en el tiempo, una serpiente/ espalda abajo que se ausenta/ de los momentos felices y aparece/ cuando la derrota es previsible" (pág. 65).
Lo que siempre me ha cautivado de la poesía de Concha García es esa manera aparentemente sencilla de reflexionar sobre los problemas existenciales, puesto que es cierto que su estilo no es excesivamente abigarrado, pero su sintaxis y la riqueza conceptual que en ella se incluye inciden en ese eterno debate entre el yo y su alteridad. Alrededor de la pérdida, alrededor del miedo a morir, giran esos fantasmas errantes que son quienes habitan la casa, las habitaciones, los recodos, los espacios en los que la ausencia se hace visible.
Los objetos, los detalles mínimos y los recuerdos repetidos son rasgos de ese mundo personal que Concha García prevé dentro de los límites de su escritura. La vida como experiencia del recuerdo tiene las mismas demarcaciones que la literatura, erráticas, confusas, pero hipnóticas: "Cuando lees: solía tejer guirnaldas/ lo que te llega/ no pertenece a tu tiempo./ No es real ¿sabes?/ potencia de pensamiento/ que forma solo/ imágenes aproximadas/ de la dulzura/ que te habita" (pág. 13). La ausencia de quienes han completado nuestra existencia, el reproche a quien no va a respondernos y el dolor contenido ante la inminencia de experiencias inevitables construyen toda una poética donde el amor no es idealizado, sino que son los idealismos los que han destruido la continuidad del afecto entre nosotros: "Ayer, entre las cosas que tiro,/ fotos, papeles, ropa, llovían plazoletas/ donde estuve hace tiempo,/ los singulares rostros de arcángeles/ que bordeaban algunas fuentes blancas/ transitaban conmigo en el anterior día/ de la tristeza" (pág. 35).
Quizá la autora busca en el recuerdo de la ausencia ese momento de la controversia que todo creador necesita para reflexionar sobre sí mismo, en la solitud, como describe Hannah Arendt. No hay otro fin que perseverar por perseverar, sentir ese tiempo que se va rápida y silenciosamente. Es inevitable que el lenguaje sobreviva a tantas acciones que apenas recordamos, pero que con voluntad van marcando de cicatrices nuestra piel. Lo que el poema entona es el instante, una acción simbólica que repercute en todo lo que somos: "Ella se desnuda, siente la tibia/ temperatura del alba en un/ alegre balanceo que provoca/ una sombra perfectamente enlazada/ a otro cuerpo." (pág. 38).
Gracias, Concha, por tus consejos.
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