miércoles, 27 de febrero de 2013

Noticia: lectura de Marifé Santiago Bolaños en librería Ocho y Medio, Festival Ellas Crean

La orilla de las mujeres fértiles: lectura de Marifé Santiago Bolaños y música de Mª José Cordero
Festival Ellas Crean
Sábado, 2 de marzo, 20:15 h.
Librería Ocho y Medio
C. Martín de los Heros 11, 28008 Madrid

Marifé Santigo Bolaños leerá La orilla de las mujeres fértiles acompañada de la música de Mª José Cordero, una actividad dentro de la novena edición del Festival Ellas Crean. 

La orilla de las mujeres fértiles, Marifé Santiago Bolaños. Calambur poesía, 110. Madrid, 2010. 72 p. ISBN 978-84-8359-197-0. 14,00 €. Incluye CD con música original de M.ª José Cordero y poemas recitados por la autora.

Festival Ellas Crean

Librería Ocho y Medio

Noticia: lectura de Javier Lostalé en Función Lenguaje. Centro de literatura aplicada de Madrid

Rosa y Tormenta: lectura de Javier Lostalé
Viernes, 1 de marzo, 20:30 h.
Función Lenguaje. Centro de literatura aplicada de Madrid
C. Doctor Fourquet 18, 28012 Madrid

El poeta y crítico Javier Lostalé leerá una selección de sus poemas. Entre  las obras seleccionadas para la lectura destaca Tormeta transparente, libro editado por Calambur. Presentado por Ángel Rodríguez Abad.

Tormenta transparente, Javier Lostalé. Calambur poesía, 112. Madrid, 2010. 80 p. ISBN 978-84-8359-198-7. 10,00 €.

Función Lenguaje

lunes, 25 de febrero de 2013

Novedad: Autorretrato de otro. Sueños de la isla y la ciudad de antaño, Cees Nooteboom

Autorretrato de otro. Sueños de la isla y la ciudad de antaño
Cees Nooteboom

Dibujos: Max Neumann
Traducción: Fernando García de la Banda
Calambur Poesía, 135. 160 p. 14 x 22,5 cm. 

Con 33 ilustraciones a todo color. 
Edición bilingüe neerlandés-español
ISBN: 978-84-8359-244-1
PVP: 18,00 €

«Desprendido de la palabra que estaba obligado a ser, su destino más lejano tan infinitamente cerca entre los siempre silentes peces, redimido de su nombre». Cees Nooteboom 


Autorretrato de otro es un libro singular y fascinante, surgido de la colaboración y la complicidad entre Cees Nooteboom y el artista alemán Max Neumann. Se trata de un diálogo de dos intimidades, dos islas que en esa conversación se completan y hacen realidad aquellos versos de John Donne: «Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente». Los treinta y tres dibujos de Neumann llegaron a la casa de Nooteboom en Menorca, y allí comenzó un proceso de escritura en el que la realidad, los recuerdos, mitología e historia, la infancia y un profundo proceso de indagación sobre el laberinto de la identidad desembocaron en estos treinta y tres poemas en prosa. Tanto los dibujos como los textos participan de esa voluntad de exploración de la identidad y sus metamorfosis, desde su zona más luminosa hasta sus habitaciones más oscuras, una búsqueda que en el diálogo traspasa las fronteras de la isla convocando vivos y muertos, luces y sombras, paisajes de interior e inabarcables exteriores, seres animales y seres humanos. Un libro singular, como lo es el itinerario poético y narrativo de Cees Nooteboom, fundado en su infinita curiosidad y su permanente indagación sobre lo extranjero frente a la identidad institucionalizada.
 

Cees Nooteboom (La Haya, 1933) es uno de los escritores contemporáneos más versátiles y prodigiosos. Situado al margen de cualquier historiografía literaria de carácter nacional, no es sin embargo difícil seguir sus pasos en la gran tradición occidental del observador en los márgenes: ese que mira, cuestiona, admira y relata desde el ejercicio de libertad que le otorga esa mirada de extrarradio, «un romántico con ironía y sin ella, un poeta filósofo que no se deja cegar por las filosofías», en palabras de R. Safranski. Conocido en España sobre todo por sus novelas, ensayos y libros de viajes —entre los que cabe destacar El desvío a Santiago (1992), El día de todas las almas (1998), Tumbas de poetas y pensadores (2007) o Zurbarán, el pintor del misticismo (2011)—, en esta ocasión Calambur tiene la satisfacción de poner en contacto al público español con su poesía.

Max Neumann (Saarbrüken, Alemania, 1949) vive y tra­baja en Berlín. Artista con un vocabulario propio y en permanente metamorfosis, ha realizado exposiciones individuales en Europa, Norteamérica y Japón. Sobre su obra ha escrito Joachim Sartorius: «Neumann no cree en una percepción extrasensorial, pero cree en las invenciones de la imaginación, creaciones lúdicas o, en las piezas oscuras, encarnaciones de obsesiones y energías compulsivas. No es posible interpretarlo pero, ¿por qué hemos de desenredar el misterio?, ¿acaso no es mejor aceptar la incertidumbre?».


viernes, 22 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Filandón, suplemento cultural del Diario de León

Trazar la Salvaguarda, José Luis Puerto
José Enrique Martínez

Filandón, suplemento cultural de Diario de León, 28/01/2013

Que mi voz sea semilla y corazón
 
En el libro De la intemperie (2004) poetizó José Luis Puerto la precariedad del hombre, por lo que en Proteger las moradas (2008) buscó la protección, la salvación de un territorio anímico y vital que se remonta a la infancia o, en un sentido simbólico, al jardín perdido y siempre anhelado. Trazar la salvaguarda, finalmente, incide en la búsqueda de espacios de protección frente a la intemperie. Forman los tres libros una verdadera trilogía de poesía depurada, en busca de la esencialidad de la palabra.

Como los jilgueros alborozados ante el festín gratuito que les proporcionan las bayas de un arbusto, el poeta canta también en acción de gracias por lo recibido, el don de la poesía, que extrae de lo más humilde: unas flores en el campo, una brizna de hierba, la evocación del origen, «las raíces del jardín», en fin, «la belleza humilde» de las cosas humildes: lo esencial en su sencilla plenitud. Lo humilde tiene una representación sagrada, espacio sustancial de esta poesía compasiva, ascética, entregada: un pesebre, un nacimiento, un niño. Además de lo humilde, hay otros factores también de salvaguarda frente al desamparo existencial, la profanación de los espacios sagrados, las sacudidas del tiempo y «la herida», signo reiterado de dolor, de la pérdida, del anhelo nunca conseguido. Entre esos factores está el amor que representa la mujer, las «santas mujeres», verdaderas «figuras de protección», lo sagrado y la poesía, que el poeta concibe como un pan que se reparte y comparte y que, como en Machado, se orienta hacia el misterio. En este ámbito de lo que salva, el poeta elabora una serie de símbolos de amparo: unas rosas blancas contempladas por dos ancianos, la pobreza como ámbito de piedad y entrega recíproca e ideal de ascesis y despojamiento, el pan, símbolo primordial, «bondad entregada» y comunión, un puñado de tierra, pues la tierra es vida, fructificación, casa y morada final, la nieve y su pureza, el ángel, bálsamo de la herida, el vientre, otro símbolo esencial, lugar del fruto, de amor y plenitud, las manos abiertas y oferentes, los círculos que los niños trazan en sus juegos, imagen de salvaguarda, como lo es el círculo salvador de la palabra del poeta.

Contemplación, sentimiento, meditación, inquisición y trascendencia. Tal me parece el proceso de esta poesía de lo humilde, lo sagrado, la ascesis y la revelación, de esta poesía entregada como el pan, para compartir, y que quiere ser, en suma, palabra salvadora.


Filandón

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en Culturamas

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Alberto García-Teresa
Revista digital Culturamas, 03/11/2012


La poesía de Juan Carlos Mestre resulta un portento de imaginación, un torrente de poderosas e imaginativas imágenes. Su potencia y su evocación no residen en la adjetivación, sino en lo nominativo, en las sugerentes asociaciones; en la maestría para construir atmósferas y cadencias únicas a través de la encadenación de fascinantes enumeraciones. De esta manera, Mestre continúa la estela de los poetas que levantan una realidad propia en sus poemas, espejo, eco, de la nuestra, donde se extrema el lirismo. Así, alcanza los mejores logros de las voces que reconstruyen la realidad desde una mirada maravillosa y maravillada.

La bicicleta del panadero constituye un voluminoso ejemplo de todo ello. A través de un verso largo, solemne, que llega a transformarse en poema en prosa, Mestre teje un denso entramado que bebe de lo onírico y del irracionalismo para arrojar luz sobre nuestro mundo, del que, estudiada y puntualmente, ofrece anclajes y referencias.

Su poesía descubre una nueva forma de mirar el alrededor traspasándolo, revelando secretas conexiones, trascendiendo su inmediatez, obligando a despegar la atención de la obviedad. Mestre presenta una relación inédita entre las alusiones a elementos cotidianos y nombres propios, constantes en sus versos. En ese vasto conjunto de referencias destacan las culturales, las artísticas y las poéticas.

En ese sentido, son habituales las alusiones a grupos humanos, a colectivos profesionales. El ser humano, así, suele aparecer como comunidad, y la propia pretensión de construir esa red de relaciones tan significativa entre todo tipo de objetos y elementos contribuye a consolidar esa intención.

Así, esta monumental obra no encierra el universo, sino que sea pasea por él, dejando constancia de todos sus recovecos. O de buena parte de ellos, pues precisamente Juan Carlos Mestre lo que afirma es el carácter inabarcable, interminable, de la vida.

Además, en ese entramado se introduce una crítica antifascista, una proclamación de la vigencia de la lucha de clases que supone, por un lado, una defensa de la memoria y, al mismo tiempo, una proyección hacia el futuro: «Porque no dudes que se acercarán a casa los hombres de la prohibición. / Los hombres de las devastaciones. Que llegarán a casa los asesinos. / Lo que no puede ser prohibido volverá a ser prohibido de otra forma»

Por todo ello, La bicicleta del panadero resulta un extraordinario poemario, una excelente muestra de la potencia de la poesía para atravesar la realidad sin perderla de vista, reconfigurando los vínculos que la constituyen de una forma lírica

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto
Antonio Colinas
El Norte de Castilla, 16/02/2013
 

Hacia lo absoluto

A la obra poética de José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953), me parece una de las más significativas y profundas de nuestros días. En primer lugar, por el tiempo del que arrancó, muy sometido a las influencias: por un lado, a la eclosión de los artificios novísimos o ‘culturalistas’, pero también a un poetizar simple y plano —el poema-fotografía en gris—, desposeído de sentido y sustancia, lo que José María Valverde reconoció muy tempranamente como poesía ‘desvitaminada’. La clave, a mí entender, de ese camino seguro y personal que emprende Puerto sin prisas y desde sus dos primero libros —El tiempo que nos teje (1982) y Un jardín al olvido (1987), editados por Adonáis— brota de su propia y personal voz. Estamos desde un principio, ante un poeta que, en forma y contenido, es fiel a un modo de decir que revela, por una parte, una extremada depuración formal, un equilibrio no exento de emoción siempre muy contenida y tierna, y por otro a un pensar que es consustancial al poema que quiere ser completo. Bajo este punto de vista, el carácter meditativo de la poesía de Puerto entraña, ante todo, un compromiso con los problemas esenciales del ser humano.

¿Qué problemas o que preocupaciones son estos? Para responder a dicha pregunta nos bastaría con observar los títulos de algunos de sus libros últimos, como De la intemperie (2004), Proteger las moradas (2008) y el que ahora aparece y comentamos, Trazar la salvaguarda (2012). En libros como estos no solo madura su obra sino que se nos dan las claves de esa larga meditación que ha supuesto su vida y de esas preocupaciones que retornan a sus poemas. Muchas veces, en los mismos y significativos títulos están las claves de ese mundo humanísimo. Intemperie y salvaguarda son dos términos decisivos en ese planteamiento radical en el que el autor reflexiona y siente, y lo hace con muy pocas palabras. Y es que la salvaguarda protege frente a la intemperie, la morada frente al vacío existencial. Luego, nuevos términos de otros títulos (estelas, señales, sílabas), remiten a la simbología que dicha meditación exige para expresarse. No es posible, pues, testimoniar sobre esa actitud existencial y contemplativa extremadas sin hacer estas valoraciones de los símbolos.

Tampoco son ajeas a cuanto el poeta nos quiere decir, las citas que ha puesto al frente de su libro. En ellas encontramos lo que se «ama»; sentimiento el amor que sin embargo se da en «paraje algunos», es decir, en el ya mentado vacío existencial. Pero también en esas citas orientadoras aparecen otros términos que son consustanciales a la poética de Puerto y que nos prueban que ese vacío existencial puede tener contenido gracias a la plenitud de ser: país, casa, refugio, alma… Son los ámbitos en los que se manifiesta la experiencia interior. Y en esta expresión en donde se encuentra la clave imprescindible de esta poesía que ahora, en Trazar la salvaguarda, madura de una manera extremada.

Sin embargo, esa ‘casa’ o ‘morada’ posee una significación múltiple, pues de entrada puede ser la de la naturaleza de sentido universalizado, esencial en este poeta, por más que sepamos que dicha naturaleza proviene de un ámbito concreto: el de su tierra natal o el de nuestra Comunidad, el de las serranías y valles de su infancia, el de la memoria. Naturaleza a la que accede desde la experiencia, pero también desde el llano contemplar.

Casa y seres queridos son también ‘moradas’ en las que salvaguardarse, pero qué duda cabe que la naturaleza es el ámbito primordial, hasta el extremo de que las mismas palabras acaban siendo ‘ciervo’; las palabras que no han nacido par ala mera retórica sino que en este poeta llevan consigo una exigencia, pues remiten a cantar y a orar, anhelar y a esperar. Es palabra sagrada, y así se nos dice directamente en el poema titulado variaciones vocálicas.

Hay también en el escribir de Puerto una poética del descenso, del abajarse, pero siempre como un paso previo a un ascenso hacia la consciencia, hacia el conocimiento absoluto. Unas veces esta actitud se manifiesta con imágenes físicas, realísimas (como en el poema comenzar desde abajo), o de manera muy lúcida y radical en el poema candelina, en el que el ser es consciente de que en la tierra no se puede adquirir ‘vuelo’ alguno y que, como el insecto, está destinado a abrasarse en la llama, en la luz. Hay también, al nombrar este término, una luminosidad en la poesía de Puerto que se manifiesta de manera irisada, pues la luz remite a la llama de la candela, pero también a la luz del conocimiento, que su vez viene revelada previamente por la luz física de las horas del día y de las estaciones del año, la que acaricia los montes en las albas y en atardeceres. La luz como la llave que abre el mensaje del poema (Abre la luz); la luz que ilumina el espacio, en el que se da la letanía y el cántico, la palabra que salva.

A veces, en este libro, el poeta sale de los territorios de la memoria de la infancia, por más universalizados que ellos estén. Así sucede en los poemas nacidos de un viaje a Fez, en Marruecos. El ‘espacio fundacional’ responde ahora a otras señales históricas y a otros signos culturales, pero al decir esencial para el poeta es el mismo, y por ellos los símbolos son los humildes de cualquier ámbito: la ruina de una escalinata, una abeja, la ciudad-laberinto, las cabras sacrificadas, los dos ancianos que caminan agarrados de la mano…

En el fondo de este libro, inusual por su verdad, late un afán de silencio fértil, pues a fin de cuentas solo cuenta, se nos dice, escuchar lo que calla. Pero este callar no remite a evasión o a sumisión, a mordaza. Y es que el poeta es muy consciente de que lo que cuenta en último extremo es la libertad frente a ‘Quienes quieren cortar todas las alas/ y enjaular cualquier vuelo’. Pero no es fácil escribir sobre lo que Puerto escribe. El poema no es en su caso texto para el análisis fácil, pues suele ser materia, ser vivo destinado a musitarse y a orar con él. Hay igualmente un gran afán de resistencia frente a la intemperie. La palabra es el medio ideal para lograrlo. La palabra —como la naturaleza, el tierno humanismo, la fuerza de la sangre, las raíces—, están para sanar y salvar.

Y escribir sin que sobre ni falte palabra: poesía esencial en lo que transmite, en el mensaje, y en cómo lo transmite. La poesía española actual ha recuperado la libertad de decir y de sentir, sale de lo simple y lo plano, de lo impuesto, para abrir nuevos caminos fértiles. Uno de esos caminos es, sin embargo, el que Puerto ya había abierto allá por los comienzos de los años 80, alejado de los ‘cantos de sirena’ de aquellos días. Mantenerse en la libertad de la propia voz sin titubeos ni máscaras es una de las lecciones que la poesía de José Luis Puerto nos ofrece en este nuevo libro mayor.

jueves, 21 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto
Carlos Aganzo
El Norte de Castilla, 16/02/2013
 

Criaturas en flor de leyenda

Hace años que vengo diciendo que la obra de José Luis Puerto (La Alberca, 1953) entraña como muy pocas el carácter de lo que es, o de lo que debería ser, la literatura de Castilla y León. Una literatura que hunde sus raíces en el dolor inmanente de Jorge Manrique, que se goza en el vuelo trascendente de San Juan de la Cruz, que busca la escondida senda de fray Luis y que se desenvuelve con gran soltura mirando de frente a frente la claridad como si se tratara de Claudio Rodríguez…

Su último libro de poemas, ‘Trazar la salvaguarda’, tiene un poco de toda esta tradición, pero tiene además, y sobre todo, el sello inequívoco de un autor que ha vivido siempre, premeditada o descuidadamente, bajo la protección de los ángeles. Las misas criaturas aladas, a veces consoladoras y a veces claramente inquietantes, que le acompañaron en anteriores entregas poéticas buscan ahora con él el territorio de lo sagrado en ese círculo protector que nos mantiene alejados del peligro, a salvo de la intemperie y cerca, siempre, del calor de la palabra: el único calor posible en un mundo de lobos. Un territorio poético que también engarza, por cierto, con el mismo corazón de una tierra donde la luz y la sombra se cortan como con espada, como dos partes extremadamente distintas de una misma realidad. Un camino que baja hasta lo más profundo del valle de los sentimientos, de las intuiciones, de las revelaciones del hombre.

La entrega en este último libro de poemas coincide además en el tiempo con la publicación de una obra que le ha costado, en los últimos años, un trabajo intenso e inmenso de investigación, en otro de los campos en los que la escritura de José Luis Puerto se ha puesto a prueba siempre con éxito: la investigación etnográfica. De la mano de la Diputación de León y del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, publicado en la colección Beltenebros, acaba de salir ‘Leyendas de la tradición oral en la provincia de León’, un voluminoso corpus de relatos recogidos de modo directo por el propio poeta a lo largo y ancho de la provincia leonesa, transcritos, catalogados y glosados por él mismo alrededor de diez grandes categorías o bloques temáticos: el cielo, el cosmos y el tiempo; la tierra, el agua, la naturaleza, los santos y los héroes, las etnias, el miedo, el humor, los animales, y los seres indignados. Desde campanas que espantan las nubes o sirven para llamarlas, hasta piedras con propiedades mágicas; desde el canto de la coruja como augurio de la muerte, hasta animales míticos como el Culebrón, el Basilisco o el Alicornio. De nuevo esas criaturas en flor de leyenda de las que tanto gusta el poeta, aunque esta vez de la mano de un nuevo trabajo como investigador de la cultura tradicional.

«Ahora, en este siglo que, más que abrir, parece ir cerrando muchas puertas, José Luis Puerto, ha tenido el acierto y el don de fijar para siempre ese conocimiento, de sacarnos a la luz las gemas de ese tesoro», escribe Antonio Colinas en el prólogo del libro. Y, efectivamente, como verdaderas gemas deben tomarse cada uno de estos relatos que, en el borde mismo de la extinción, son rescatados por José Luis Puerto antes de que se pierdan. Un conjunto de leyendas, mitos y narraciones que describen por sí solos, mejor que ningún otro tratado, la esencia de un territorio donde, sobre la aparente sencillez de las cosas en la superficie, en el fondo nada es lo que parece.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

Trazar la salvaguarda, José Luis Puerto.
Fermín Herrero

El Norte de Castilla, 16/02/2013 

En la duración del infinito
 

A través de poemas en forma de oración, letanía, invocación, cántico u ofrenda, siempre con «un decir que nos salva», levanta José Luis Puerto en ‘Trazar la salvaguarda’ el territorio, poco frecuentado, de todo lo que nos guarda y defiende: el rito del darse, el tiempo antiguo, la melodía de la sangre, lo femenino, los adentros, la ceremonia, la celebración. Un espacio propio, libre de ruido del mundo, desde el que sigue creciendo una obra poética que alcanza con este su noveno volumen.

En este sentido, ya en el título, que reitera de manera paralelística la estructura sintagmática de ‘Proteger las moradas’, es apreciable esta originalidad. Son contados los autores que acuden al infinitivo, con un valor prácticamente sustantivado, que en este libro, como en el precedente, indica una plenitud durativa, paradójicamente desde la promesa de una potencialidad a priori imperfectiva. El justo el impulso poético, y aún vital, que alienta en cada poema, que lleva a él, lo que determina la protección duradera.

De la misma manera que él advirtiese en un artículo que simplemente los títulos podían servir de guía para cartografiar la obra de Claudio Rodríguez, así, puede seguirse la trayectoria poética de J.L. Puerto. Es más, cada nuevo título abarca los anteriores —que como sintagmas recurrentes de su mundo interior siguen apareciendo en las entregas sucesivas— y supone una ampliación de su poética en marcha, una nueva conquista hacia el centro de su significado. Para alcanzar ese centro, «otra vida más alta», nada es baladí, si siquiera las citas de obertura donde se da primacía a la experiencia interior, a su ritmo que pertenece al alma, el país errante de Marc Chagall, y que es necesario nombrar, sin descanso, al modo inspirado del arrebato hölderliano, frente al poder y la usura del mal. El grueso del libro lo conforma el apartado inicial ‘Hilos del tiempo’, al que se agregan, por su concomitancia de clima espiritual, dos paquetes, una con textos ambientados en Marruecos, que ya comentamos aquí, y otra que reúne el acercamiento, la reinterpretación de cinco mitos de ascendencia clásica.

En esta labor protectora de la poesía, para que nadie profane «lo sagrado que lo habita», «la cifra de la gracia», se da un paso más allá, se delimita un terreno protegido, con derecho de asilo, y el poema se convierte, hasta «hacerse comunión», en epifanía, en una especie de sortilegio encaminado a la salvación, hacia la que indefectiblemente se dirige. De tal modo que se alcanza, se logra la mirada clara, como la del propio autor en persona, compasiva, de una transparencia honda solo manifiesta en los clásico, y de un desprendimiento, hijo de la humildad —«siempre los más humildes, los atentos,/oyen lo más hermoso»— se lee ‘Con todo lo que nace’, poema incluido en ‘Sagrado invierno’, ejemplar por lo difícil, que en cada aventura poética que nos entrega es mayor, si cabe.

La obra de J.L. Puerto ha llegado a la convicción de que la vida es un don recibido que rara vez nos merecemos y ante el que solo resta el agradecimiento, sin pedir nada a cambio —«siempre lo más hermoso es aquello que no nos pertenece», especifica el poeta en un texto adelantado del libro en el que seguramente se encuentra inmerso— y cuya manifestación última, la belleza, es el espacio en el que la poesía tiene la obligación de ponernos a salvo, de ser el cobijo frente a la tormenta del mundo del que se hablara Bob Dylan, justamente el que topografía este libro de lo salvado, aunque no en el sentido de aquel en el que se sentaban y registraban las mercedes, gracias y concesiones que hacían los reyes. De ahí que se acoja desde el principio a la duración del infinitivo, donde se cifra en última instancia lo trascendente, al lugar de lo sagrado, que necesita, en cualquier época, pero sobre todo en este tiempo tan desabrigado, salvaguarda y protección, tareas que ha cargado sobre sus espaldas poéticas con singular cuidado, en el sentido heideggeriano, y acierto el autor de ‘Trazar la salvaguarda’.

lunes, 18 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Babelia, El País

Trazar la Salvaguarda, de José Luis Puerto.
Luis Bagué Quílez

Babelia, El País, 16/02/2013

El último libro de José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953) da testimonio de una escritura que se acoge a sagrado para alzar su edificio discursivo. Frente a la intemperie de los medios de comunicación, el autor reivindica el quietismo contemplativo. La trama de intuiciones desplegada en estas páginas se inserta en el Dextro del poema: el espacio en torno a las iglesias que aparece en el epílogo del volumen como emblema del derecho de asilo al que han recurrido las palabras en unos días de perplejidad milenarista. Este territorio protegido, en el que aún es posible gestionar la convivencia, se erige en metáfora de los vínculos colectivos y de la gravitación de la historia. Así, el ascetismo de Puerto atiende al parpadeo cromático del paisaje y a la caligrafía de sus asombros (‘Amarillo’, ‘Brizna de hierba’, ‘Coral’), a los estilos arquitectónicos que representan “la avaricia del tiempo” (‘Mudéjar, seo de Zaragora’) y a los lugares domésticos que preservan la memoria de antiguos afectos (‘Hortus’).

Sin embargo, la pulsación elegiaca se subordina a un tono admonitorio que a menudo adopta la forma de una oración, un himno o un salmo al viento. Las preguntas retóricas, lanzadas al abismo de la duda, devuelven un eco rotundo en aquellos versos que funcionan como avisos morales y apelaciones conativas al lector: “Calla / Y di desde el silencio / Eso que no se escucha”. El poeta maneja aquí un doble registro. Por un lado, el acendramiento expresivo de algunas composiciones se aproxima al arte pobre del bodegón y a la blanca epifanía de Zurbarán. Por otro, puede apreciarse cierta exuberancia visionaria en los vislumbres de Marruecos de la sección ‘Nueve huellas de marzo’, o en las relecturas mitológicas de ‘Cinco motivos clásicos’. Más allá de la babel de ruidos en la que se ha convertido el siglo xxi, la belleza ingenua de este libro defiende una fraternidad universal y un idioma común con el que “compartir el mundo”.

Novedad: Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, de Niall Binns

Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectualesNiall Binns
Hispanoamérica y la guerra civil española, 2. 824 p. 15,5 x 24 cm.
ISBN: 978-84-8359-246-5. PVP: 35 €

En el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires hay una escultura en bronce de Antonio Silvestre Sibellino que lleva como título "Dolor de España" (1939). Representa a un hombre, sentado en una silla, con el torso retorcido por el dolor. El título es, evidentemente, ambiguo: la figura puede interpretarse como una alegoría humana de la España sufriente, pero mucho más convincente —sobre todo porque la figura está sentada, y porque de la cintura a los pies aparenta tranquilidad— es ver en ella una representación mitad realista mitad expresionista del dolor sufrido a causa de España por los que vivían la guerra como si fuese en carne propia, siguiendo con desesperante impotencia, desde la sedentaria calma de sus escritorios en la lejana retaguardia argentina, la larga letanía de batallas, bombardeos y muerte.

Los intelectuales de Argentina, tomando partido con furia vociferante, respondieron a ese dolor de España con una amplísima, casi inabarcable producción de ensayos, poemas, narraciones y obras dramáticas.
Muchos viajaron a España y enviaron a casa textos testimoniales cargados de asombro y emoción. Para casi todos, más allá del bando que apoyaban, España era otra vez la madre patria, una madre que se desangraba en el prolongado y brutal parto de su futuro. 


Nacido en Londres, de padres escoceses, en 1965, Niall Binns se licenció en Filología Clásica por la Univer­sidad de Oxford e hizo estudios de postgrado en la Uni­versidad Católica de Chile y en la Univer­sidad Complutense de Madrid, donde hoy es profesor titular de literatura hispanoamericana. Es autor de los libros de ensayo Un vals en un montón de escombros: poesía hispanoamericana entre la modernidad y la postmodernidad (1999), Nicanor Parra (2000), La poesía de Jorge Teillier: la tragedia de los lares (2001) y ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana (2004). Ha preparado las ediciones de Obras completas & algo + de Nicanor Parra (2006, 2011) y El árbol de la memoria de Jorge Teillier. En colaboración con Vanesa Pérez-Sauquillo, ha traducido y prologado la antología Muertes y entradas de Dylan Thomas (2003). Como poeta ha publicado los siguientes libros: 5 love songs (1999), Tratado sobre los buitres (2002; 3ª ed. ampliada, 2011), Canciones bajo el muérdago (2003), Oficio de carroñero (2007) y Salido de madre. Antología poética (2010). Entre sus numerosos estudios sobre la guerra civil española, destacan La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil (2004) y la antología Voluntarios con gafas (2009). Dirige el proyecto de investigación «El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica» (Ministerio de Educa­ción y Ciencia, España, 2007-2011; Ministerio de Ciencia e Innovación, 2012-2014).  

Novedad: Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, de Niall Binns


Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales
Niall Binns
Hispanoamérica y la guerra civil española, 1. 584 p. 15,5 x 24 cm.
ISBN: 978-84-8359-237-3. PVP: 30 €

Dicen que Miguel de Unamuno, en su fatídico discurso del 12 de octubre de 1936, afirmó que "la nuestra es solo una guerra incívil", y la verdad es que la guerra que desgarró España entre julio y de 1936 y abril de 1939 no era ni civil ni española. Cada páis de Occidente reaccionó al conflicto con una intensidad difícil hoy de imaginar. En la lejana retaguardia de Hispanoamérica, sobre todo, la guerra se vivió y se sufrió como si fuese en carne propia. Cinco años de republicanismo habían convertido la antigua madre patria en un espejo donde se veían reflejados muchos de los temores y aspiraciones de las repúblicas hispanoamericánas, y cada país se escindió en disputas airadas, apasionadas, en torno a la guerra y a las nociones de la sociedad y del ser hispano defendidas y encarnadas por los distintos bandos: republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, por un lado; monárquicos, católicos y fascistas, por el otro. Nunca se había escrito tanto sobre España: poemas, narraciones, obras dramáticas, testimonios, crónicas, ensayos, artículos periodísticos y panfletos.

El presente libro, el primero de la colección Hispanoamérica y la guerra civil, estudia y muestra el impacto que tuvo la guerra en los intelectuales de Ecuador, un país que estaba viviendo un momento de verdadero esplendor en su literatura. La guerra civil trastornó el campo intelectual ecuatoriano, impulsó un encendido diálogo sobre los deberes del escritor y se convirtió en un tema casi ineludible para todos los intelectuales.


Nacido en Londres, de padres escoceses, en 1965, Niall Binns se licenció en Filología Clásica por la Univer­sidad de Oxford e hizo estudios de postgrado en la Uni­versidad Católica de Chile y en la Univer­sidad Complutense de Madrid, donde hoy es profesor titular de literatura hispanoamericana. Es autor de los libros de ensayo Un vals en un montón de escombros: poesía hispanoamericana entre la modernidad y la postmodernidad (1999), Nicanor Parra (2000), La poesía de Jorge Teillier: la tragedia de los lares (2001) y ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana (2004). Ha preparado las ediciones de Obras completas & algo + de Nicanor Parra (2006, 2011) y El árbol de la memoria de Jorge Teillier. En colaboración con Vanesa Pérez-Sauquillo, ha traducido y prologado la antología Muertes y entradas de Dylan Thomas (2003). Como poeta ha publicado los siguientes libros: 5 love songs (1999), Tratado sobre los buitres (2002; 3ª ed. ampliada, 2011), Canciones bajo el muérdago (2003), Oficio de carroñero (2007) y Salido de madre. Antología poética (2010). Entre sus numerosos estudios sobre la guerra civil española, destacan La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil (2004) y la antología Voluntarios con gafas (2009). Dirige el proyecto de investigación «El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica» (Ministerio de Educa­ción y Ciencia, España, 2007-2011; Ministerio de Ciencia e Innovación, 2012-2014). 

viernes, 15 de febrero de 2013

Noticia: Juan Carlos Mestre en "El Rincón" de Babelia, El País

El vigilante del fuego
Javier Rodriguez Marcos
"El Rincón", Babelia, El País, 26/01/2013
 
Juan Carlos Mestre, poeta y artista plástico, trabaja rodeado de objetos que forman una "asamblea de pensamientos vivos" 

“Madrid, 1937, / en la Plaza del Ángel las mujeres / cosían y cantaban con sus hijos, / después sonó la alarma y hubo gritos, / casas arrodilladas en el polvo, / torres hendidas, frentes escupidas / y el huracán de los motores…”. Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) recita de memoria los versos que Octavio Paz dedicó a la plaza madrileña en la que él vive desde hace 15 años. Pintor y poeta, premio Nacional de Literatura en 2009 por La casa roja (Calambur), Mestre escribe de espaldas al balcón que da a esa plaza porque, dice, necesita “no ver cosas”. Lo dice y al instante repara en los objetos que, bajo un techo pintado por él mismo, ocupan cada centímetro del lugar en el que escribe y dibuja: “No me distraen. Son huellas, cosas encontradas, regalos de amigos. Ellos me han elegido a mí, no yo a ellos. No tengo afán coleccionista. Esto es una asamblea de pensamientos vivos que trata de mantener la presencia de los ausentes. Son cosas radicalmente inútiles, pero imprescindibles. Esa tabla de lavar y ese diosecillo tienen aquí la misma categoría”.

Así, en una habitación de paredes verdes, conviven los ídolos africanos y unas tijeras que su abuelo, sastre, trajo de Cuba; pájaros de madera y una pala que usaba su padre, panadero, para sacar las piezas del horno; fetiches tibetanos y un futbolista tallado por un ciego en Brasil. Se lo regaló su amigo, el poeta Lêdo Ivo, al que ha traducido y con el que tenía una cita en diciembre pasado que la muerte aplazó para siempre.

Autor de libros como La poesía ha caído en desgracia (Visor), La tumba de Keats (Hiperión) o el reciente La bicicleta del panadero (Calambur), Juan Carlos Mestre inaugura el próximo jueves una exposición de su obra plástica en la Sala José Saramago de Leganés, pero no para. Su mente está ya en otra cosa, ocupada por la indignación que le ha llevado a escribir de nuevo torrencialmente: “El poder ha corrompido palabras como verdad o justicia y el trabajo de la poesía es restituirles su significado oponiendo un grado de delicadeza a la violencia de esa corrupción. Un poeta es el vigilante del fuego, alguien que advierte de la catástrofe inminente”.

Rodeados por tinteros y fósiles, diccionarios y un puñado de libros —los Cantos de Maldoror, de Lautréamont; Paradiso, de Lezama Lima; El ritmo perdido, de Santiago Auserón—, Mestre pintor trabaja estos días ilustrando una antología de Federico García Lorca y un bestiario de Rafael Pérez Estrada. Además, remata, Las venas comunales, un libro en el que Antonio Gamoneda ha ido escribiendo a mano sobre los dibujos que le iba mandando. “Mira qué letra tiene”, dice. “Parece de Michaux”.
El poeta leonés, que sostiene que no necesita mucho espacio para trabajar, acompaña a veces la lectura pública de sus versos tocando el acordeón, y ahí tiene los instrumentos, ordenados debajo de la mesa: “El acordeón tiene algo de mágico y, a la vez, de mendigo, ¿verdad? Es muy emocionante la humildad de su respiración”.


El País, Blogs cultura

miércoles, 13 de febrero de 2013

Noticia: Exposición: La imaginación respirable, de Juan Carlos Mestre, en Leganés

La imaginación respirable. Obra plástica de Juan Carlos Mestre
 

Del 31 de enero al 3 de marzo
Sala de Exposiciones José Saramago
Avda. del Mediterráneo, 24. 28918 Leganés


Juan Carlos Mestre, el cantautor Amancio Prada y el escultor Pedro Quesada el día de la inauguración. 
Pintura y escultura de Juan Carlos Mestre en Leganés

Ayuntamiento de Leganés

Noticia: Lectura antológica, de Javier Lostalé, en la Librería Adserá

Lectura antológica de Javier Lostalé
Librería Adserá
Presentado por Enric López Tuset y Enrique Villagrasa

Viernes, 15 de febrero, 19:00 horas
Rambla Nova, número 94 bis. 43001 Tarragona

Librería Adserá



Javier Lostalé tiene publicados los siguientes títulos con Calambur:

La rosa inclinada,
(Premio "Francisco de Quevedo", 2003 del Ayuntamiento de Madrid). 352 páginas, Madrid, 2002. ISBN: 84-88015-89-5. 20 euros.


La estación azul. 144 páginas, Madrid, 2004. ISBN: 84-96049-58-2. 12 euros.

Tormenta transparente. 80 páginas. Madrid, 2010. ISBN: 978-84-8359-198-7. 10 euros.

martes, 12 de febrero de 2013

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en el blog El diario Montañés

 La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Javier Menéndez Llamazares
Blog El diario montañés, 28/12/2012

Aristóteles en Villafranca del Bierzo

 

Cuando llega a mis manos la última entrega poética de Mestre me sorprenden sus casi quinientas páginas, una extensión inusitada para un libro de versos, más dados, como el velocista, a la corta distancia. Sin embargo, ese medio millar lejos de llamar al pánico auguran un prolongado estado de gracia, como si viviéramos de nuevo en campaña electoral y las ideas fueras brillantes y voladizas y las palabras pudieran cambiar el mundo.

Y es que, quien le ha leído lo sabe, Mestre es un auténtico prestidigitador, capaz de trocar las frases en asombro y detener los relojes durante el instante preciso para el trance. Aún más: quien le conoce, no puede sino amarlo.

Recuerdos

Cuando quien suscribe tenía apenas diecinueve años, el mundo era una biblioteca con nombres dorados en los lomos de cada tomo. Gamoneda, Ángel González, Bretón o Maiakovski llenaban los días; las noches eran para la vieja máquina de escribir, que transcribía versos que evidenciaban lecturas y filias, además de falta de pericia. En el verano de 1992, por recomendación de Alejandro Valderas, fui invitado a la fiesta de la literatura leonesa, el acto de ‘Poesía para vencejos’ que cada año se celebra en el castillo medieval de Palacios de la Valduerna, donde vive el profesor Felipe Pérez Pollán.

Recuerdo que aquella tarde de agosto pasé los peores nervios de mi vida, a pesar de la mirada generosa de Antonio Colinas, cuyos libros llevaba en mi cartera, para que me los dedicase. Antes que yo se acercó al micrófono un poeta de rizos rubios rebeldes, con la media sonrisa calada. Vestía entero de azul petróleo, y sus lentes redondos brillaban bajo el sol de media tarde. Con su ritmo pausado y una dicción que no encajaba con el origen berciano que acaba de anunciar el presentador, el joven declamó ‘Elogio de la palabra’. Mis ojos se abrieron cuando dijo: «Esta palabra y la sombra de esta palabra…». Luego, con ‘El arca de los dones’ ya no hubo quién me sacara de mi asombro. Más tarde, durante la cena, no paré hasta conseguir sentarme junto a aquel hombre que era capaz de dar vida a las palabras más elementales. Aquella noche empezamos a conversar, y todavía no hemos terminado. Era Juan Carlos Mestre.

Impreso

Cuando abro mi ejemplar de ‘La bicicleta del panadero’ lo hago, debo admitirlo, con cierta precaución. Desde hace meses los libreros lo despachan a sus clientes preferidos, que luego repasan cada verso. Yo he querido demorar ese momento; muchos de sus poemas ya me resultaban familiares, pues el poeta gusta de adelantar pequeñas pinceladas de su obra, desperdigándolas aquí y allá, siempre generoso con aquellos, tantos, que le piden un texto para su revista, una tarde en su tertulia o un guiño en su blog. Y así va sembrando el poeta plaquettes, lecturas o libros de artista, en un irresoluble puzzle que sólo de cuando en cuando se completa con una obra mayor, que hace las veces de pequeña antología –o inmensa, como en este caso–.

La precaución se debe a que Mestre no es sólo su poesía, sino su propia actitud ante ella. Cuando le has visto arrancar el desgarro a su pequeño acordeón, jugar con sus timbres de bicicleta o simplemente elevar la mirada mientras recita, como si buscara en los cielos respuestas imposibles, cuando has escuchado su poesía siempre temes que la letra impresa sea demasiado poco. Tal vez por eso lees sus versos como si los estuvieras escuchando, imaginando mentalmente el tono del poeta, y su acento con leves cicatrices de sus años chilenos.

El artista total

Claro que Mestre ya no es un poeta, o no sólo. Es un hombre orquesta y es también un museo ambulante; sus dedicatorias a la acuarela hacen que sus files aguarden con paciencia en largas filas en cada una de sus firmas de libros. Maneja el tórculo con la misma soltura con que se quita el sombrero, y hasta se permite tener un amigo que le lleve la página web y esas cosas para las que ya no tiene tiempo, mientras él vive en una sinrazón de estaciones y últimos avisos.

Pero sin saber cómo siguen brotando los versos, esa pasión encendida con la que busca la felicidad y combate toda tiranía. En su último libro, hay insumisión y dulzura. Los pensamientos bailan ante nosotros, con guiños a Marcuse y a Girondo y a todos los escritores combativos, los que más admira. Pero también hay recuerdos para Gilberto Ursinos, para su pequeño Valle del Bierzo y para el hijo del panadero, que no es sino una versión más joven de sí mismo. Como este libro, que parece una continuación natural de ‘La poesía ha caído en desgracia’, como si por Mestre no hubieran pasado los años y los premios. Claro que también hay saltos terrenales y de precisa contemporaneidad, porque ¿quién iba a sospechar que le gustase Nick Cave?


Blog El diario montañés

lunes, 11 de febrero de 2013

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en el blog felix orbe

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Jordi Valls
Blog felix orbe, 29/12/2012


Hay algo en Juan Carlos Mestre que me parece más que original, diría mágico. Quizás porque es un artista de difícil definición. Poeta de la imagen, del concepto, de la transformación del mito en materia moldeable, en la forma y en su significación.

La fragua de la creación de Juan Carlos, moldea lo anodino y lo trascendente, lo mítico y lo cotidiano. Dos mundos que se interrelacionan mas a menudo de lo que los eruditos son capaces de reconocer. Juan Carlos Mestre trabaja como grabador y realmente sus imágenes impactan, muestran una tensión que lo hacen identificable, la composición de la realidad entre los impasos del estruendo vital. Mestre se acerca, desde el grabado y desde la poesía, al abismo de la existencia.


El mundo que ordena Juan Carlos es un mundo no exento de convención. Su estrategia es reordenar las imágenes y la jerarquía de objetos y acciones que aparecen habitualmente de forma anodina, la descripción es sorprendente y nada está en el lugar que uno espera. La verdad, para Juan Carlos es huidiza y solo las aristas de lo observable la hacen imperecedera en lo mítico y en lo trivial. Aquí, a mi modo de ver, la lucha de Juan Carlos es acercarnos de alguna manera a conocer más mundo que aquel que reconocemos en nuestros límites, desde el conocimiento de la tradición y del sistema de valores que en exceso aparece demasiado rígido. Admiro la precisión y la exactitud de su narrar ético justo en la frontera de la afirmación contundente. En el poema “La herida de la verdad” explica ese límite: “El mero hecho de huir de la tiniebla hace que creamos en la realidad, otra negrura que asesina al concertino en la orquesta de viento del absurdo, el por todos conocido hobby preferido de Thánatos.” Su poesía és diáfana, de una extraña amenidad que no suele ser propia del género, que nos lleva a entender la relación humana con la realidad de otra manera, a veces con el sarcasmo, con la deriva de los símbolos hacia lo contemporaneo. La voz de Juan Carlos es única, pero existen pasillos ocultos que lo conectan con otras voces paralelas: la imaginería de Antonio Gamoneda, la multiplicidad del lenguaje del primer John Ashbery, la lucidez de Adam Zagajewski, la extrañeza cotidiana de Charles Simic, la demoníaca mirada de Màrius Sampere, o la sutil ironía de Paul Muldoon, por citar algunos de los nombres relevantes.


La cita del libro de Francis Picabia, -uno de los grandes gamberros de la poesía dadaísta-, ofrece una aproximación a la mirada de Juan Carlos: “Los descontentos y los débiles hacen la vida mas bella”. Picabia llego a cuestionar la existencia de la poesía, pero que al mismo tiempo ofreció una mirada más abierta al esplendor de la vida en todo su detalle lírico.


Del libro “La Poesía ha caído en desgracia” merecedor del Premio “ Jaime Gil de Biedma” y publicado en 1992, justamente en el poema último del libro que es una de las múltiples conclusiones a las que el poeta nos acerca a ese límite a que antes me refería,  de alguna manera y de forma tan temprana y esplendorosa,  Juan Carlos diagnostica tempranamente la enfermedad crónica de la poesía: “La poesía ha caido en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte”.


Podemos concluir que en “La bicicleta del panadero” Juan Carlos Mestre ha dado una vuelta de tuerca importante, un libro de 468 páginas de poesía es todo un reto lanzado al lector acostumbrado a dosis menos pantagruélicas, -y a menudo exhasperantemente nada nutritivas- superado el terror de enfrentarse al trayecto de largo recorrido que lleva esta bicicleta fondista, Mestre nos demuestra ser un gran funambulista de la palabra, justo se ha desembarazado del peso lúgubre de la poesía y la ofrece así, con la frescura y la liviana belleza de la existencia: “La poesía os lo repito yo tiene mas cuento que Carracuca dios te perdone si meto la pata” Solo los poetas de la altura de Mestre tienen esa capacidad de enfocar y no ser alcanzados por el rayo entumecedor de un lenguaje manoseado hasta la saciedad por el discurso contemporáneo. Leedlo, no perdáis más tiempo.


Blog felix orbe

viernes, 8 de febrero de 2013

Entrevista: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, Diario de León


José Luis Puerto. Escritor
«La poesía es un territorio que salva de la intemperie»

Cristina Fanjul 
Diario de León, 17/01/2013

Ha escrito José Luis Puerto un poemario inmenso hecho con eslabones de la intimidad de lo cotidiano, como una colcha remendada con los retales que el poeta ha ido recogiendo del trastero de su memoria.

Calambur acaba de publicar el nuevo poemario de José Luis Puerto,Trazar la salvaguarda, una obra con la que el escritor salmantino regresa a la creación literaria después deProteger las moradas, poemario publicado en el 2008.

—Algunos de los poemas son como una plegaria.
—Con Octavio Paz, creo que la poesía es una pervivencia en nuestra especie de los antiguos lenguajes sagrados. El poeta, hoy, habla desde la precariedad, desde la intemperie, desde la incertidumbre, de ahí que la palabra poética —en mi caso, es así— se haya convertido en un susurro, en una súplica, en una plegaria, en una suerte de oración en definitiva. Pero, ¿a quién invocar, si los dioses, como dijera Hölderlin, se han marchado? En todo caso, susurramos desde lo oscuro, desde esa noche del mundo de que ya hablaran los románticos, en busca de un territorio de salvaguarda.

—¿A eso se refiere con el título del poemario?
—El título del poemario alude a que, ahora mismo, en mi percepción, la poesía es palabra de salvaguarda, uno de los territorios que nos protege de la intemperie. Lo mismo que ese espacio sagrado (dextro) en torno a las iglesias protegía a quienes se acogían a ellos; o esos círculos que los niños en algunos de sus juegos trazaban en la tierra, y quien lograba introducirse en ellos estaba a salvo; la poesía también es palabra que crea espacios de salvaguarda, en los que podemos reconocernos y percibir algunos de los sentidos de nuestro existir.

—Hay un poema (‘altos carros del cielo’) en el que te refieres a tu infancia. ¿Ha cambiado desde un punto de vista cultural la percepción que tenemos de la pobreza?
—La pobreza forma parte de mis señas de identidad. Y atraviesa de modo transversal mi poesía y toda mi escritura. Es también una ética. El poema altos carros del cielo está inspirado en la vuelta de los prados, en hilera, de los carros cargados de heno, guiados por unos hombres reconcentrados y sobrios, que recorren un itinerario misterioso por el fulgor del mundo; es un itinerario esencial y simbólico, que trasciende la mera escena campesina.

—Pero, ¿cree que la percepción cultural que tenemos de la pobreza ha cambiado?
—Generalmente, hemos vivido en un mundo de espaldas a la pobreza; la sociedad de nuevos ricos en la que hemos vivido instalados la ha invisibilizado, la ha convertido en invisible, como si no existiera. Ahora, en este tiempo de crisis, advertimos que está entre nosotros, y surgen gestos de solidaridad y de ayuda, que tienen un gran interés, como síntomas rehumanizadores.

—¿A quién se refiere cuando habla de profanadores?
—A todos aquellos que destruyen la raíz sagrada del ser humano y del mundo.

—En el poema ‘ofrecida’ me llama la atención la posibilidad que tenemos de cambiar el significado de una palabra con tan sólo poner otra junto a ella. ¿Cree que es igual de fácil cambiar la realidad que modificar el sentido de las palabras que la expresan?
—Toda palabra es un ofrecimiento. Busca un tú que la recree y la haga suya. Busca hacerse resonancia en el corazón de los otros. Y ahí ya, a través de ese mecanismo, se transforma de algún modo el mundo, la realidad; porque el lenguaje poético es, implícitamente, una invitación a buscar otro modo de estar en la realidad, de estar en el mundo.

—¿Cuánto hay de Walt Whitman en este poemario?
—La de Whitman es una palabra expandida, canta al ser humano y el mundo desde una amplitud que se manifiesta hasta en lo excesivo del versículo y de la extensión de los poemas. La mía es, más bien, una palabra recogida, que trata de conectar con los lenguajes de la experiencia mística y de las tradiciones contemporáneas de la retracción.

—Sí, pero hay algo de panteísta en sus versos que me recuerda a él.
—Esa suerte de panteísmo al que aludes está en no pocas tradiciones poéticas occidentales. Por ejemplo, está en Hölderlin, en Rilke, hasta en Paul Celan, entre nosotros, por ejemplo, en Juan Ramón Jiménez, poetas para mí muy queridos. Y, claro, también en Whitman. Pero ese panteísmo no es otra cosa que percibir la sacralidad del mundo, de todo lo creado, y cantarlo y celebrarlo a través de la palabra.

—¿Qué ha pasado entre ‘Señales’ y este libro? Me refiero a su visión del mundo y cómo ha modelado su obra poética.
—En Señales, inicié una vía poética que, en libros como De la intemperie, Proteger las moradas y ahora en Trazar la salvaguarda, he ido profundizando. Una vía marcada por la esencialidad y la retracción, puesto el oído al mundo para captar las señales de la gracia y de la herida, que van juntas. El poeta ha de ser siempre el atento. Y en esa poética de la atención estoy.

—En cinco motivos clásicos recrea héroes clásicos: Sísifo, Ulises, Prometeo, Teseo. ¿Cuál representa para ti mejor la sociedad y con cuál se identifica?
—Los motivos clásicos surgen al percibir en el mundo en que vivimos los mismos arquetipos que los mitos encarnan. Dos son los mitos de los que aparecen en esos poemas con los que me identifico en mayor medida: el de Prometeo (el poeta ha de ser siempre el portador de la luz para la especie humana) y el de Ulises (no hay poesía sin viaje y sin aventura).

—¿Qué importancia revelan las cosas pequeñas en la expresión de lo que somos? ¿Podría decirse que, en cierta manera, lo que somos se explica por esas pequeñas cosas?
—Hay también en toda mi lírica una poética de lo pequeño. Desde abajo se ve mejor el mundo, he dicho en algún momento. En lo pequeño, en lo que pasa desapercibido, suele estar casi siempre lo más hermoso, precisamente por ser lo más desatendido y, al tiempo, sin embargo, lo que arroja un mayor fulgor cuando lo percibimos.

http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/la-poesia-es-un-territorio-que-salva-de-intemperie-_760959.html

Reseña: La experiencia de la memoria (1957-2009), de Joaquín Benito de Lucas, en Tribuna de Talavera

La experiencia de la memoria (1957-2009), de Joaquín Benito de Lucas
Firma invitada: Luis Arrillaga
Tribuna de Talavera. Artículo publicado en el número de junio de la revista literaria 'Zurgai', 05/08/2012

En estos dos volúmenes recoge J. Benito de Lucas -talavereano de 1934- su obra poética completa: 18 poemarios con 52 años de fecunda inspiración ininterrumpida. Estamos ante una de las voces más personales y brillantes del Grupo Poético de 1960, como atestiguan los premios, entre otros, Adonáis, Miguel Hernández, Esquío, Tiflos, etc.

Benito de Lucas es una poeta que expresa su propia vida sin pudores, por lo que sus versos constituyen una «experiencia de la memoria», una reflexión sobre la propia vida o, como dijo el autor hace tiempo, una reconstrucción poética del pasado, de forma que nunca mejor clasificado que como genuino «poeta de la experiencia».

Dentro de estos parámetros, su poesía puede situarse en la órbita de una humanismo realista que expresa la sabiduría filosófica de quien interpreta la realidad a flor de piel, es decir, apoyándose especialmente en el impacto que le causan los hechos y en una potente carga emocional que posee la virtud de conmover al lector. Por estos motivos, nuestro poeta ha escogido un lenguaje directo y sencillo, pero no por ello exento de belleza y hondura, a la manera de como sucede con algunos grandes maestros de la sencillez (G.A. Bécquer, A. Machado, M. Hernández, etc.)

Desde una gran riqueza de temas y registros, destacan algunos bloques, como, por ejemplo, la reflexión sobre la memoria propiamente dicha, comenzando desde la infancia, en 'La sombra ante el espejo', y siguiendo con sus recuerdos desde los 10 años en el Convento de Santo Domingo, en Placton, con vivencias infantiles y otras compartidas con seres desaparecidos ('Album de familia'), a veces con escepticismo metafísico. También sobresale la reflexión sobre las ciudades y los paisajes, como vemos en 'Las tentaciones' y 'Memorial de viento', con experiencias del poeta en el Próximo Oriente en el primero y con muestras existencialistas acerca de la caducidad humana en el segundo. 'Materia de olvido' y K-Z (Campo de concentración), por su parte, reconstruyen situaciones vividas en Alemania con el hilo conductor de la nostalgia plasmada, sobre todo, en los años infantiles, sin desdeñar  sensibles muestras de poesía social, registro que, tal vez, pudiera constituir otro bloque repartido por diversos libros, con la actitud crítica del poeta ante la sociedad y el mundo, como por ejemplo, en el caso de la guerra civil, en el libro clasicista 'La escritura endeble'. En este ejercicio de la memoria destacan también 'Invitación al viaje' (recorrido por diversos lugares sagrados), 'Los senderos abiertos' (poemas de la niñez y la juventud escritos a las 23 años) y 'El haz de la memoria'.

Otro gran bloque en el amor humano. 'Antinomia', por ejemplo, recrea la tragicomedia de Fernando de Rojas y demuestra como Benito de Lucas es también un excelente poeta de fabulación, pues crea situaciones inéditas a partir del misterio del sufrimiento, el escepticismo nihilista o la permanencia en al eternidad. También aparece el mar en simbiosis con el amor en 'Campo de espuma' y 'Dolor a solas', mar que es una verdadera obsesión y que constituye un símbolo de la soledad y el sufrimiento, mar como identificación con la mujer y con un sentido de conexión cósmica.

Finalmente, destaca otro aspecto parcial de la obra de Benito de Lucas: la experimentación vanguardista, recogida principalmente en Noces d´argent y heredada de Dadá y los creacionistas, pues el poeta logra, mediante originales caligramas, impactantes efectos visuales y sorprendentes hallazgos expresivos, destacando la ironía y la comicidad pese al tono dolorosos, como sucede en parte con 'El reino de la niñez'.

La obra se completa con seis poemas inéditos de 2009, una lúcida introducción de Pedro J. de la Peña y una bibliografía exhaustiva.

jueves, 7 de febrero de 2013

Reseña: Los bosques de la mirada, de Basilio Sánchez, en Revista de literaturas ibéricas

Los bosques de la mirada, de Basilio Sánchez
Álvaro Valverde
Revista de literaturas ibéricas, nº 2, 2012
 
 
La poesía reunida

Lo primero que un lector agradece es un libro bonito y bien impreso, de sobria y elegante factura, correctamente maquetado y sin erratas. Es el caso de Los bosques de la mirada. Poesía reunida (1984-2009), de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Calambur, que va a más, ha puesto en nuestras manos un continente a la altura de su contenido. Casi quinientas páginas de versos que dan cuenta de veinticinco años de ejercicio poético. Una vez leídos —o, mejor, releídos— uno, que no es crítico, llega a distintas conclusiones.
 

Aunque coincido con el prologuista, Miguel Ángel Lama, en que esos cinco lustros pueden dividirse, a efectos literarios, en dos partes: doce de un lado, doce de otro y un año en medio, o lo que es lo mismo: el extenso libro Los bosques interiores  y todo lo demás, la primera conclusión sería que estamos ante una obra unitaria, ante “el mismo libro”, al decir de Trapiello, que se lee de principio a fin sin que, en lo sustancial, la voz o el tono varíen. Sí, es a partir de La mirada apacible cuando asienta definitivamente su modo de decir, ya propio e intransferible, pero, sobre todo tras la revisión de su segundo libro (el primero de su poesía reunida) en 2002, todo lo aquí agrupado puede entenderse como variaciones en torno a unos pocos temas: las escasas y eternas obsesiones de la poesía: la muerte, el amor, el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, la memoria y el olvido… “Estas manos que han sido sedentarias, / hechas a la rutina de un único poema”, ha escrito.
 

¿A qué voz, a qué tono aludo? Al que ha adoptado como suyo buena parte de la mejor poesía contemporánea: el de la conversación, el de la confidencia, el que toma aquel que se dirige al otro —su semejante, su hermano—, mirándole a los ojos o hablándole al oído. Un tono, en este caso, sobrio, sereno, de dicción elegante, contenido, lento, sosegado, natural… apacible. Lleno de palabras, sí, pero también de silencios, esos que marcan los espacios en blanco entre versos tan frecuentes en sus libros, donde el lector respira lo que no se dice pero se intuye o se vislumbra.
 

Ante una voz así, no puede uno por menos que sorprenderse cuando piensa que, como él mismo ha contado, fue una persona balbuciente.
 

Como buena parte de la de sus compañeros de generación, en especial los extremeños, esta poesía ha sido, y con razón, incluida en una corriente central de la poesía española del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Me refiero a la “poesía meditativa” o “de la meditación”, así denominada por Unamuno (el mismo de “siente el pensamiento, piensa el sentimiento”), que fijó en un ensayo memorable José Ángel Valente. Allí se nombraba a Manrique y al Quevedo metafísico, a místicos como San Juan de la Cruz y sabios como fray Luis de León y, ya más cerca, al mencionado Unamuno y a Cernuda que es quien acaso más y mejor dejó atada esa tradición de tradiciones en los contemporáneo. Digo “tradición de tradiciones” porque esta poesía meditativa, que aúna como digo sentimiento y pensamiento, emoción y reflexión, es deudora de la poesía romántica tanto inglesa como alemana, de poetas tan singulares como Leopardi y de un largo y extenso etcétera que hacen de ella todo lo contrario de la típica escuela donde los poetas han de sujetarse a la tiranía de determinadas normas. Como el resto de poetas extremeños de su edad y época, Basilio Sánchez escapó al canto de sirena de la tendencia dominante, la “de la experiencia”, y, en consecuencia, su poesía, ajena a esa o cualquier otra moda, campea aún a sus anchas, con la frescura necesaria, por el panorama literario patrio.
 

Tras leer de nuevo los siete libros que componen esta poesía reunida, me encuentro con un puñado de paradojas que me gustaría comentar. Así, sin que esta poesía se pueda calificar de religiosa, la presencia de ese término, en su sentido etimológico (y no sólo), es consustancial a casi todo lo escrito por él. Quiero decir que lo moral y lo espiritual están presentes, si no siempre de forma explícita —y menos aún como creencia concreta u ortodoxa—, sí como sustrato poético. Quizá le convengan mejor otros términos tales como mítico o bíblico, pero lo cierto es que, a partir de las enseñanzas de maestros espirituales como Lanza del Vasto (en especial su libro Umbral de la vida interior), esta poesía respira “fervor”, por decirlo con una palabra rescatada para la poesía por un poeta que, me consta, Basilio Sánchez admira, el polaco Adam Zagajewski. Puede que todo pueda resumirse con otro conocido término, más amplio y preciso, que otro polaco, Czesław Miłosz, reivindicó para la poesía: el humanismo. En todo caso palabras como piedad, consuelo o perseverancia nos vienen sin querer a la boca cuando leemos esta poesía cargada de símbolos cristianos. También aquel verso de Lanza, casi un lema: “Mantente erguido y sonríe”. Acaso por eso esta poesía, esencialmente melancólica (“la costumbre / de darme a la tristeza”), nunca conduzca a la melancolía.
 

Y ya que seguimos con las paradojas, vayamos a por otra. Siendo de su tiempo —nadie puede escaparse a lo que sucede en la época que le ha tocado vivir—, esta poesía, que nos ayuda a soportar con entereza, ya digo, estos tiempos de desasosiego  y tribulación, se me antoja intemporal, intempestiva incluso, como fuera de una cronología determinada, como si lo que sucediera pudiera haber ocurrido en cualquier edad y período, del más tardío al más moderno. Puede que esto enlace con esa apariencia mítica a la que hice antes alusión. Y relacionada con ésta, otra aparente contradicción: leo estos versos y me sitúo a duras penas en un espacio concreto. Es decir, a pesar de que Basilio Sánchez, como sus compañeros de promoción literaria, no ha renunciado a vivir y a nombrar a su Extremadura natal, una vez dejados atrás los viejos complejos, no logro localizar ningún sitio determinado, excepción hecha del libro El cielo de las cosas, que transcurre en Los Pedroches cordobeses, o los poemas del ciclo inédito Cerca de aquí, cacereños por los cuatro costados. Esta virtud de lo ilocalizado e ilocalizable consigue que el lector se mueva con mayor libertad y mezcle sin temor y total imaginación los lugares descritos y lo que esos paisajes del alma anuncian o sugieren. Ya sean, supongamos, de alguna playa del Sur, de la Sierra de Gata o de los aledaños de su casa, en la calle Comarca de Gata. Paisajes, cabe añadir, donde hay un perfecto equilibrio entre campo y ciudad, entre naturaleza (nunca salvaje) y urbe.
 

No se acaban aquí las paradojas. Dije antes, y lo mantengo, que esta poesía era personal e intransferible por cuanto su voz y su tono eran suyos y sólo suyos. Sin embargo, nada más lejos de lo confesional, de ese intimismo mal entendido del que, por suerte, buena parte de la poesía española se deshizo hace mucho. Quien habla aquí es, aproximadamente, Basilio Sánchez. Su carácter: su máscara, que, como en aquel cuento chino que inventó Ferlosio, viene a coincidir exactamente con su propio rostro. Quiero decir que el protagonista poemático no es un personaje, al modo “experiencial”. Siguiendo, pongo por caso, el ejemplo de uno de sus maestros, Antonio Gamoneda, quien habla aquí es él, sin más desdoblamiento que el imprescindible cuando de poesía se trata. “Alguien”, que es como, a debida distancia, le gusta nombrar a Basilio Sánchez a ese ser al que le sucede lo que pasa en los poemas. Un “alguien” abstracto en el sentido de que es uno y es todos. Es frecuente que se hable en estos poemas de “los hombres” y “las mujeres”, de nadie en concreto. También es común el “nosotros” como persona verbal, un “nosotros” que no pocas veces coincide con un nosotros de dos (“A Maribel, siempre”, reza una dedicatoria tan bella como temeraria). Sí, he aquí otra paradoja: sin ser esta una poesía amorosa al tópico modo, rezuma amor por todas partes.
 

Esto no significa que lo interior, las “palabras de la privacidad”, como ha escrito el poeta, no estén presentes. Al revés. Lama ha utilizado la feliz metáfora de la casa para referirse a esta poesía. En algunos versos, ha hecho alusión a la pintura holandesa, de interiores luminosos, con esa luz tamizada y melancólica tan característica de los maestros de Flandes. La comparación está muy bien traída. Esta es, sin duda, una poesía habitable que nos lleva hacia dentro del mismo modo que nos traslada hacia fuera. De la memoria, podríamos decir, a la mirada, que son los conceptos inseparables de su manera de comprender el mundo. De las habitaciones a la naturaleza. O, como matiza Lama, del cuarto iluminado por la lámpara, donde suele situarse quien escribe, al jardín, que se ve a través de la ventana. No es baladí la aclaración. Que nadie se llame a engaño: estamos ante una poesía para entendidos. Para lectores, quiero decir. Muy civilizada, como el jardín frente al bosque. Que oculta, con la precisa cortesía, múltiples lecturas. Que se desenvuelve con aparente naturalidad entre un vocabulario de palabras gastadas, que diría Gil de Biedma, pero que no es ni superficial ni simple ni siquiera sencilla. Las frecuentes reflexiones sobre la propia escritura dan buena cuenta de ese afán metapoético que no deja de ahondar en el sorprendente misterio de la creación. “Soy un hombre que escribe”, dice, “alguien” que “mira / por el ojo de la cerradura del poema”. Que mira el mundo desde ahí, podemos aclarar. Alguien que sabe que lo que puede salvarle es precisamente la escritura. Alguien, en fin, que venera a las palabras, que ha elegido pensar a través suyo, que “sin quererlo, se ha ido acostumbrando a las palabras, a la idea de sobrevivir”, por decirlo con otro verso suyo.
 

Donde, a mi modo de leer, mejor ha expresado su poética es en el poema “Apenas nada” (no por nada dedicado a Miguel Ángel Lama). Allí ha escrito:
 

“No es la milagrería de los sueños, / sino el recinto humilde de las incertidumbres / y las perplejidades, / de los aturdimientos y el consuelo: / el orden desvalido, amenazado / en su naturaleza por el simple / transcurso de las horas, de un paisaje moral”.
 

Cuentan que le preguntaron a Lezama Lima: “¿Para quién se escribe?”, y que el poeta habanero, escondido en una sonrisa, tras la columna de humo de su tabaco, respondió que en un himno atribuido a Orfeo se dice: “Sólo hablo para aquellos que están en la obligación de escucharme”. A esa necesidad se ajusta toda la poesía que de verdad aspira a serlo, consciente o inconscientemente. También ésta.
 

 “En todos estos años/ ha habido tantos muertos, / tanta desproporción, tanta memoria / condenada al fracaso”, escribió en su poema “Ruido de fondo”. Sin discutir que estos han sido, como diría otro de sus maestros, Antonio Colinas, “años tan intensos como difíciles”, la memoria que rescatan estos cinco lustros de escritura poética es  todo menos un fracaso. Esa el la primera, única y última verdad que la lectura de Los bosques de la mirada me ha deparado: el lugar central que este libro ocupan en la poesía española de su tiempo y, más aún, porque aquí somos muchos menos, en la pequeña pero significativa historia de la poesía extremeña a la que, con sus poemas, ha dignificado y enaltecido. Pocas obras, en fin, más coherentes y significativas en nuestro panorama que la de este médico poeta (o viceversa) que ha hecho de la dignidad su santo y seña. Con la discreción que le es consustancial (“Al final de la vida, la belleza / habrá estado en las cosas que supieron / pasar inadvertidas”), sin estridencias, duda a duda, paso a paso, ha sabido levantar un edificio de sonido y sentido capaz de entusiasmar a cualquier lector ávido de la humilde pero poderosa verdad que encierran las palabras.