viernes, 28 de diciembre de 2012

Reseña: El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas Alacaraz, en el blog de Laura Giordani

El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas Alcaraz
El blog de Laura Giordani, 14/06/ 2012
 
Abrir las páginas de El niño que bebió agua de brújula (Calambur, 2011) de Julio Mas Alcaraz implica el inicio de un viaje que no tiene nada que ver con itinerarios prefigurados, un viaje en el que las mismas nociones de partida o llegada pierden su sentido. Más bien, invitación a adentrarse en un territorio donde las brújulas enloquecen y pierden toda utilidad. Un viaje del que no saldremos indemnes porque ese agua de brújula que nos van administrando pacientemente desde la infancia, imantada por los puntos cardinales de la costumbre, la repetición, lo programado (familiar y culturalmente), es precisamente el tóxico que deberemos purgar si deseamos recuperar algún atisbo de libertad espiritual.

Encontramos aristas muy interesantes en la construcción del poemario: multidimensionalidad, fractura de la concepción lineal del tiempo, un cuestionamiento feroz de lo que significa “progreso” individual y colectivamente “Algunos creen que el tiempo conserva dirección y progreso. Como si los rostros fueran inmutables y no un mecanismo del dibujo” (Pág. 16); el libro va desplegando ante el lector una tierra ardiente en la que vivos y muertos se cruzan  o vuelven a agonizar ante nuestros ojos por gracia del dolor atemporal que nos atrapa en su red. O donde cualquier madrugada podemos acunar al cadáver del niño dañado que fuimos.

Hay una fuerza poderosa hilvanando lo fragmentado y que recibimos como temblor, pero sobre todo, como un don y es la intensa piedad que recorre sus más de doscientas páginas. Un descentramiento que permite al poeta estirar los límites del yo para empatizar descomunalmente con todo lo viviente, con todo lo dañado. “Me gustaría/ dormir con una mano atada // a la rama de aquel roble cortado” ( Pág. 112). Esas fronteras personales son puestas en crisis, esos contornos –cuya nitidez está más que cuestionada - que nos separan del mundo. Una compasión inusual y muy de agradecer, similar a la que irradia el poema “Lack of evidence” por ejemplo, en el que el poeta escocés John Burnside da voz simultáneamente a la niña desaparecida y asesinada, a sus padres y al homicida en una polifonía arriesgada y conmovedora.

La palabra poética de Julio Mas Alcaraz recorre no sólo esos pasajes que llamamos tiempo, sino también los distintos espacios (y los objetos que los habitan) por los que transcurrimos: oficinas, camas de hospital, centros urbanos, bosques y esos territorios indecisos entre la ciudad y el campo, paisajes de la periferia con todo su abandono y enigma. Esa gracia es imparable e ingresa en la jeringuilla de los drogadictos, en las mecedoras orinadas de los viejos, en el cachorro muerto que lleva un niño. No es casual que el epílogo esté precedido por estas palabras de San Juan De La Cruz: “Solo si el amor pasa a ocupar el sitio de la razón se convierte en camino de trascendencia”.

El niño que bebió agua de brújula da cuenta del daño no sólo infligido por el ser humano a sus semejantes, sino a todos los reinos a los que arrastra en su corriente ciega al desastre. Y también vuelve “a unir, a escondidas, los eslabones/ de los péndulos de los zahoríes” para encontrar esa otra agua emancipada frente a la que todas las brújulas confiesan su derrota.

Julio Mas Alcaraz nació en Madrid en 1970. Hijo adoptado, pasó su infancia y juventud en Alicante. Es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y MBA. Ha vivido, además de en las anteriores ciudades, en Chicago, Nueva York y Londres, donde ha desempeñado cargos de responsabilidad en organizaciones internacionales. Su primer poemario fue Cría del ser humano (2005). Como traductor ha publicado La diferencia entre Pepsi y Coca-Cola. Antología de poesía norteamericana contemporánea (2007), Vive o muere (2008), de Anne Sexton, y El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery (2010). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas y aparecen en diversos libros colectivos y antologías. Entre otras actividades relacionadas con la poesía, dirigió la colección Highway 66 y es miembro fundador del grupo de performance EX.PO.RA. En la actualidad estudia un Master of Arts en Filmmaking en la London Film School y reside en Londres. Tiene dos hijos. 


Laura Giordani

jueves, 27 de diciembre de 2012

Reseña: Del rigor en el juego, de José Ignacio Serra, en Mercurio

Del rigor en el juego, de José Ignacio Serra
Javier Lostalé
Mercurio, junio-julio de 2012

“Grieta y misterio del mundo”

José Ignacio Serra es capaz de subir al más alto de los trapecios para sentir más cerca el vuelo de las estrellas fugaces”, escribió el inolvidable Rafael Pérez Estrada sobre este poeta, pintor y narrador que, como el escritor malagueño, habita el principado ardiente de la imaginación. Autor de cinco libros de poemas: El libro quemado, Pie de druida (Premio Rafael Pérez Estrada), La espada en el ágata/Little Killer y Del rigor en el juego, objeto de nuestro comentario, y de la novela Antología de poetas recién asesinados, José Ignacio Serra (Tarragona, 1961) nació como escritor e ilustrador a la sombra luminosa de la revista de principios de los noventa Versión Celeste, unida a dos creadores y maestros de la edición: Juan José Martín Ramos y Ángel Luis Vigaray, este último ya fallecido.

Desde entonces, su entrega a la escritura ha sido la única forma de huir de un mundo construido sobre un discurso racional aniquilador de los impulsos más virginales, y asentado en una estructura sólida que no permite las grietas por donde fluyen los sueños y el misterio, gracias a las cuales se alcanza el verdadero ser. Frente a ese mundo, y con el rigor del que busca lo profundo y esencial sin abandonar la libertad que proporciona lo lúdico, José Ignacio Serra en su último libro (que aglutina ambos términos, rigor y juego) alumbra otro visionario; lleno de símbolos; transgresor (pensamos en Lautréamont), pero sin ninguna connotación de malditismo, pues hay en su transgresión un soplo de pureza e inocencia que convierte todo en íntima revelación; poseedor de la potencia onírica de Cirlot y con radiaciones borgianas; próximo a la escritora y pintora surrealista Leonora Carrington y también a Paul Klee, y marcado por un interés creciente por Oriente, en concreto por el pensamiento zen, alentado por la lectura del mexicano José Juan Tablada. Todos estos nombres, a los que se pueden añadir los de Bataille, Brice, Lovecraft, Schwob, el Italo Calvino de Las ciudades invisibles, y desde luego el del creador de Peter Pan, J.M. Barrie, son el riego sanguíneo de este poemario en prosa, con alguna excepción, en que la imaginación destrona al tiempo y al espacio para crear una existencia única traspasada por el deseo y la rebeldía, plena de vislumbres de ternura y rasgos irónicos; una existencia entrañada en la niñez como estado permanente que permite ir hacia el yo sin ninguna limitación, trabada siempre a los sueños, respiración de la propia materia en cuanto realidad primaria, engendradores y amanecientes. Todo ello sin perder su tensión reflexiva, como se comprueba en estos versos con resonancia clásica: “¿Era sucio nacer? / Ahora ya sabes que no se puede amar lo que no duele. / Peor fuera no ser; por eso existes. / La inconcebible nada te precede. / Privados del asalto feroz de las imágenes, del latigazo atroz / en los sentidos, desvariamos. Nunca vivir dejó de ser un sueño. / Qué triste ruido sórdido la vida. / Sólo los niños gozan escuchándola”.

Del rigor en el juego, que tiene como epílogo un “Acróstico desde el Serraestudio”, escrito por el poeta y crítico Ángel Rodríguez Abad, cuya lectura es imprescindible, es una apuesta más de la editorial Calambur por nombres que sin pertenecer al canon de la poesía española contemporánea son, como en el caso de José Ignacio Serra, autores de una obra original, por la fuerza de su inventiva y sus lianas con lo primordial, que está impregnada de sabiduría literaria y que genera una profunda emoción en los lectores. Una obra tan necesaria como su verdad y hondura.

Revista Mercurio

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Reseña: Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera, en ABC Cultural

Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera
Luis García Jambrina
ABC Cultural, 9/062012


Ángel Antonio Herrera  (1965) es un poeta insólito, una rara avis. Para empezar, se gana la vida como periodista del corazón, bastante atípico también, pues destaca por su verbo contundente, satírico e incisivo, no exento de lirismo ni de ambición literaria. Asimismo, se le conoce en otros ámbitos por haber sido el primer biógrafo de Umbral, cuando muy pocos escribían sobre él y menos aún le rendían honores de maestro literario, como es el caso.

En el terreno de la poesía, es autor de los libros El demonio de la analogía, En palacios de la culpa, Te debo el olvido y Donde las diablas bailan boleros, y de ellos se puede leer una buena muestra en las antologías El sur del solitario y Arte de lejanías, lo que nos habla de una dedicación asidua.

Negro galeón

Su nuevo libro, Los motivos del salvaje, es una obra de plena madurez, la culminación hasta el momento de su interesante trayectoria literaria. En él su poesía ha ganado en profundidad y complejidad, sin perder un ápice de la fuerza y la frescura que la caracterizan. Desde el comienzo, planea sobre sus versos la conciencia de la muerte: «La desdicha que me apague ya escogió su noche», leemos, sin ir más lejos, en el primer verso; y, unos poemas más adelante, certifica: «Cuesta creer que ya aparejó la muerte / el negro galeón en el que habré de hundirme. / Cuesta creer que va conmigo su calendario».

Frente a ello, como el mejor «antídoto», como aquello que nos salva y nos resucita, está el recuerdo de la infancia, asociada aquí al verano y al mar («El verano de la infancia, que hoy me inventa»), y solo recuperable, a voluntad, a través de la poesía: «Si digo dicha digo también infancia».

Así pues, lejos de claudicar ante la amenaza constante de la muerte o de complacerse en el dolor o de dejarse llevar por el miedo, el yo lírico enarbola muy alta la bandera de la vida, de la pasión, del exceso (existir es adentrarse «por las sagradas selvas del exceso»). De ahí el titulo: los motivos del salvaje son los de aquel que, a pesar de todo, apuesta por la vida con todas sus consecuencias.

Quemadura de amor

El libro se mueve entre polos extremos: la nostalgia por lo perdido y la exaltación del deseo, la añoranza y la celebración, el escepticismo y el entusiasmo. De hecho, cabe señalar que, desde el punto de vista expresivo, estos poemas están marcados, precisamente, por la gran abundancia de antítesis, de contraposiciones, de paradojas..., como fiel exponente de su compleja visión de la existencia («Alegre, funeral voy, al arbitrio de abismos...»).

Por otra parte, destacan las numerosas enumeraciones totalizadoras y caóticas, que con frecuencia se extienden a lo largo de todo un poema; el continuo empleo de la anáfora y otras reiteraciones; el ritmo tenso y sostenido, que es el auténtico vertebrador del poema; las imágenes certeras y brillantes; o el tono sentencioso de algunos versos («que pertenecemos, como el mar, a la intemperie, / que quien tiene el amor tiene también su quemadura»). Con este intenso y arrebatador libro, Ángel Antonio Herrera ha demostrado, en definitiva, que no es un poeta a ratos o a rachas, sino que tiene un mundo y un lenguaje propios.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Nos dejó Ledo Ivo. Uno de los grandes poetas universales

Hoy nos dejó Ledo Ivo. Uno de los grandes poetas universales. Estaba en Sevilla, de visita con la familia. Para Calambur es una noticia tristísima.



Ledo Ivo en Madrid, el pasado martes 18 de diciembre


Nos queda su palabra, mágica, rebelde y rebosante de vida. Viva, más viva que nunca. Os dejamos uno de sus grandes poemas, en traducción de Mestre y Guadalupe Grande

Los pobres en la estación de autobuses

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
ellos estiran el cuello como gansos para buscar
los letreros del ómnibus. Y sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio a pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío un día sin sueños,
el bocadillo de mortadela en el fondo de la bolsa
y el polvoriento sol de suburbio más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los altavoces y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su viaje, oculto en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en los bancos despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapona la nariz de los muertos.
En la cola los pobres adoptan un aire grave,
mezcla de temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotescos son los pobres!
¡Y cómo nos incomoda su olor incluso de lejos!
Tampoco tienen noción de los modales ni saben comportarse en público.
Con el dedo manchado de nicotina se restriegan el ojo irritado
que apenas retuvo del sueño una legaña.
Del seno caído e hinchado se escurre un hilo de leche
hacia la pequeña boca acostumbrada al llanto.
En el andén van o vienen, saltan y amarran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire sorprendido
de quien ignora el camino hacia el salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que hacen daño a la delicada vista
del viajero obligado a soportar tantos hedores incómodos,
y esos agresivos rojos de feria y parque de atracciones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort
aunque algunos hasta tengan televisión.
En verdad, los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier parte del mundo ellos resultan incómodos,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros asientos
incluso cuando estamos sentados y ellos viajan de pie.





viernes, 21 de diciembre de 2012

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en Encuentros de Lecturas

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Santos Domínguez
Revista Encuentros de Lecturas, 8/06/2012


Lo que deriva del pórtico es la tradición hebrea que pone en relación dos cosas, escribe Juan Carlos Mestre en Cábala, uno de los poemas que forman parte de La bicicleta del panadero, que acaba de publicar Calambur.

A esa tradición cabalística responde la misma esencia simbólica de la imagen y la metáfora, una clave fundamental de la poesía de Mestre, que también pone en relación dos cosas en este libro: por ejemplo, la bicicleta de su padre, el panadero de Villafranca del Bierzo que llevaba el pan diario a la gente, y la poesía entendida también como artículo de primera necesidad.

Este es un libro torrencial, con varios centenares de textos, una extensión inusual en un libro de poemas. Pero es también, y sobre todo, un libro de intensidad inusual en el que los poemas florecen como manzanos desde la conciencia poética y social de Juan Carlos Mestre, que levanta una muralla de dignidad frente a la injusticia, un muro de resistencia a la humillación, una torre desde la que se denuncian las mentiras del poder.

Monólogo reflexivo o diálogo emocional con el tú del lector, que se funde machadianamente con el yo en la cercanía de una voz oracular que recoge la ceniza de las palabras que caen desde un extraño mundo como copos de nieve, la poesía de Juan Carlos Mestre vuelve a instalarse en un territorio verbal de enorme potencia y de gran carga emocional.

Su ambición imaginativa, su desobediencia reivindicativa, su ruptura con la sintaxis previsible, su alternativa a la semántica convencional hacen de esta poesía una actividad fundacional desde la que se defiende la posibilidad de la utopía. Al alto voltaje poético, simbólico y verbal que contienen los libros del autor, se suma aquí un torrente circulatorio que se alimenta de lo más hondo de la experiencia y de la memoria, del conocimiento del dolor y de la reivindicación de la felicidad.

Yo es otro, escribió Rimbaud cuando colocaba una de las piedras maestras de la conciencia contemporánea. Y aquí también el poeta se proyecta en un sujeto múltiple (el dudoso o el carpintero,  el sastre melancólico o el desconsolado en su equinoccio) para revelar lo invisible – como sus maestros Lautreamont, Pérez Estrada, Gamoneda o Lezama Lima- a través de la luz de la palabra, para hacer del lenguaje no sólo un fuego que ilumine la noche de la tribu, sino también una vía de conocimiento del mundo desde la oscuridad y la intemperie, desde las raíces últimas de la sangre.

Ética y verdad, poesía que es a la vez sublevación civil y estética, defensa de la desobediencia y la creatividad, de la insumisión verbal y la libertad imaginativa.

Frente al espanto del silencio cómplice o cobarde, he aquí un testigo: uno de los alucinados hijos de Orfeo que evoca en estas páginas el hijo del panadero de Villafranca del Bierzo, una de las voces verdaderas e imprescindibles de la poesía española actual.

Encuentros de Lecturas

jueves, 20 de diciembre de 2012

Reseña: Oyendo lo que algunos dicen. Debates con la poesía española, de Jorge Rodríguez Padrón, en Náufragos en tiempos ágrafos

Oyendo lo que algunos dicen. Debates con la poesía española, de Jorge Rodrígez Padrón
José Miguel Junco
Náufragos en tiempos ágrafos, 28/05/2012

Se trata de un ensayo pensado y escrito desde la independencia, el rigor y la honestidad, sin rendir pleitesía y a la vez sin acritud ni resentimiento.

La tesis de Rodríguez Padrón es la de que en los últimos 35 años o más, salvo algunas contadas excepciones, nada rupturista y realmente novedoso se ha escrito en la poesía española. En el libro, se van analizando las diferentes publicaciones y antologías presentadas como cambio radical y desmontando, desde la lectura y crítica de los textos, esa pretendida ruptura.

La estructura del ensayo es amena, huyendo intencionadamente de tecnicismos o academismos que generalmente parecen más destinados a deslumbrar que a facilitar su recepción por parte de los posibles lectores.

Rodríguez Padrón, desde sus convicciones poéticas, sin ambages pero sin acritud, critica el adocenamiento de  muchos de los poetas actuales que se suman sin más consideraciones a las corrientes en boga, generalmente patrocinadas por intereses mediáticos, y pone en cuestión, asimismo, la falsa dicotomía entre cuento y canto, planteando que no es ahí donde se debe centrar el debate, sino en el léxico, el ritmo y la energía poética.

Desde su propia concepción de lo que debe ser la poesía, Rodríguez Padrón lanza el reto a procurar un amplio debate que, de producirse, podría resultar rico y esclarecedor en lo que se refiere a la esencia de la palabra poética y a la necesaria independencia del acto mismo de la creación.

Se podrá estar o no de acuerdo con algunas de sus tesis, pero desde nuestro punto de vista, constituye un ensayo lúcido, riguroso y alejado de la superficialidad o mal entendido amiguismo que caracteriza a muchas de las críticas que, por decirlo con las palabras de Rodríguez Padrón, se oyen decir públicamente sobre la poesía española actual. 


Náufragos en tiempos ágrafos

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Reseña: Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera, en Leer

Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera
Leer, junio 2012

Comienza así el primer poema, “Puerto”: “La desdicha que me apague ya escogió su noche. / Heme aquí, sin embargo, contrario al duelo, / bajo luna de caníbal, donde el halcón de mi herida. / Son míos los motivos del salvaje”. Un continuum de metáforas, incontenible, surreal, relámpagos adivinatorios, configura los poemas de Ángel Antonio Herrera. Todo el poemario es una especie de alucinado mapa de navegación, una andadura desde la rebeldía del lenguaje a la incógnita de su personal existencia. O redescubrir esa eternidad del instante que funda el mismo de lo poético, según su propia visión. Poeta, también, de vertiente amorosa, como se lee en los versos finales del poemario: “Ojalá que alcanzara el deleite la dimensión de un sueño / y que más mías y más tuyas, y para siempre / se allanaran al recuerdo las mutuas noches dichosas, / si te espero, amor, si no estoy, si ya te has ido”.

martes, 18 de diciembre de 2012

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en La crónica de León

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
F. Fernández
La crónica de León, 04/06/2012 

“Un libro para sobrevivir y «echar demonios fuera»”

El villafranquino Juan Carlos Mestre acaba de publicar La bicicleta del panadero en Calambur.

Es una de las frases que más veces había repetido el poeta villafranquino Juan Carlos Mestre. “Me siento lo que aún soy: el hijo de un panadero de Villafranca del Bierzo que se levanta temprano para hacer cada mañana el pan”.

Siempre ha mostrado este Premio Nacional de Poesía su orgullo de ser el hijo del panadero de Villafranca, afirma que jamás lo ha olvidado. “Como jamás he olvidado que fui el primer Mestre que tuvo el privilegio de poder estudiar, de poder ir a la Universidad. Uno es quien es. Yo no soy ningún desclasado, puedo ser un poeta mediocre pero no soy un ciudadano desclasado, sé perfectamente cuál es mi alianza con la gente que yo quiero y siento más próxima a los afectos del corazón. Yo provengo de una familia humilde, en la que antepasados que yo he llegado a conocer no sabían ni leer ni escribir, pues yo soy el primero de la familia Mestre que tiene estudios, que llega a la Universidad, que escribe un libro. Yo no puedo olvidar mis vínculos naturales y, además, me identifico ideológicamente con aquellos que sostienen la intemperie del mundo con sus manos, los que elevan cada noche la mirada hacia el infinito y saben que están irremediablemente solos en la lucha cotidiana por los derechos civiles de la felicidad”.

Por eso, para este Mestre que nunca ha dejado de ser el hijo del panadero de Villafranca la pérdida del panadero de Villafranca, que se produjo hace unos meses, no podía ser una pérdida más. Y su siguiente libro no podía titularse de otra manera, La bicicleta del panadero. “Es la metáfora de la realidad de nuestra casa. Aquel panadero que era mi padre no tenía furgoneta, sino una bicicleta que era la imagen de la utilidad, la posibilidad de llegar hasta donde la gente estaba esperando el pan”.

Mestre siempre ha hecho de la necesidad virtud y la misma imagen de la bicicleta, “no teníamos furgoneta”, la traslada a la literatura y sus lecturas. “En nuestra casa, en la panadería, no había ningún libro. Pese a ello recuerdo perfectamente que yo aprendí a leer muy pronto, en los prospectos de medicamentos y otros papeles que caían en mis manos. Así entré en contacto con palabras mágicas destinadas a curar la enfermedad y consolar en el dolor; por eso, no sentó que se produjera un gran cambio cuando las lecturas comenzaron a ser las de la gran Rosalía de Castro o los delicados versos de mi paisano Enrique Gil y Carrasco, los mismos queme ayudaron a huir del invierno y los espectros de la melancolía como los prospectos me hacían viajar a los mundos mágicos de la curación y la eliminación del dolor”.
Juan Carlos Mestre siempre ha luchado para que no se borraran los vínculos que le unen con su pasado y con su tierra. El poeta villafranquino se negó a recibir un premio pues debía compartir escenario con quien entendía él que estaba maltratando la naturaleza de su Bierzo natal, el legado de los antepasados. Entendía que no podía estar al lado de un empresario minero muy cuestionado por sus métodos de explotación y prefería del otro lado de la trinchera. “La conciencia ética de la poesía es para mí una capacidad de escuchar la voz del otro. Y el otro siempre es el derrotado, el expulsado, el desahuciado, el silenciado, el negado. Es la alianza con los débiles, con aquellos que no tuvieron voz y con aquellos que a través de las épocas desobedecieron los lenguajes normalizados del poder. La poesía, mi poesía, es un acto de desobediencia frente a la norma, ahora en este país por parte de amplios sectores, desde la cultura dominante, no se ha asumido algo fundamental como son las esencias de las vanguardias que estriba en la actitud crítica de esos movimientos. Yo asumo la tradición desde la vanguardia y desde la desobediencia estética, ética y civil. Vivimos tiempos conservadores en que se desprecia cuanto se ignora”.

Por eso ha escrito La bicicleta del panadero, porque se lo debía a los suyos, porque necesitaba sobrevivir en medio de un mundo que le acosaba por múltiples frente, porque necesitaba echar sus demonios lejos.

Porque es Juan Carlos Mestre, ‘el hijo del panadero’.


La crónica de León

lunes, 17 de diciembre de 2012

Novedad: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto

Trazar la salvaguarda
José Luis Puerto, Calambur poesía 133, 144 p.
ISBN: 978-84-8359-242-7 PVP: 16,00 €


La poesía se concibe aquí como territorio de salvaguarda, como ámbito en que podamos estar protegidos, salvados, frente a toda intemperie; lo mismo que esos espacios —dextros— en torno a las iglesias, o que esos círculos, trazados por los niños en la tierra durante sus juegos, en los cuales uno queda salvado con el solo hecho de entrar. Las palabras se configuran aquí como hilos de tiempo, hilos de la emoción y la memoria, que, procedentes de lo vivido, tratan de trascender la realidad, para crear un territorio del espíritu, en el que la belleza sea resultado de un modo de estar en el mundo. La palabra, a través de un ejercicio de ascesis y de retracción meditativa, busca en la esencialidad un modo de iluminación y de revelación, frente a tantos lenguajes contemporáneos que velan y enmascaran al ser humano y el mundo.

José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953). Obra poética: El tiempo que nos teje (1982), Un jardín al olvido (1987; accésit del premio «Adonáis»), Paisaje de invierno (1993; premio «Ciudad de Segovia»), Estelas (1995), Señales (1997; premio «Gil de Biedma»), Las sílabas del mundo (1999), De la intemperie (2004), Memoria del jardín (Antología poética, 1977-2003) (2006), Proteger las moradas (2008), Protecção das Sílabas. Antologia Poética (Évora, 2010; edición bilingüe español-portugués).

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en Diario de León

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Diario de León, 02/06/2012
Cristina Fanjul


“La escritura de este libro ha sido estos años mi única posibilidad de existencia”

Dice Juan Carlos Mestre que La bicicleta del panadero es el resumen definitivo de la aventura de su vida. «Es probablemente el libro que yo más quiero, el que he construido desde la zona más compleja y problemática de mi existencia». Publicado por la editorial Calambur el pasado 24 de mayo, la obra se presenta hoy en la feria del libro de Madrid.

—Dice que este libro lo ha escrito desde la zona más compleja de tu existencia. ¿Aborda temas que ha preferido obviar en otros poemarios?

—No he elegido, la escritura de este libro ha sido durante los últimos años mi única posibilidad de existencia, la construcción de un mundo espiritual enfrentado a la naturaleza de los hechos adversos, la naturaleza enferma de la memoria de la felicidad, la problemática del mal, el desciframiento de los enigmas de la muerte. Mi poesía no tiene un tema exterior al propio poema, cuanto sucede en lo los errores excesivos de este libro está relacionado con otro tipo de visiones, un ver desde el lenguaje, desde el propio saber de la escritura cabalística de raíz sefardita. El vidente y la visión que hablan en La bicicleta del panadero son alteridades de un yo que es otro, un múltiple sujeto en fuga, no en huida, sino en fuga programada hacia el territorio imprevisible de la desobediencia a la costumbre de los significados. Dicho de otra manera, no hay sumisión a lo biográfico, no hay voluntad de conducta retórica, tampoco pretensión de estructura, acaso una sencilla y simple manera de estar en el mundo dándole vueltas a la llave que tras la puerta del lenguaje hace visible lo invisible.

—¿Por qué La bicicleta del panadero? ¿A qué refiere esta imagen?

—Este año ha muerto mi padre, panadero. De muchacho yo le ayudaba en las tareas del reparto de pan. No teníamos furgoneta, sino una bicicleta, para mí una prolongación mágica del cuerpo, del tiempo, de la necesidad, una analogía con el artefacto primordial de la modernidad, las ruedas metafísica de otras inalcanzables esferas fuera del alcance de la definición. La bicicleta era para nosotros, fuera de toda anécdota, lo forzosamente útil, el vínculo entre el trabajo y el vocabulario de las madrugadas, la posibilidad de llegar hasta donde la gente espera la llegada de un cuidado, el pan, la presencia de una sanación no menos real que real que simbólica, la consolación del hambre. Había una extraña belleza en la metamorfosis de sus funciones, una fidelidad en sus funciones públicas y secretas, una persuasiva iluminación de su pequeño foco ante la noche cuando un desconocido, para decirlo con un verso del poeta Teillier, nos silba en el bosque.

—Está en un momento de creatividad frenético. En noviembre presentaba La visita de Safo. ¿Está pensando ya en un nuevo trabajo?

—No, no es cierto, ni creativo ni frenético, sino más bien inestable e incapaz de llevar a puerto el barco de papel de esta fragilidad que es escribir poesía ante la intemperie moral del mundo. La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lenon es en realidad una reescritura, textos de juventud sometidos en algunos y puntuales casos a una mera corrección ortográfica, y otros textos que excluidos en su momento por diversas razones de ese diálogo encontraron hospedaje en ese libro. Ahí está desde mi primer poema, la Elegía en mayo, escrito tras la muerte de Gilberto Ursinos, muy a finales de los años setenta, hasta otros textos inéditos que ofrecieron resistencia a ser incluidos en libros posteriores y que intuí podrían abandonar lo incorpóreo y hacerse presentes en esa ya lejana noche de la escritura de mi juventud. Respecto a la segunda parte de tu pregunta, no, en absoluto, no tengo ni una sola vocal más que anotar en los cuadernillos del ansia. Quiero, eso si me gustaría, volver a dibujar, retornar a las planchas del grabado y a la pintura.

—Con todas las noticias económicas que estamos recibiendo estos días ¿Hay lugar para la poesía?

—Si hay lugar para la resistencia entonces existe un lugar para la poesía. La poesía es un acto de legitima defensa contra la soberbia obstinación del poder para mentir. El capitalismo avanzado ha alcanzado su último objetivo: adueñarse hasta de las consecuencias de su propio fracaso. Soy de los que sigue pensando que el gran botín de los amos no son las plusvalías, sino la cultura, la educación, lo que hace crítico y radicalmente consciente de su destino a los pueblos. La poesía, lejos de mí está el pensar en su carácter redentor, representa sin embargo un evidente estado de conciencia, una incomodidad ante el lenguaje de los mercaderes y los bandoleros, recordando que las palabras han sido hechas para ayudar a construir la casa de la verdad y no para destruirla. La poesía recuerda qué ha de significar en épocas de penuria la palabra justicia, la palabra piedad, la palabra misericordia. Testigo incómodo, voz sin boca de la dignidad humana.

—¿Hay lírica en los números?

—Nunca me ha interesado la medida, ni la cifra del número que vincula a la lírica con el sistema métrico decimal. Hay poesía en la física cuántica, son el desafío averiguatorio hacia la misma cosa. Hay lírica en la abstracción y la abstracta exactitud de las matemáticas. Hay, creo yo, alta poesía en la lógica del número infinito. Pero el número destinado a la cuantificación de la usura, el número cómplice con la estadística del robo financiero, el número obsceno de la rentabilidad, ese que prestado por el saber se ha convertido en cifras de la herida en mano de los dueños, ese no tiene nada que ver con los inocentes y conmovedores habitantes de la tierra de las ensoñaciones.


Diario de León
 

viernes, 14 de diciembre de 2012

Noticia: Concierto recial de Juan Carlos Mestre y Amancio Prada



ELOGIO DE LA PALABRA
Concierto recital de Juan Carlos Mestre y Amancio Prada


14 de diciembre de 2012, 20:15 horas

Salón de Actos. Colegio Mayor Universidad de Alicante

http://web.ua.es/es/actualidad-universitaria/diciembre2012/diciembre2012-10-16/amancio-prada-y-juan-carlos-mestre-presentan-en-la-ua-el-concierto-recital-elogio-de-la-palabra.html

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en Cuadernos

La Bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Juan Carlos Suñén
Cuadernos, número 32, 27/05/2012


“Que los dioses perdonen”

La poesía de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo [León], 1957) se caracteriza por una musculatura verbal cuyo origen, probablemente, no se encuentre tanto en autores de su entorno, nacional o generacional, cuanto ( y léase como percepción del lector, no como afirmación de detective) en las propuestas de grandes atletas de la respiración como Whitman, Huidobro o, más recientemente, Ashbery.

Mestre ha conducido su lenguaje hacia una suerte de mística que cede la ocultación de su secreto a la liberalidad de sus exégetas y cuyas imágenes parecen construidas precisamente para escapar de ellos. Así, obliga a inventar un oído para su oración, una piel para el estremecimiento de su hermetismo, una imaginación para esas metáforas concebidas contra cualquier intento de recreación mental, un vértigo para asumir la perspectiva en la que, antes o después, se transforma su voz. No es una representación del mundo, sino una versión del lenguaje que conduce a bifurcaciones sin límite, a meandros rápidos y cascadas sin solución.

Entre ese caudal incontenible brilla el verso precioso, la joya exacta, el correlato justo, o se retorna (emerge, se hunde, emerge) una prosopografía tras la que el autor en persona hace el papel de la poesía misma. Son esos momentos grandes los que nos mantienen admirados frente a su discurso como frente a la ardentía del agua. Pero entre un buen puñado de poemas persuasivos y memorables surge cierta fatiga, y con ella la duda.

Quien esto escribe la sentía ya en La casa roja, la fatiga, la duda: ¿es equilibrado este reparto de cargas? Porque la efusión del contenido pide a gritos una forma que lo equilibre. Quizá le sobra cada vez más ese verso que, a ratos, deja Mestre disolverse sonoramente en la nada, quizá (por más que sea la marca de la casa) no debería abandonarnos tanto al falso esfuerzo de desentrañar aforismos polisémicos hasta la mistificación. No se me entienda mal: no estoy leyendo a la luz de la actualidad, sino a la de la poesía de los grandes, y entiendo perfectamente el arraigo creacionista del autor y su inclinación a lo que llamaré (para ser gráfico) irracionalidad democrática, pero lamento lo desigual de su receta en La bicicleta del panadero, un libro que de entrada exhibe un estimulante cambio de registro (lo que acrecienta nuestra expectativa) y que contiene páginas memorables, pero que reclama, por su extensión, por su ambición, una arquitectura de la que finalmente carece, lo que hace que, a partir de cierto momento, deje de progresar, aunque se sucedan los buenos poemas, los momentos felices. Ahogada por un contexto que no deja de estirarse, distraída entre la metáfora y la adivinanza, la lectura recela ( y con razón) de que su esfuerzo (de interpretación o de fe) esté siendo recompensado. Claro que encontrará lectores a los que no les preocupe pasar por eso mientras una experiencia, digamos, revisitable permanezca en ellos tras haberlo cerrado (como sucede). Su resultado es desequilibrado, sí, y, en ese sentido, se sostiene tan sólo por su propio peso, pero también tiene algo de proeza y desde luego ambición.

Hay que hablar de la ambición de un libro al que nada le es ajeno, en el que todo está convocado y todo se hace presente hasta el punto de que casi extraña que no termine (por añadir a Pound a las referencias posibles) diciendo aquello de «Dejad hablar al viento / ése es el Paraíso / Que los dioses perdonen / lo que he hecho / Que aquellos que amo traten de perdonar / lo que he hecho»).

http://issuu.com/elcuadernocultural/docs/elcuaderno32/1?mode=a_p

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Reseña: Poesía experimental española (antología incompleta), de Alfonso López Gradolí, en Dosdoce



Poesía experimental española (antología incompleta)
Isabel Alamar
Dosdoce, 19/05/2012

Poesía Experimental Española (antología incompleta) recoge la obra de 62 autores que se mueven actualmente entre la frontera de lo plástico y lo poético. El libro consta de 270 páginas y cada uno de los poetas-artistas ha participado en el libro con tres poemas.

Esta cuidada edición ha estado a cargo de Alfonso López Gradolí. No es la primera vez que este autor acomete una empresa similar, puesto que ya en 2007 publicó también en Calambur Poesía Visual Española (antología incompleta). Si nos fijamos, veremos que en ambos casos se puso entre paréntesis, al final del título, “antología incompleta” y es porque en la actualidad se calcula que debe de haber más de 500 poetas visuales. Y para cualquier editorial resultaría imposible el poder recogerlos a todos. Tampoco es raro que se haya elegido a Gradolí para esta labor, es porque, entre otras cosas, está considerado como uno de los padres de la poesía visual. De hecho el diario Times calificó en 1971 de obra maestra su libro, Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, formado por 31 collages en torno a esta mítica actriz francesa. Por otra parte, también le debemos a él un riguroso estudio sobre la aparición, desarrollo y asentamiento de esta manifestación artística, La Escritura mirada, una aproximación a la poesía experimental española. Calambur, biblioteca litterae, 2008.

Poesía Experimental Española viene a ampliar la nómina de autores recogidos ya en 2007 en Poesía Visual Española. De hecho, no coinciden ninguno de los artistas, en aquella ocasión se recogió la obra de 57 poetas visuales y en esta obra han sido unos 62 los poetas artistas que figuran y también se ha ampliado el campo porque ahora no son solo poetas visuales sino que también aparecen poetas discursivos. Y a grandes rasgos todos comparten un objetivo que es el de haber tenido el valor de escribir al margen de la voluntad de la industria cultural del momento y haber buscado, con su capacidad crítica, innovar. Innovar en la palabra, innovar en la imagen y, por supuesto, en el mensaje que transmiten.

Tenemos desde autores muy conocidos –como Clara Janés, José María Parreño, José María Bermejo, José Luis Castillejo, Oscar Curieses, Gonzalo Torné o Quiqué Falcón– a otros que lo son menos, pero igualmente buenos y dignos de mención como Luis Luna, Claudia Cuade, José Fernández Arroyo, Antonio Leyva, Patxi Serrano o Eva Hiernaux, etc. Y también han participado dos asociaciones: el colectivo Stidna y la Corporación Semiótica Gallega.

Del libro resaltaría, por ejemplo, el original grafismo “Trompato”, formado como por una imagen en que la mitad es un pato y la otra mitad una trompeta, de Edu Barbero (pág. 37) o el montaje fotográfico “Collage 2” de Jorge Chamorro que nos habla del inexorable paso del tiempo (pág. 57), el poema visual de clara denuncia social “Cinco continentes” de la Corporación Semiótica Gallega (pág. 64) o el letrismo de la obra “Odio” de Javier Seco o el poema visual de Eva Hiernaux, “Hartitos” (pág. 121), que con esa palabra nos lo dice ya todo. Y en poesía discursiva, por ejemplo, el poema “Islas” de Félix Morales, que deja muchos espacios en blancos haciendo honor a su título o el poema de un solo verso de Juan José Espinosa Vargas “Qué bien se está debajo de la higuera”.

Para finalizar, simplemente me gustaría añadir que la poesía experimental parece gozar hoy en día de muy buena salud, algo de lo que me alegro mucho porque tengo la impresión, espero que compartida, de que es más necesaria que nunca.

http://www.dosdoce.com/articulo/libros/3762/poesia-experimental-espanola-antologia-incompleta/

martes, 11 de diciembre de 2012

Noticia: Lectura de Juan Carlos Mestre, en Santa Coloma de Gramanet, Barcelona

Lectura de JUAN CARLOS MESTRE
Exposición fotográfica "El miedo/al natural" de Mercedes Gómez


Acompañarán a Juan Carlos Mestre un grupo de poetas de la ciudad: Payaso Manchego, Pedro Cano, Mateo Rello, Jordi Valls, Àngel Pla, Beatriz Patraca, Joan de la Vega, Rubén Pla y Nilton Santiago

Martes, 11 de diciembre de 2012, 20:00 h

Biblioteca Singuerlín-Salvador Cabré
Plaça Sagrada Família s/n (metro L9-Singuerlin)
Santa Coloma de Gramanet, Barcelona

Reseña: El gato negro del amor, de Kepa Murua, en Piedra del molino

El gato negro del amor, de Kepa Murua
Piedra del molino, número 16, primavera 2012
Jorge de Arco

La obra lírica de Kepa Murua (Zarautz, San Sebastián, 1962), suma ya más de una decena de poemarios, tras la reciente publicación de El gato negro del amor. Crítico, ensayista, y director de la editorial Bassarai, Murua se adentra en esta entrega (escrita en 2005 y 2006 y a caballo entre Londres, Toronto, Nueva York y Vitoria-Gasteiz) en un tema tan antiguo como complejo: el intento de desentrañar las claves y aristas del universo amatorio. El escritor donostiarra sabe que en su verbal desnudez anida el deseo de dar a cada sentimiento el tiempo y espacio necesarios: “Yo que fui uno/ antes de ser otro./ Yo que fui joven/ y ahora vivo con la flecha/ partida del amor/ en medio del pecho”… El variado cromatismo del gato y sus distintas máscaras
; —el gato del fuego, del olvido, del silencio… , colman de lírica simbología estos versos nacidos del corazón y que, a su vez, se disfrazan de nostalgia, de libertad, de memoria… Y de poesía clara y certera: “Que te abandonen o abandones/ es inevitable para entender/ a ese gato imprevisible/ que salta de un lado a otro/ de todas las soledades”.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en Las razones del aviador

La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Las razones del aviador, 26/05/2012

Juan Carlos Mestre: una entrevista y dos preguntas soñadas
.

El poeta berciano Juan Carlos Mestre publica estos días su nuevo libro, La bicicleta del panadero, editado por Calambur. Con motivo de una lectura poética Mestre atendió a una entrevista que hoy sirve como marco al adelanto de dos poemas de su nuevo libro. Comenzamos por las preguntas soñadas.

Make love

La evolución de los sueños pinta estrellas en los muros de París

Es decir, escribe mayo, probablemente un acontecimiento volátil

Los transeúntes, es decir, los clientes de la revuelta, leen 68 veces

la palabra revolución y eso exagera su temor a las barricadas

Bien, hasta aquí todo correcto, los estudiantes creen en el poder popular

Es decir, creen en el poder de sus padres distribuido a partes iguales

entre los talleres de obreros y los académicos de Bellas Artes

La policía será solidaria con las algaradas y creará nuevos puestos de trabajo

Los emigrantes inaugurarán una nueva idea de felicidad

Y llevarán a sus hijos a la playa, oculta bajo los adoquines de la calzada

Atreverse, ese es el lema de los cirujanos y los geólogos del tedio revolucionario

inmiscuirse en la tensión sexual que radicaliza la lucha de clases

Lo probable, mucho más que posible, será amarse los unos a los otros

desabotonarse el cerebro en la Soborna, esparcir octavillas por los hostales

La imaginación es radicalmente femenina, una anunciación capaz de convencer

a todos los carpinteros de Galilea. Make love, not war, dijo el que era

como un hijo para Elohim, el primer surrealista, un saltimbanqui para los romanos

Las palabras corren solas a sentarse en el muro como hijas de bibliotecarios

Todo es posible, nadie es Rimbaud. Exploremos el caso

En el siglo XVI Eva Fliegen vivió 17 años sin otro alimento que el perfume de las flores

¿Quién dijo, quién fue el que dijo que todos éramos judíos alemanes?


El ermitaño:

El ermitaño abre la cancela y su mirada limpia la noche con la lira de las cinco serpientes. El ermitaño no dice nada, tampoco sabe proteger con palabras esa parte del firmamento en la que crecen los espinos. Los espinos dan al ermitaño consejos que han sido repetidos desde hace dos mil años: los reyes del Norte tienen la sangre fría como los lagartos, los reyes del Sur no usan camisa. La amargura y lo hermoso saben que serán un mismo pájaro hembra en la cabeza del ermitaño, Tiene paciencia, bebe granero para los climas que todavía no se han bautizado, lámparas de aceite en cada choza de lo distinto. Lo que desconoce el ermitaño lo comprende cualquier tozudo con modales si le da una patada a este párrafo. El ermitaño vive en él, dentro de él, como la carta en el sobre y el amo de las gallinas en el comedero de las matemáticas. Wittgenstein era un ermitaño y todo aquel que nunca ha visto a su padre puede ser considerado un ermitaño al leer los e-mail que se envía a sí mismo. Las avenidas de Nueva York están abarrotadas de ermitaños que oyen cada cuarto de hora las trompetas de la resurrección de Lázaro. Un ermitaño pone un frasco junto a la ventana y esas serán las aguas que han recorrido las aguas del acento. No mencionarán detalles, ni cuando aman, ni cuando se los llevan aparentemente muertos. No usan espejo ni han olido la decisión predestinada a la canela. Tampoco recuerdan a las muchachas con pelo rojo a la hora de acostarse. Desconocen los evaporadores y el ballet. Están ahí flotando en el afuera como insectos en la órbita del neón. Quién sabrá si atrapados en otro tipo de música. Sin dueño.


Entrevista:

José María Castrillón: ¿Es el encuentro personal con los lectores una de las razones que históricamente fortalecen la pervivencia de lo poético?

Juan Carlos Mestre: Los poetas saben que el principio de incertidumbre preside todas las actividades de lo imaginable, desde una sencilla lectura de poemas a la expansión de una galaxia; ahora bien, que la voz sin boca de la poesía se reencuentre con la presencia de su préstamo, en este caso el oyente, no el lector, pudiera contribuir a que las ensoñaciones del reposo de las que hablaba Bachelard se levanten un ratito más temprano para seguir dándole cavilación a lo misterioso.

¿Y qué matices ofrecen las lecturas públicas al devenir de la poesía?

No es lo mismo leer las transfiguraciones de la conciencia en escritura que oír el ruidito de los niños de Lorca machacando pequeñas ardillas en los montones de azafrán de la imaginación. Los matices de una lectura pública son como las desavenencias entre los colores del arco iris, una voluntad de alianza entre la siempre difícil palabra de la voz pública y el riesgo de no justificar el silencio que esta desaloja. En fin, solo lo difícil resulta estimulante, pensaba el inmenso Lezama anclado en el barómetro de su sillón tormentoso; habrá que arriesgarse bajo la lluvia de mi discreta tormenta. Sin pretensión, sin devenir, pero está bien que los poetas abandonen el silencio, esa permanente sugerencia del poder para que el ciudadano hable cada vez en voz más baja.

Ha desarrollado su creatividad a partir de elementos heterogéneos: la pintura, la poesía y la música. Con seguridad no halla usted obstáculo alguno para conciliar estos lenguajes. Ahora bien, ¿en qué medida estas disciplinas se influyen mutuamente en su obra?

Su pregunta está confiada a lo amable, pero he de decirle que con seguridad lo único que he encontrado, a pesar de su generoso pronóstico, son dificultades para conciliar esos lenguajes. A mí, hacer cualquier cosa me cuesta un trabajo extraordinario, tanto de concentración como de tiempo, me entrego a ello las veinticuatro horas del día, he tardado diez años en escribir cada libro de poemas, meses en concluir un grabado… Todo es indócil, desobediente, insatisfactorio, y esa sublevada actitud a lo insumiso se contagia a todos los campos semánticos, formales y significativos de cuanto he pretendido hacer.

Siente, entonces, la creación como un proceso de lucha, un hacer agónico…

Quiero decir que el obstáculo es el desafío, y que de esa debilidad de no saber surge el estímulo de la búsqueda y la navegación por las zonas de peligro de la razón. Me gusta vivir en esa asamblea de disímiles: los débiles y los descontentos –creo que era Picabia el que lo decía– hacen mucho más hermosa la vida.

¿Hasta qué punto las expresiones artísticas actuales, y más concretamente los textos poéticos, han de reaccionar a las quebraduras sociales y económicas de estos años? En su caso, ¿siente que su decir poético responde, se resiente o se entromete en los conflictos sociales recientes?

El arte, en general, como cualquier otra disciplina relacionada con el proyecto espiritual de los seres humanos, lo primero que ha de hacer es asumir los límites de su posibilidad, no contribuir a la cháchara de los agónicos profetas de la catástrofe ni, tampoco, a la oferta de paraísos que no han hecho otra cosa en los últimos siglos que aplazar la evidencia de su propio fracaso. Dicho esto, he de decir que pertenezco a la tribu de los que han renunciado a ejercer cualquier tipo de autoridad artística sobre los demás, en mi caso me ha resultado bastante fácil, sencillamente porque no la tengo. Eso no impide que piense que existe una responsabilidad, un encargo que nadie nos ha hecho, pero asumido por el hecho de trabajar con la lengua, que es el evitar que la casa de las palabras sea invadida por los publicistas y los mercaderes, aquellos cuyo único objetivo es cambiar el sentido de redención que tiene el lenguaje en la conciencia humana: que la palabra «misericordia» y «piedad» vuelvan a significar lo que no significaron en momentos en que la ausencia de su voz solo devolvió a la historia el eco de la catástrofe.

¿Y en qué lugar coloca a los poetas esa responsabilidad?

Pienso que el poeta es testigo, incómodo testigo y a la vez vigilante de la tarea para la que han sido hechas las palabras: ayudar a construir la casa de la verdad, y no para destruirla, secuestrada por la demagogia del nuevo fascismo del populismo político, los bandoleros económicos y las bebidas refrescantes.

¿Cree posible encontrar modos de expresión poética en los nuevos lenguajes digitales?
Creo en todo lo que a simple vista pudiera resultar imposible o un desafío a lo inverosímil desde la perspectiva terca de nuestro presente. La velocidad que alcanzará en un plazo de veinticinco años el conocimiento matemático y la física cuántica supondrá una transformación de tal magnitud sobre lo que hoy consideramos hipótesis que solo nos queda aceptar la inteligencia del porvenir como velocidad crítica de los deseos pasados. Habrá nuevos modos, sin duda, ojalá, maneras hoy inimaginables de expresión poética. Sin embargo eso, aun siendo tan importante, no es para mí lo fundamental, que seguirá siendo la responsabilidad ética ante un otro, el hacerse cargo del desvalido y la memoria moral de las víctimas, es decir, la poesía como una de las formas de la justicia pendiente de ser ejercida.

Podría esbozar algún tipo de panorama actual de la poesía española y, si es posible, trazar algún tipo de línea para el futuro.

Las voces de la tierra son tan diversas, afortunadamente, como las nubes sin dueño que avanzan sobre la magnitud de lo que no tiene cálculo. No hay panorama, no hay recinto ni cuarteles de invierno. Hay barracones de insumisos, pero, cuando llegan a ellos los agentes de seguridad de la crítica, ya han desaparecido. Madrugan los soñadores, se acuestan tarde en las buhardillas ilocalizables por los capataces del canon. Veo, leo y amo la poesía de muchos poetas, creo que todos ellos al margen de las tendencias que han ordenado el catastro lírico como si se tratase de un regimiento de soldados, con sus respectivos escalafones. No, nada de eso me ha interesado nunca nada. La poesía que me ha salvado la vida está en otra parte; nace en Antonio Gamoneda y Rafael Pérez Estrada y Nicanor Parra, pasa por Gonzalo Rojas y Lezama Lima y Juan Larrea, y desemboca en poetas que han hecho de la imaginación y la desobediencia a los lenguajes normalizados del poder la adolescencia de los permanentes desafíos de su sueño colectivo, la belleza y la verdad de John Keats enfrentadas a la servidumbre de la sociedad de mercado, es decir, al feo asco de su mentira.

Continuemos hablando, si le parece, de esa tradición literaria, de sus lecturas irrenunciables. ¿Qué autores continúan latiendo en su memoria de lector?
En el centro mismo de mi sueño está el relámpago de Saint John-Perse, Anábasis, que llega a mi mano como herencia de mi primer amigo en la poesía, el poeta suicida Gilberto Ursinos. Ese libro se lo había regalado a él Gamoneda, junto a las Elegías de Rilke y los Cantos de Pound, en las ediciones de Adonais. Esos libros los heredé de Ursinos, yo tenía 14 años, escribía no se puede decir que poemas, sino ingenuas versificaciones, pero leí esos libros sin entenderlos durante años. Un día se abrieron como un girasol en medio de la noche y nunca más volví a ser el mismo. La cifra había sido desvelada. Después, ya no renuncié a nada, tan hermoso en su necesidad es un poema de Robert Desnos como otro de Wallace Stevens. No podría olvidar lo que constituye esencialmente mi tradición y que no son estrictamente escritores, sino la amistad con las personas más dignas que he conocido y alguna de las cuales, además, han escrito admirables poemas. Pongamos, para no exagerar ni hacer interminable la lista, a tres íntimos, Guillermo Shakespeare , Oscar Wilde y Walt Whitman.

Sospecho que no se hallaban libros de tales autores en la modesta casa familiar.

En mi casa natal no es que hubiera una biblioteca mediocre, simplemente no había ningún libro, yo aprendí a leer muy pronto, prospectos de medicamentos y otros papeles así, palabras mágicas destinadas a curar la enfermedad y consolar en el dolor, luego no cambiaron demasiado las cosas cuando las lecturas de Rosalía de Castro o mi delicado paisano Enrique Gil y Carrasco me ayudaron a huir del invierno y los espectros de la melancolía.

Ahora desde fuera. A la expresión poética le asedian conceptos; de continuo se acude al cuño: poesía del sentido común; o bien poesía del silencio; o neosurrealismo… ¿Asiente a alguno de estos términos? ¿Se mueve con más comodidad en alguno de ellos?

La poesía como las raíces del mundo es esa fidelidad a lo maravilloso que cada cual reconocerá según la zona de labranza de su inteligencia. La conciencia poética no tiene gramática y su práctica carece de preceptiva. Sobran forenses y policías en los alrededores de la casa de huéspedes de los poetas, sobran clasificaciones y generaciones de serrín en las arboledas líricas. Mire usted, todo esa manía ordenadora de ismos y movimientos es un miserable y falso contagio de los discursos de orden. Qué silencio ni que gaitas, qué es eso de surrealismo frente a sentido común; categorías arbitrarias, practicas para la doma y la sumisión a los estereotipos, bobadas de conceptistas sosos. La poesía está donde esté el desafío de la condición humana, subiendo a la vez a las inalcanzables terrazas de la revelación, descendiendo a los subterráneos del sueño, hablando a ras de suelo con el individuo, recordando el futuro, cuidando la sonrisa de los muertos, hablando con todo de todas las maneras posibles. De esa heterodoxia, de esa voluntad ecléctica de hereje, de ese pueblecito de los que están llenos de nostalgia como los niños y los corderos quisiera ser yo también vecino.

Es frecuente asociar el concepto de poesía, y su acción, al discurso de lo no útil. Praxis frente a poiesis. Al fondo, quizá, los recelos del viejo Platón hacia los poetas. Pero ¿es posible que lo que nace de la imaginación y de la emotividad pueda ser inútil entre los seres humanos?

Como todo el mundo sabe, Platón era un dulce mangante maravilloso en cuyos labios anidaban las abejas, y que hizo lo que pudo para que los poetas pudieran encontrar su lugar en la imprescindible inutilidad de lo que los filósofos y otros personajes cultos llaman el logos. Nadie cuestiona la utilidad del canto de los pájaros o la incomprensible influencia de la luna sobre los manicomios sin techo lleno de monos vivos que corren por la playa. Ninguna actividad percibida como materia de lo sensible por el conocimiento humano es inútil.

Tal vez exista por ello alguna forma de consuelo en la poesía.

Hay, claro que hay algo redentor en la poesía de Paul Celan, claro que hay algo que hace la vida más bella en el pensamiento de los animalitos que oía Lorca en el abecedario de las estrellas. Yo he encontrado consolación en los poemas de Antonio Gamoneda y René Daumal. Toda mi vida he creído en la poesía, ella ha sido mi única posibilidad y ahora ya solo me queda tiempo para darle las gracias. Y en ello, platónicamente, estoy.

Juan Carlos Mestre, poeta y artista visual nacido en Villafranca del Bierzo en 1957, es autor de Siete poemas escritos junto a la lluvia (1982); La visita de Safo (1983); Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985; reeditado por Calambur en 2003 con un CD en el que el autor recita acompañado por Amancio Prada y otros músicos amigos); Las páginas del fuego (1987); La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, 1992); La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, 1999, escrito durante su estancia en Roma); El Universo está en la noche (2006, obra singular en la que recrea mitos y leyendas mesoamericanas); La casa roja (2008, Premio Nacio­nal de Poesía 2009); La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (2011, en el que revisita y amplia su obra de juventud); y La bicicleta del panadero (2012). Una selección de su poesía fue recogida en Las estrellas para quien las trabaja (2007). Ha editado las antologías poéticas de Rafael Pérez Estrada (La palabra destino, 2001) y de Rosamel del Valle (La visión comunicable, 2001); y la novela de Enrique Gil y Carrasco, El señor de Bembibre (2004). Como artista visual, ha expuesto su obra gráfica y pictórica en Europa, EE.UU. y América Latina. Fue Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional en 1999.


http://lasrazonesdelaviador.blogspot.com.es/2012/05/juancarlos-mestre-una-entrevista-y-dos.html 

viernes, 7 de diciembre de 2012

Reseña: Poesía experimental española (Antología incompleta), de Alfonso López Gradolí, en El cultural

Poesía experimental española
Túa Blesa 
El cultural, 16/11/2012 

Si en el conjunto de la literatura la poesía ocupa un espacio más bien limitado, el que le corresponde a la llamada poesía experimental es ya poco más que un reducido rincón. He utilizado la expresión “poesía experimental”, acorde con el título de este libro, pero en ello dista de haber acuerdo; el caso es que aquí se utiliza para englobar tanto la poesía visual, que ocupa un importante lugar en esta antología, pero también algunos otros textos más, digámoslo así, más convencionales en su disposición sobre la página y sólo en un cierto sentido experimentales, lo que además plantea la pregunta de ¿dónde empieza, o acaba, la experimentación? Alguna justificación sobre ello se lee en el epílogo de Alfonso López Gradolí, que hubiera sido deseable más extenso, siendo como es un buen conocedor de este campo, poeta él mismo y a quien se debe un libro inolvidable, Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, y también otra antología, que viene a ser en parte el antecedente de ésta, Poesía visual española (2007).

En cualquier caso, bienvenida sea esta antología que facilita el entrar en contacto con textos que no es demasiado habitual encontrar, pues su circulación es, como poco, escasa en el formato libro en las colecciones más difundidas, si bien el universo electrónico ha venido a ofrecer un nuevo cauce a estas manifestaciones.

Se recogen aquí muestras de hasta sesenta y tres autores, desde Clara Janés, Gonzalo Torné y José María Parreño a Félix Morales, Oscar Curieses, Eva Hiernaux y Quiqué Falcón y si, por un lado, se ofrece un panorama macroscópico, que es muy de agradecer, por otro, hace que la representación de una nómina tan elevada haya de ser más bien limitada, tan sólo tres en cada caso.

Estas prácticas cuentan con precedentes muy significativos, ateniéndonos sólo a algunos muy próximos, en las obras de Joan Brossa, Francisco Pino -no es casual que algunos de los textos que se incluyen sean homenajes a uno y otro- o José-Miguel Ullán y cómo no recordar a Stéphane Mallarmé o Apollinaire y sus secuelas en las vanguardias por no retrotraernos a la antigüedad.

En conjunto la cuestión que recorre todas las páginas es el deseo de llevar la expresividad más allá de los usos más corrientes del lenguaje y de un modo u otro todos los poemas incluidos aquí lo hacen. Con todo, los que más atención me suscitan -por la razón ya apuntada de su poca difusión- son aquéllos que, excediendo las normas gráficas tradicionales, rompen con la disposición lineal o, yendo todavía algo más lejos, combinan elementos de diferentes familias tipográficas o incorporan a la confección de la página el dibujo, recurren al collage de materiales diversos y lo que sería ya el extremo, la palabra desaparece desplazada por la imagen. Casos estos en los que la denominación de “poema” se torna problemática de todo punto.

De manera general cabe decir que estos textos son ya per se un gesto crítico, un desafío a la norma y al respecto hay que añadir que la crítica se hace en numerosas ocasiones explícita. Sin duda, un libro recomendable.

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/31832/Poesia_experimental_espanola

Entrevista: Juan Carlos Mestre en La estación azul, de RNE

Juan Carlos Mestre en el programa de radio La estación azul, de Radio Nacional de España

Juan Carlos Mestre habló de su último libro, La bicicleta del panadero, el 24 de noviembre de 2012, en el programa de Radio Nacional de España: La estación azul.

Podéis escuchar la entrevista a partir del minuto 29 en el siguiente enlace:

http://www.rtve.es/alacarta/audios/la-estacion-azul/estacion-azul-nobel-tranquilo-mo-yan-24-11-12/1588361/